El año comenzó en Sundance, donde llegó Cerdita, continuó en Berlín, donde pasó el terremoto Alcarràs; avanzó hasta Málaga, con el golpe en la mesa de Alaúda Ruiz de Azúa; se confirmó en Cannes, con hasta tres películas españolas en diferentes secciones. Nuestro cine viajó y fue premiado en Karlovy Vary gracias a Jonás Trueba y Eduardo Casanova, y pusimos el drama de los desahucios en la agenda mediática europea gracias Juan Diego Botto y su paso por Venecia con En los márgenes. Como siempre, San Sebastián puso la guinda con el resto de títulos que completaron un año pletórico.
Sin embargo, algo ha faltado. La taquilla. El cine español ha remontado tras dos cursos nefastos, pero los resultados económicos no han acompañado a la calidad de los títulos. Hubo fenómenos del boca a oreja, como Alcarràs o Cinco lobitos, y As bestas es, con mucha carrera por delante todavía, un éxito indiscutible. Sin embargo, casi todos los títulos que han estado en esos festivales, que están en las listas de las mejores películas del año de todo el mundo, han pasado sin pena ni gloria por taquilla. Sigue habiendo una desconexión entre público y crítica que ni el gran año del cine español ha conseguido romper con los éxitos que recopilamos (entre otros momentos que han marcado el 2022 cinéfilo) en este artículo.
En ese año histórico una película ha sido punta de lanza. Se trata de Alcarràs, la segunda película de Carla Simón, que demostró que la sensibilidad mostrada en su debut, Verano, 1993, no era una casualidad, sino el comienzo de una carrera destinada a grandes cosas. Su segundo filme ha sido de cocción lenta. Primero por el propio proceso creativo de la directora, que prefiere tomar su tiempo a sobreproducir. Segundo, porque se vio afectada por la pandemia cuando tendría que haber comenzado el rodaje. La espera ha merecido la pena, el filme se presentó en Berlín en febrero, con una copia en la que los efectos visuales ni siquiera estaban terminados, y enamoró a todos.
M. Night Shyamalan, el director de El sexto sentido, fue el que daba la noticia histórica. Alcarràs lograba un Oso de Oro que nunca había conseguido una mujer española y que desde que en 1983 lo lograra Mario Camus con La colmena se nos resistía. El idilio con Alcarràs no fue solo crítico. Se convirtió en la película que había que ver. Sus distribuidores se arriesgaron a estrenar en abril, fuera de las fechas que suelen manejar este tipo de lanzamientos y cuando la situación pospandémica todavía era una incógnita. Más de dos millones de euros de recaudación para una película así muestran el acierto y la capacidad de conectar de una historia que no solo habla de lo rural, sino que desde lo íntimo consigue apelar a la historia de nuestro país, al modo en el que vivimos y las decisiones que hay detrás de comprar fruta en el supermercado. Una joya destinada a perdurar en la historia de nuestro cine.
Los Oscar regresaban a la normalidad y se preparaban para volver y celebrar el retorno del público a las salas, pero no contaban con el arreón violento, machista y desproporcionado que protagonizó Will Smith, que respondió a una broma de mal gusto de Chris Rock sobre su mujer, Jada Pinkett-Smith, subiendo al escenario y soltándole un bofetón que paralizó a los millones de espectadores de todo el mundo. Durante unos segundos nadie supo bien qué pasaba, si aquello era una broma o no, hasta que Rock intentó continuar haciendo un chiste y Smith comenzó a gritar fuera de sí que ni se le ocurriera pronunciar el nombre de su mujer. Minutos después, Smith ganaba el Oscar al Mejor actor por King Richard en una gala que ni los guionistas más perversos hubieran escrito.
El sopapo eclipsó todo de tal forma que es probable que muchos se hayan olvidado de que la ganadora fue CODA, dando la primera victoria a una plataforma. No fue Netflix, que lo lleva peleando años, sino Apple TV+ con una película de buen corazón comprada a golpe de talonario en Sundance y que no pasará a la historia como una de las grandes vencedoras de los premios de la Academia.
La consagración de Carla Simón es también el mejor ejemplo del cambio de paradigma que vive el cine mundial y el español en concreto. En España se ha demostrado que las cuotas funcionan, y que desde el ICAA introdujo criterios que favorecían la producción de mujeres se están contando otras historias y apostando por otras miradas. Este año también llegó la segunda película de Pilar Palomero, La maternal, un filme más arriesgado y maduro que su debut, Las niñas y con el que opta al Goya a la Mejor película y dirección. En los premios españoles se ha vivido algo único… la paridad. De diez trabajos en las categorías de dirección y dirección novel, cinco son de mujeres.
