Por todo ello, había mucha expectación en torno a su segundo cómic. Chacales (Sapristi, 2020) supone un paso más en su carrera, una obra que dobla esfuerzos y ambiciones en una crítica sutil a la sociedad contemporánea, a través de tres personajes que sufren de ataques de ira incontrolables. “Yo estaba centrada en la ilustración, ya que, durante la pandemia, comenzaron a llegarme varios encargos. No tenía prisa por hacer mi siguiente cómic, quería que llegara de forma natural, cuando encontrara un tema que me interesara lo suficiente”, comenta Hafid durante la entrevista que mantuvo con este medio. “Comencé a interesarme por el concepto de la ira y, buscando en internet, encontré una página divulgativa en la que se hablaba del ‘trastorno intermitente explosivo’. Me llamó mucho la atención, y continué informándome, hasta decidir que sería el punto de partida de mi nueva obra.”
Hafid reconoce que este trastorno es una premisa en la que basarse libremente para tratar otras cuestiones, y que, además, le permite introducir un debate complejo. “Los personajes sufren de una ira que no pueden controlar, pero se debe a un contexto determinado, en el que sufren discriminación, abusos o algún otro tipo de tensión. Quería preguntarme qué sucede antes, si el trastorno o las circunstancias en contra que sufren. Lo dejo en el aire, porque quiero que el lector o la lectora se forme su propia opinión. Hubo varias obras que me dieron ideas mientras trabajaba en Chacales, como el ensayo de Richard Wilkinson y Kate Pickett, Desigualdad: Un análisis de la (in)felicidad colectiva, o el documental de Luis López Carrasco, El año del descubrimiento. Yo no digo que no sea necesaria la terapia individual, curarnos individualmente; pero debemos replantear lo colectivo.”
Hafid explora las experiencias de tres personajes diferentes, afectados por problemas de distinto tipo. “Quería protagonistas de edades y contextos muy diferentes, para mostrar que estos problemas pueden afectar a todo el mundo. Cada capítulo está centrado en la diferencia, la falta de aceptación y la soledad respectivamente, aunque son cuestiones que están presentes en alguna medida en los tres”, continúa la autora. Precisamente, es esta estructura que presenta tres historias cortas relacionadas entre sí la que le permite tratar tres aspectos diferentes del trastorno y sus consecuencias: “Trato la faceta fisiológica, de una manera más poética, la parte más clínica, en la que los personajes se autoanalizan de una forma individual, y la tercera, en la que vemos que los personajes viven en un contexto socioeconómico o identitario determinado que los afecta.”
Lo que resulta notable es que Nadia Hafid logra abordar estas cuestiones valiéndose fundamentalmente de lo gráfico, porque los textos son mínimos, al igual que sucedía en su anterior novela gráfica. “Tanto en El buen padre como en Chacales lo que me interesa son los espacios en los que no hay diálogos, donde la imagen es la que tiene que contar. Así puedo dejar que el lector haga su propia interpretación, lo cual me interesa porque no tengo la respuesta de los dilemas que planteo. Más bien quiero que el lector o la lectora me ayude a pensar sobre ellos”, explica la dibujante.
El aspecto gráfico también resulta, no obstante, poco convencional. En sintonía con las corrientes más novedosas del cómic, Hafid practica un dibujo sintético, de línea uniforme, y que prescinde de cualquier detalle superfluo, hasta el punto de que, en muchas ocasiones, ni siquiera dibuja los rasgos faciales de sus personajes, lo cual rodea el relato de cierta ambigüedad. Sin embargo, hay una novedad motivada por el discurso de la autora: “Es un cambio gráfico importante con respecto al anterior libro: el espacio. Introduzco planos y perspectivas en exteriores que en El buen padre no tenían cabida porque buscaba representar el ambiente íntimo del hogar”, comenta Hafid. “En Chacales, por el contrario, necesitaba mostrar que los personajes se sienten pequeños, y eso tenía que percibirse visualmente. Del mismo modo, tenía que exponer a los protagonistas a situaciones donde hubiera mucha gente, para reforzar la idea de que formamos parte de la sociedad, pero también para enfatizar la agresividad, el agobio y la tensión que les provoca la gente, cuando quieres reconocerte en el otro pero no es posible.”
Pese a ese dibujo de línea perfecta, sorprende descubrir que Nadia Hafid es fiel al papel y al lápiz y no se ha pasado al digital, al igual que les sucede a compañeras de generación y sensibilidad como la sevillana María Medem. “Sigo anclada en el pasado [risas]. Ralentiza el trabajo pero me ayuda a pensar y tomar decisiones. Después escaneo, limpio la página y doy color con el ordenador, en un proceso más mecánico. Pero en la primera fase necesito el papel”, asegura la autora.
Chacales acaba de llegar a las librerías, así que es pronto para saber si iguala o incluso supera la buena recepción que tuvo El buen padre, pero Hafid tiene claras sus prioridades. “Estoy muy contenta con toda la repercusión de mi primer cómic, y sabía que habría más ojos puestos en el segundo. Evidentemente, si tiene buena acogida, estaré muy agradecida, pero intento no pensar mucho en ello. Hago cómics para que los lea la gente, pero, sobre todo, para disfrutarlos. Para mí lo importante es trabajar con libertad y que me interese qué estoy contando y cómo. No puede convertirse en algo que me genere angustia”, reflexiona Nadia Hafid, una autora con un discurso artístico ya maduro, a pesar de su aún corta trayectoria, que la ha convertido en una de las voces más importantes de la escena actual del cómic.