Los lectores y las lectoras no se encontrarán con unas memorias al uso, ya que están fragmentadas en capítulos cortos que corresponden a diferentes géneros literarios: desde el culebrón al cuento popular pasando por la novela romántica e incluso el formato 'escoge tu propia aventura'. Introducirse en él es precisamente eso, una aventura terrible de saltos en el tiempo que transcurre en el marco de una casa, la de los sueños. Como la autora explica en determinado momento en sus páginas: "La casa no es esencial para el maltrato, pero qué coño, ayuda: un espacio privado en el que los problemas privados tienen lugar, como dice el cliché, a puerta cerrada".

Machado conoció a la mujer que acabaría siendo su pareja en una cena con amigos comunes. Rubia, de sonrisa perfecta, ojos azules, pálida, baja, de clase alta. Había estudiado en Harvard y hablaba francés con fluidez. Además, "tenía debilidad por las morenitas con gafas y rayanas en la gordura", escribe. Al principio no se creía la suerte que había tenido: "Ni la misma Dios podía haberlo planeado mejor". Los principios fueron tan felices que la protagonista tardó en identificar qué era lo que le estaba pasando, por qué las lágrimas eran cada vez más frecuentes y la punzada de angustia en el pecho casi una constante. 

Su novia –de la que no da el nombre– dejó de ser encantadora para convertirse en una mujer controladora, extremadamente celosa, violenta incluso a niveles físicos, manipuladora y chantajista emocional. Una de las prácticas que dominaba era la de 'la luz de gas', es decir, la táctica por la que una persona acaba convenciendo poco a poco a su pareja de que ha perdido la cabeza. "Todas las formas de maltrato dan mucho miedo, pero es muy difícil de acabar con esta porque es invisible. Al fin y al cabo, lo que hace esa persona no es ilegal", explica Carmen María Machado a elDiario.es por videoconferencia.

La relación se rompió en 2012 y la escritora comenzó a trabajar en el texto unos tres años después. "En algún punto entre 2015 y 2016, empecé a darle vueltas a la idea de organizar el libro en estos pequeños capítulos y a experimentar con los géneros. Estuve escribiéndolo por piezas y un par de años después tenía un borrador muy sólido, que luego volví a revisar exhaustivamente hasta obtener el libro que se publicó finalmente", sostiene.

Darle forma y plasmar su historia en el papel no fue precisamente una fiesta. Comenta: "El proceso de escritura fue muy duro, muy emocional, muy difícil y posiblemente no lo volvería a hacer de nuevo si tuviese la oportunidad". El peso del trabajo de darle la forma final al escrito, de organizar los capítulos para darle una continuidad –aunque con saltos temporales– a la narración recayó, en gran parte, en su editor. "Yo había leído todos los capítulos muchas veces y seguían estando muy desordenados. Él insistía en darle vueltas a ese tema para conseguir una estructura correcta. Y al final le dije que, por favor, me ayudara porque no podía más", declara.

"Mis amigos estuvieron muy presentes para mí en todo momento. Pero no hay mucho que puedas hacer cuando la persona no ve qué es lo que le está pasando, como en mi caso", responde ante la pregunta de qué podrían haber hecho sus seres cercanos para ayudarla a salir antes de aquella situación. "Muchos de ellos me ayudaron a recomponerme cuando todo terminó". Antes de que eso sucediese, algunos fueron detectando señales –sus compañeros de piso, colegas de la universidad– al presenciar escenas incómodas o notar cambios en su comportamiento, pero ella esquivaba las preguntas o maquillaba los sucesos.

Uno de los primeros episodios violentos tuvo lugar en casa de los padres de ella, cuando le apretó tanto el brazo mientras la reñía al oído que le hizo un cardenal. "Antes, cuando me has cogido del brazo… me has dado miedo. Me has tocado y no ha sido ni con preocupación ni con amor. Me has tocado con rabia (...) Su expresión es impasible medio segundo antes de que le empiece a temblar la barbilla. –Lo siento –dice–. Ha sido sin querer. Sabes que te quiero ¿verdad?", escribe Machado. La agresión seguida de indiferencia o de la excusa de la falta de recuerdo se convirtió en una dinámica continua.

Durante gran parte del tiempo en el que fueron pareja, Machado condujo cientos de kilómetros a la semana para visitar a su novia, que estaba viviendo en otra ciudad, Bloomington. Aquellos encuentros fueron dejando de manifiesto el lado peligroso de la persona de la que estaba enamorada, hasta que el punto álgido llegó la noche que tuvo que encerrarse en el cuarto de baño durante una pelea que surgió prácticamente de la nada.

Su pareja rompió con ella por primera vez alegando que estaba enamorada de otra persona. Sintió pena pero también alivio y poco a poco consiguió cortar los lazos, aunque tuvo que pasar tiempo hasta que lo logró del todo, porque ella aparecía en su teléfono de manera intermitente. Como no podía ser de otra manera, la vivencia le dejó secuelas.  

Por ejemplo, fue duro para ella volver a confiar en otra persona. "No sé cómo lo hice, fue muy complicado y creo que ayudó que la persona con la que empecé a salir después de terminar con esta relación entendiese perfectamente por lo que había estado pasando. Eso lo hizo mucho más fácil", comenta.

Además de ampliar la información sobre la violencia más allá de las parejas heterosexuales, el libro tenía como objetivo "librarme de este tema y poder escribir otras cosas". Actualmente está trabajando en una nueva obra, en esta ocasión de ficción. "No quiero más no-ficción. Ahora estoy escribiendo un libro de historias cortas ubicadas en diferentes periodos históricos", afirma. Vuelve a los cuentos como en su anterior título, Su cuerpo y otras fiestas (Anagrama, 2018. Traducción de Laura Salas) con el que fue finalista del National Book Award y del International Dylan Thomas Prize. Sin duda, un entorno mucho más agradable que aquella 'casa de los sueños' de la que logró salir.