Ahí está el descubrimiento de Alaúda Ruiz de Azúa, hablando con mimo y verdad sobre cómo las mujeres son las que se siguen encargando de los cuidados en una sociedad patriarcal en Cinco lobitos. O Carlota Pereda, mostrando que el género también es cosa de directoras con Cerdita, un slasher contra la gordofobia, el bullying y los cánones de belleza. O Elena López Riera, con un debut único y personal que mezcla lo onírico con lo real, las leyendas machistas con la tradición oral. El agua es la carta de presentación de alguien que tiene mucho que decir.
Pero no ocurre solo en España. Venecia lo ganó, de nuevo, una mujer. La directora de documentales Laura Poitras vencía a vacas sagradas como Iñárritu o Baumbach con All the beauty and the bloodshed, una película que contaba dos epidemias, la del sida y la de los opioides. En San Sebastián, Laura Mora se ponía en el foco mundial con Los reyes del mundo, una mirada poética a la violencia en Colombia, casi una versión de Peter Pan con cinco niños perdidos en la violenta Medellín que buscan una casa en las afueras heredada por la abuela de uno de ellos.
En el gran año del cine español, los productores se encontraron con un enemigo que no preveían, el Gobierno. A pesar de que las ayudas han mejorado y las cuantías aumentado, la primera ley clave para el sector acababa con un consenso en contra del texto aprobado. Un cambio de una palabra en el último minuto trastocaba el significado entero de la ley y favorecía a las plataformas y a las productoras que dependen de los dos grandes grupos televisivos, Atresmedia y Mediaset. Una pelea en la que todos se unieron pero salieron derrotados y convocados para una nueva entrega, la Ley del Cine que debería aprobarse antes del final de legislatura y en la que Iceta prometió que la dichosa definición de ‘productor independiente’ por fin les protegería.
Al echar un vistazo a las nominaciones a los Goya uno se da cuenta de que, además de la gran presencia de directoras, nuestra industria vive un cambio generacional. Un año sin esos grandes nombres que siempre están en los premios, sino con aquellos que empiezan a solidificar una carrera que comenzó hace años. El más veterano es Alberto Rodríguez, pero tras él se encuentra una lista de directores entre los que destaca Rodrigo Sorogoyen, que con As bestas logró su mejor película, ir a Cannes, 17 nominaciones a los Goya y conectar con el público. Ya lleva más de tres millones de euros y parece que tiene tiempo para mucho más.
También muestra ese cambio generacional Carlos Vermut, que con Mantícora logró su película más humana sin abandonar su retrato de los lugares más oscuros de la psique. Una película con la pedofilia como telón de fondo que tiene una de las mejores interpretaciones del año, la de Nacho Sánchez. También en esa lista podría entrar Isaki Lacuesta que, tras años haciendo películas al margen, como uno de los francotiradores outsiders del cine español, hizo una de sus obras más comerciales sin renunciar a su estilo en Un año, una noche. Estuvo en Sección oficial en Berlín, y aunque los Goya le olvidaron, él se reivindicó en los Feroz. O Fernando Franco, que con su tercera película, La consagración de la primavera, mostró una inteligencia y sutilidad exquisitas para hablar de la sexualidad en cuerpos diversos que pasó injustamente desapercibida.
Sin duda uno de los nombres del año 2022 en el cine fue el suyo, el de Albert Serra, el enfant terrible del cine español que estrenó su nueva película, Pacifiction, tras competir por la Palma de Oro en Cannes. Una obra inclasificable e inabarcable con la que deja claro que el cine de autor en España pasa por él. Su tourné promocional fue un derroche de titulares, boutades y grandes momentos. No es solo un realizador único, sino un showman, pero detrás del espectáculo hay mucho más: una mente brillante que trasciende la provocación.
Es inexplicable que Serra no esté nominado en ningún premio español (Forqué, Feroz y Goya) mientras en Francia ha ganado el prestigio premio Louis-Delluc y donde Pacifiction ha sido elegida Mejor película del año por Cahiers du Cinema. Ya vivimos con Buñuel algo parecido, con los franceses presumiendo de autor mientras España lo denostaba. No debería pasar lo mismo.
