Antes de enfilar ese espejismo llamado Bremen, Biznaga vienen de un disco, Gran pantalla, conceptual sobre cómo la sobreestimulación digital violenta el ritmo humano. Un álbum que bailaría Simone Weil mientras recuerda que la atención es la forma más pura de generosidad. Biznaga procedían de eso y, como todos, de un confinamiento que vació las calles. Estaban como en toriles. Aseguran que han hecho un disco luminoso y romántico. "Sale más de las entrañas. Me he sentido más identificado con lo que canto", define el vocalista Álvaro. "Funciona como respuesta al anterior. Está en las antípodas de Gran pantalla, que era más analítico, cerebral y frío. Hemos vuelto a los amplis de válvulas, a canciones más melódicas, no tan rápidas. El otro hablaba de estar encerrado en uno mismo, en este queríamos calle, era lo que pedía el cuerpo. Reencontrarnos con la peña y con lo que está ocurriendo. En realidad eso siempre ha estado en Biznaga", apunta Jorge, bajista.
Aunque hay referencias directas a la Velvet, Eskorbuto y Los Claveles, musicalmente no es un disco melancólico, apenas brusco y definitivamente menos cañí que su debut Centro Dramático Nacional. "Queríamos salir ya, no sé si por edad o por aburrimiento, de un disco punk. Dar un salto a nivel de producción. Hay mucho The Cure, los primeros REM o The Replacements. La intención es coger la garra del punk y llevarla a un sitio un poquito más melódico, llevar la mala baba al pop y que funcione. Hemos bajado tempos y grabado por primera vez con preproducción y claqueta. Metemos acústicas como colchón. Ya no es todo tan chirriante y agudo. El disco es más pop pero fíjate que yo canto más agresivo y grave que nasal como antes", sostiene Álvaro. La voz invitada que suena es la de Isa de Triángulo de Amor Bizarro y el arte corre a cargo de Manuel Donada, que ha dibujado a los cuatro trotamúsicos de Biznaga. "Queríamos algo de ilustración, algo infantil pero que también diera un poco de mal rollo. La serie de dibujos Los trotamúsicos apela directamente a nuestra generación. Cada uno huye de su respectiva granja y nunca llegan a Bremen, ese sitio es solo una promesa. Nos encajaba con la idea del futuro perdido", asegura Jorge, para quien hay una buena horquilla de gente interpelada en el disco. "Está también el metafórico 1992, que se ha tratado en la película El año del descubrimiento de Luis López Carrasco, pero llama a dos o tres generaciones. La gente de veinte años hoy está caminando por las ruinas que nosotros y una generación previa a la nuestra ya conocemos".
Por el disco desfilan el SEPE, antidepresivos, litros, Madriz con zeta, PAUers, insomnio, la hauntología de Jacques Derrida o Mark Fisher. De este último, la idea de la cancelación del futuro por parte del realismo capitalista marca también el álbum. Leer al británico les ayudó, reconocen, a poner nombre a intuiciones. "El disco salta de épocas, del pasado al futuro. Nostálgico no es porque si piensa en el pasado es para darnos cuenta de que ese futuro de entonces que no se ha cumplido es este presente. No es un disco optimista, pero tampoco cenizo ni agorero. De hecho, es idealista de alguna manera, arrogante. Hay futuros que nos esperan. Estamos a tiempo de acceder a mejores futuros que el que se proyecta hoy en día. Si es uno que apetezca ser vivido dependerá de lo que hagamos en el presente. Si me pillas en un día más pesimista te diré que no hay futuro, pero hoy quiero pensar que todavía tenemos alguna posibilidad de intervención a nivel barrial, de amistad, de nuestras relaciones, para suavizar una deriva negativa radical. No hay que rendirse", opina Jorge. Para Álvaro, "los puntos de luz son pocos. Biznaga siempre ha sido bastante nihilista, con un discurso oscuro y cabrón, pero en este sí es verdad que aparece alguna luz por ahí. Hay una dosis de ganas de que haya un verdadero cambio". Hablamos también de coros gritables en compañía. "El poder de un estribillo bueno es difícilmente reemplazable a nivel emocional por otras artes y no hay que subestimarlo", cree Jorge. Se habla también de lo que permanece, de lo memorable. "Estamos en una época ya más gaseosa que líquida, casi imposible de coger y guardarte algo. Necesitamos asideros emocionales, sentir algo que no será solapado mañana, sino que dejará huella. El virus, el volcán, la guerra, Motomami, la hostia de Will Smith. Y de todo hay que tener opiniones. El lenguaje tiende a ser superlativo. Vivimos en un mundo exagerado. En este contexto creo que es importante encontrar cosas a las que volver cuando no se sepa hacia dónde ir".
