La oleada de reivindicaciones que arrancó el pasado mayo con un tartazo en el cristal que protege a La Gioconda, de Leonardo da Vinci, en el Museo del Louvre, ha llegado a España. Este fin de semana dos activistas, del grupo Futuro Vegetal, denunciaron la falta de compromiso de la sociedad en la lucha contra el cambio climático. Los jóvenes de 18 y 21 años acabaron la acción cuando tocaron con pegamento los laterales de los marcos de las Majas de Goya. Las obras no sufrieron daño alguno y el museo comunicó que los marcos padecieron “ligeros percances”, que no impidieron que la sala volviera a visitarse en menos de cinco horas. Este periódico no ha tenido acceso al expediente, que el museo hará llegar a la Policía, pero desde el Prado informan que los daños son “insignificantes”. Una jueza de Madrid ha acusado a los dos activistas y las dos periodistas que grabaron la acción para el periódico El Salto de delito contra el patrimonio histórico, tras tenerlos un día detenidos.
El Museo del Prado ha puesto el foco en los medios que difundieron la noticia, porque según explican la proliferación de este tipo de ataques en todo el mundo se debe al “impacto mediático”. Carlos Chaguaceda, director de comunicación de la pinacoteca, recordó que los manifestantes que saltaban a los campos de fútbol cesaron con la prohibición de la FIFA de mostrar las imágenes en televisión. También reconoce que censurar las imágenes puede provocar una escalada de acciones más violentas para conseguir evitarlas. No cree que dañar las obras sea el objetivo de estos actos pero sí que las obras se exponen a un riesgo cuando se realizan estas acciones. Por último, recuerda Chaguaceda que en 2019 el Prado lanzó una campaña de publicidad para denunciar el aumento de la temperatura global en 1,5 grados por el cambio climático. Asegura que fue “un éxito” y ganó el Gran Premio a la Eficacia, en 2020.
El presidente del Patronato del Museo del Prado, Javier Solana, coincide con su jefe de comunicación: “Lo importante es no hacer propaganda”. Solana plantea el debate como una batalla: “Ellos pierden si no hay fotos”, ha dicho. De hecho, en el polémico vídeo grabado por las periodistas que fueron arrestadas mientras cubrían la noticia, quedan claras las órdenes del presidente del Patronato a sus trabajadores. “Esta noticia no nos interesa”, puede escucharse a la vigilante de seguridad que trata de prohibir la grabación de los hechos.
Para Quico Vidal no hay batalla, sino una oportunidad que el Museo del Prado debería aprovechar. “Estamos hablando de liderazgo en valores y las instituciones, como las empresas, deberían entender la importancia de este debate para su propio futuro. Los museos deberían tener un departamento que estuviera escuchando y atendiendo a los intereses sociales. La causa contra el cambio climático es la gran oportunidad de los museos. Los ecologistas se lo han puesto en bandeja para escuchar y adaptarse, porque la cultura tiene la capacidad de réplica y la posibilidad de debatir sobre los problemas contemporáneos”, añade Vidal, muy habituado al análisis de las tensiones que genera una campaña publicitaria entre sociedad y marca.
Es más, comenta que una gran medida ahora sería montar un set de debate delante de las Majas de Goya y que un conservador y un ecologistas entraran a dialogar y a debatir y se pudiera retransmitir en directo. “Sería la continuación del diálogo que quiere la sociedad. Estoy seguro de que los museos ya están preparando exposiciones temporales sobre arte y desastres naturales. Es el mismo caso que el debate feminista: el museo no se puede negar a las preguntas de la sociedad”, añade.
Piensa Alberto Santamaría, doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca y profesor de Teoría del Arte en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Salamanca, que el debate que han abierto los ecologistas es ¿para qué queremos los museos? “Es una institución ilustrada que apenas ha variado y que ha servido para otorgar una pátina de distinción. En este proceso le hemos añadido el plus del turismo, pero ¿ese es su objetivo? Necesitamos repensar los museos y su arquitectura institucional y eso es un objetivo que nadie (y mucho menos los partidos políticos) se plantea”, subraya Santamaría.
Un museo es algo más que una suma de nombres de artistas y de fechas de obras y de escuelas creativas. “Un museo es una forma de gestionar nuestra conciencia colectiva”, dice Santamaría. “Estas acciones deberían hacernos pensar en el fetichismo y en el modo elitista con el que vemos el arte. Necesitamos una relación distinta con el arte lo mismo que necesitamos una relación diferente con la naturaleza”, cuenta el filósofo, que llama la atención sobre las exigencias sociales, económicas y políticas.
Valerio Rocco, director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, no está de acuerdo con estas acciones. Las describe como “muy fuertes”, pero tienen un riesgo importante al poner en peligro el patrimonio artístico. Cree que hay campañas mucho menos peligrosas, “más inteligentes y capaces de concitar un apoyo masivo”. Rocco está a favor de la causa, pero también cree que esta podría perder apoyos en la esfera pública. “El activismo no tiene por qué centrarse en el patrimonio artístico. Entiendo y comparto el lema, pero los museos no son los responsables. Pueden ir a empresas energéticas a cargar con toda su contundencia y desobediencia, pero de esta manera desviamos el foco y no hablamos de ecologismo”, indica.
El patrimonio es una gran herramienta de transformación social pero para eso es fundamental la supervivencia de la obra. Valerio Rocco opina que entre los jóvenes esta causa está calando y que ellos lo ven muy claro. Para la filósofa Marina Garcés existe una “condena” contra los jóvenes que participan en estas campañas. “Los más jóvenes están sufriendo una criminalización mientras ellos quieren poner su voz en el debate”, explica. “Ellos no destruyen obras de arte ni son iconoclastas. Nos están preguntando qué tiene valor para nosotros hoy. Y si las acciones provocan rechazo es porque hemos entendido el mensaje, porque no nos queremos ver ahí. ¿Qué patrimonio nos importa más, el artístico o el natural? Está claro que el mensaje ha llegado. Me consterna el elitismo con que se está juzgando estas acciones. Están causando un escándalo moral hipócrita”, sostiene Garcés, profesora de filosofía en la Universidad Oberta de Catalunya.
El museo como institución pública actúa entre las tensiones sociales porque su misión es en la comunidad. No puede aislarse de ella. Es la comunidad la que desplaza al museo y no al contrario. Sobre todo con campañas de este tipo, como indica Quico Vidal. “Han convertido el museo en un ágora, a pesar de los museos. Eso es lo más importante. De repente, el museo forma parte de nosotros”, indica. “No podemos olvidar que al activismo ecologista le debemos muchas cosas. Gracias a ellos hemos llegado a las cumbres del clima. Aquello que al principio era muy agresivo ha acabado así. Al principio fueron impertinentes y ahora son inevitables”, añade Vidal.
¿Y ahora qué? Con Greta Thunberg imaginamos la continuidad de su proyecto y del diálogo. La conversación no ha terminado, pero qué sigue a estas campañas de impacto, como califica Vidal, “capaces de romper el frasco de la anestesia”.