Hacía ocho años que David Cronenberg no estrenaba película. Por el camino, una experiencia negativa y frustrada de una serie en Netflix. El maestro regresaba con una vuelta a los orígenes. Una película que sabía a viejo y a moderno. A nueva carne y a cine que sigue siendo original, provocador y diferente. Crímenes del futuro hasta tomaba como título una de las primeras películas del realizador canadiense y desarrollaba varias de sus obsesiones (la tecnología, el cuerpo o el sexo), consiguiendo ofrecer algo potente y que era un soplo de aire fresco en un cine contemporáneo cada vez más amaestrado.
Es curioso que el regreso de Cronenberg haya coincidido en el año con una película como Nop, donde Jordan Peele cambia el terror por el fantástico y se lanza a un filme que mezcla lo sobrenatural con el horror. Peele sigue realizando un cine tremendamente político sin perder de vista el gran espectáculo. Es de los pocos directores cuyo nombre es, ahora mismo, una marca que lleva gente al cine a ver filmes destinados a hacer dinero sin tomar como estúpidos a los espectadores.
También 2022 será el año en el que los cinéfilos conocieron (o al menos encumbraron) a los Daniels. Su Todo a la vez en todas partes fue un fenómeno inesperado en EEUU y estará en los Oscar. Estos fueron los tipos que dirigieron un filme sobre un cadáver erecto y flatulento al que daba vida Daniel Radcliffe. Aquí no son tan radicales, pero su película sobre un multiverso que nada tiene que ver con el de Marvel es delirante, divertida y de una imaginación desbordante.
Desde hace años se pide un cambio de nomenclatura. La palabra documental ya no define bien las películas que se hacen, que se ajustan más al concepto de ‘no ficción’ que piden implantar. Documental suena a informe semanal. A bustos parlantes e imágenes de archivo. 2022 fue también un año para reivindicar esos trabajos de no ficción. Sin duda, el logro máximo fue que uno de ellos: All the Beauty and the bloodshed, ganara el León de Oro de Venecia.
Una película eminentemente política como lo era Regreso a Reims, una de las mejores películas del año gracias a la obra de Didier Eribon, que sirve como materia prima para un retrato profundo e inteligente a la clase obrera en el último siglo, al abandono de la izquierda y a cómo la extrema derecha ha acudido a ese descontento en busca de votos. Un trabajo de imágenes de películas y documentales ingente ilustra un filme-ensayo brillante.
También como un ensayo, en este caso musical, podría definirse Moonage Daydream, el trabajo con el que Brett Morgen intentó explicar a David Bowie a través de las palabras y las canciones del propio Bowie en un filme caleidoscópico, visualmente arrollador y que renunciaba a la enunciación y al orden, como buen homenaje al autor. La no ficción también dejó títulos más que interesantes en nuestro país, como ese Fast & Furious sobre las heridas de la URSS llamado Tolyatti Adrift.
En un año de tantos nuevos nombres, fueron, sin embargo, las viejas glorias las que vinieron a salvar las salas de cine, necesitadas de taquillazos. El mundo demostró su enfermiza relación con la nostalgia a través del éxito sorprendente y desmesurado de Top Gun: Maverick. Una película sólida, que en otro curso hubiera sido un éxito pero que nunca se hubiera convertido en un acontecimiento cultural como el que ha sido. Su éxito hizo que las salas recuperaran el optimismo, las críticas recurrían a la hipérbole y es cuestión de tiempo que los Oscar la reconozcan de forma excesiva.
Algo parecido ocurrirá en pocos días con Avatar: el sentido del agua, una secuela inferior a la original donde James Cameron yerra durante dos horas para culminar con una última que, esa sí, es un despliegue de su talento y emoción. Una hora que hará que la gente salga diciendo eso de ‘para esto se viene al cine’, una frase reduccionista que limita una película al simple espectáculo, a la capacidad de maravillar pero no de emocionar.
Como cada año, muchos directores, directoras, actores y actrices fallecieron. Charlbi Dean - la jovencísima actriz de El triángulo de la tristeza, la sátira contra los ricos que ganó la Palma de Oro en Cannes-, Monica Vitti, Juan Diego, Sidney Poitier, Peter Bogdanovich, Angela Lansbury… pero 2022 será el año en el que falleció Godard. El director que trajo la modernidad al cine y que la siguió practicando hasta el final. Un cine donde la radicalidad artística iba de la mano del puñetazo político. El hombre que se colgó de un telón en Cannes para parar el certamen por el Mayo del 68; el hombre pegado a un puro, el director que no abrió la puerta a Agnès Varda. El realizador que cambió el cine para siempre.