Una de las canciones está dedicada "a toda esa gente que duerme poco y mal". "Biznaga ha sido una terapia en mi caso", explica Álvaro. "De tener un bienestar mental más bien nulo, de estar en la mierda y querer volcarla en las ganas de hacer cosas, de eso nace Biznaga también", añade. "Nuestro mensaje no es reconfortante sin más. Supongo que puede armarte de rabia que, bien canalizada, ayuda a exorcizar determinadas mierdas. No separo lo que nos ocurre física y mentalmente de las dinámicas sociales a las que estamos abocados. Si se puede aspirar a algo con la música, que sea eso, a ser un conjuro. Hacer nuevas canciones también ha sido terapéutico porque la presentación del anterior nos la tuvimos que comer con patatas por la pandemia", dice Jorge. Si Biznaga 'llega' al otro lado del escenario o el auricular es, en parte, por no andarse por las ramas cuando se trata de urgencias. Son un hospital de campaña con amplis. "Quizá transmitimos esa frustración y ese impulso de tirar hacia adelante. Es lo que sale de nuestras cabecitas, que no han estado muy bien y siguen sin estarlo. Si eso ayuda, aunque sea solo a nivel de contagiar energía, bienvenido sea. Queremos nosotros mismos ese subidón porque no tendemos a ser personas sonrientes y alegres. Biznaga nos ayuda a sacar esa fuerza de donde no la hay", señala Álvaro. Jorge: "Lo que me gustaría para mi grupo es que no fuera una música que la gente se pusiera de fondo mientras hace cosas, que es un poco el rollo Spotify. Música para limpiar, para hacer fitness, para dormir, necesitamos música para todo como un soniquete de fondo. Me gustaría pensar que hacemos música que obliga a la gente a prestar atención, que saca de la rutina diaria, música que no puedes ignorar".
O música para salir, estar, ocupar la calle. Música antiovillo, expansiva, música para juntarse y hacer. Bremen no existe también es una oda a todas esas noches de imprevistos y por tanto posibilidades arrebatadas en los dos últimos años. A las que están por venir. "Siempre me ha obsesionado la energía juvenil, el entusiasmo", reconoce Jorge. "Me gusta la editorial La Felguera, que construye una historia al margen de la oficial. Biznaga a nivel lírico se empapa de eso. Ese entusiasmo es un hilo conductor de la historia de la música pop, que ha acabado reducido a una fórmula matemática: el resultado de sumar capital juvenil más mercado y transformarlo en capital financiero. Un medio de algunos para enriquecerse con la energía juvenil. No me quiero resignar a que eso sea así. Y la calle es fundamentalmente donde ocurren las cosas". Esa última frase del bajista casi coincide con una que canta Álvaro en el disco, poco antes de lanzar que "de Hortaleza a Carabanchel algunos saben cómo organizarse". "Hay colectivos que no participan de un ecosistema mercantil o que si sacan dinero es para redirigirlo a una caja de resistencia o a poner paneles solares en el techo del EKO de Carabanchel, el barrio donde vivimos Álvaro y yo —apunta Jorge—. Eso, por popular, es también pop. Milky ha participado en iniciativas de colectivos de su barrio, Hortaleza. Es un ecosistema comunitario que respetamos mucho y está reflejado en el disco. Admiramos profundamente a esa gente".