Es curioso que Ishiguro no haya escrito nunca una adaptación de sus novelas, pero sí que se haya atrevido con los guiones de películas como Lo que queda del día. El responsable de dirigir su libreto es Oliver Hermanus, que saltó a la palestra con Moffie y que aquí se consagra con Living, un remake fiel al original pero con la suficiente entidad propia para sobrevivir por su cuenta. Una película emotiva, contemplativa y hermosa que tiene en el centro la interpretación prodigiosa de Bill Nighy, que debería ser reconocido en los Oscar, igual que el guion de Ishiguro.
El Nobel acudió al pasado Festival de San Sebastián, donde el filme se pudo ver en la sección Perlas, que recoge lo mejor del cine de autor del año visto en otros festivales. Allí contaba que la película de Kurosawa tuvo un impacto muy fuerte en él. “Cuando tenía 19 o 20 años vi la película y el mensaje que tiene lo he llevado conmigo a lo largo de mi vida. Eso no significa que fuera obligatorio tener una nueva versión en inglés, pero mi ambición no era simplemente rehacer esta película sino que quería unirlo con un conjunto de intereses que tengo sobre lo que significa ser inglés y sobre una forma particular de ser inglés, que creo que desapareció en la década de 1960”, explicaba el escritor sobre el origen de este proyecto.
En Living -que llega el 4 de enero a salas de cine- reflexiona sobre “esta idea de caballero y de cierto tipo de valores que existieron durante muchos años en Gran Bretaña y hasta después de la Segunda Guerra Mundial”. “Siempre me ha interesado esa forma de ser inglés, no solo porque tengo un interés histórico, sino porque además crecí en una Inglaterra donde eso todavía estaba presente. Siempre he sentido que hay ese tipo de ‘inglesidad’ que es un tipo de metáfora de algo universal. Todos tenemos un caballero inglés dentro de nosotros, seamos hombres o mujeres o vivamos en el país en el que vivamos”, añadía.
Esa ‘inglesidad’, como él la llama, hace referencia al “miedo a las emociones, la forma en la que tratamos de protegernos de las cosas angustiosas o de mantener una especie de vida normal cuando sientes que todo el mundo que te rodea se está desmoronando, la forma en la que se usa el humor, el estoicismo y la forma en que tratas de ganar fuerza y dignidad a partir de la idea de que uno pertenece a una nación más grande aunque tenga una vida pequeña”.
También ha querido reivindicar “cierto tipo de película británica que se hizo entre finales de los años treinta y finales de los cuarenta”. Se refiera a películas de Hitchcock como Alarma en el expreso o El hombre que sabía demasiado, pero también al cine de Michael Powell y Emerich Pressburguer como Los cuentos de Canterbury, Vida y muerte del coronel Blimp o A vida y muerte. A esos añade las películas de Carol Reed y un director que reivindica: “Basil Dearden, que hizo películas como El faro azul y Muelles de Londres”.
Una generación que no tuvo continuación posterior, que trajo un cine que cambió en la forma de dirigir, pero sobre todo, según Ishiguro, “en la forma en la que se retratan los personajes”. “Creo que Gran Bretaña perdió la confianza. Si miras Alarma en el expreso y el héroe interpretado por Michael Redgrave, no creo que encuentres un héroe así en el cine británico después de 1948. Hay una pérdida de confianza en esa forma de ser inglés. Llega una nueva generación de actores británicos como Michael Caine o Sean Connery, que tenían que ser casi como actores estadounidenses o algo así. Hubo una pérdida de confianza en ser británico. Así que queríamos hacer una película que rindiera homenaje a eso. Creo que esta era descuidada, subestimada y olvidada del cine británico merece ser analizada junto con otros períodos importantes del cine mundial”.
A Ishiguro se le quedó grabado el plano final de la película de Kurosawa y ese mensaje de lo que realmente importa es lo que hayas dejado en vida, lo encontró inspirador, y sentía que era “un mensaje que necesitaba ser escuchado de nuevo en el mundo moderno en el que vivimos ahora, en el que la gente vive en el capitalismo, en celdas compartimentadas, trabajando duro para una empresa sin saber para qué sirve su contribución”. Para el escritor, esa imagen de los caballeros ingleses en esa especie de jaulas en las que trabajan le pareció una “metáfora del mundo moderno”. Su ilusión es que ese mensaje resucitado décadas después vuelva a inspirar a una nueva generaciones como le inspiró a él.
Aquella inspiración fue el legado de Kurosawa en él, pero Kazuo Ishiguro no piensa en cuál será el que su obra literaria deje en los demás. “Creo que los artistas debemos ser muy humildes. Tenemos que aceptar que, en realidad, lo más probable es que nuestra contribución sea muy pequeña. Si miras hacia atrás en la historia, hay muchas personas que en ese momento se pensaba que eran artistas o escritores muy importantes, y cayeron en el olvido. Sin embargo, espero que la acumulación de lo que hacemos gente como yo, los cineastas… sea un legado positivo. Creo que cuando pasamos tiempo viendo películas, si son buenas películas, no solo nos estamos entreteniendo, sino que estamos pensando en la vida. Estamos pensando en nuestras vidas, lo que es importante en nuestras vidas y lo que es menos importante en nuestras vidas, en nuestra relación con la política. En cómo nuestros pequeños mundos se relacionan con los grandes mundos. Así que creo que es importante que leamos buenos libros y veamos buenas películas, porque creo que es importante que nos hagamos estas preguntas y las hagamos a través de nuestras emociones”.
Cuando en 2016 el Nobel de Literatura fue para Bob Dylan, muchos criticaron la decisión. Sin embargo, Ishiguro siempre ha mostrado su admiración por las letras del cantautor. Hubo gente que se preguntó si un guionista de cine podría también ganar el premio, algo que para el japonés no tiene sentido. “Creo que fue importante que Bob Dylan lo ganara. Me gustaría pensar que se reconoció que el arte del cantautor es parte de la literatura y que no fuera porque pensaron que se pueden aislar las letras de Bob Dylan de su interpretación y su música y que podrían funcionar como poesía, porque no creo que se pueda. Creo que las letras de las canciones son una forma de literatura que está en algún lugar entre el teatro, la poesía, y la música. Así que me alegré, pero creo que, personalmente, preferiría que los premios de cine siguieran siendo premios de cine, porque tenemos premios de cine muy potentes”.