Lo que sí es totalmente cierto es que La flor del rayo (Seix Barral, 2023) es la primera publicación de Gil tras el premio, que es una de las grandes supervivientes de la picaresca contemporánea y que parece demostrar que el humor es también una de las herramientas más sólidas para hablar de las cosas esenciales de la vida. La novela la protagoniza un Juanma nervioso, maniático, torpe, poseído por la euforia que siente al haber logrado escribir por fin las primeras anotaciones tras una crisis de creatividad condicionada por la presión mediática y pública que vino tras merecer el galardón.
Con el miedo dentro del cuerpo, el narrador se pasa el tiempo buscando enloquecidamente nuevos temas sobre los que escribir, hasta que en los sucesos más habituales de la cotidianeidad como lo es un paseo por el barrio con Boludo, un chucho que acaba siendo la imagen del raciocinio frente a la locura de su dueño, encuentra la gran historia: una casa que parecía abandonada y la mujer que habita dentro.
Pero en realidad Juanma explora mucho más que el interior de una misteriosa vivienda: aborda el dolor, la pérdida, el miedo a la soledad, la muerte, la obsesión, la pareja, el error, el orgullo, el arrepentimiento y el amor. En una conversación con este medio, Gil reflexiona sobre la literatura y sobre las cosas reales. Aquella casa que aparece en el libro es el espacio central de la historia y también existe en su barrio, pero Gil la manipula, la trastoca y la convierte en literatura. Cuenta que un día la miró desde la ventanilla del coche y le vino a la mente la repetidísima pregunta que le hicieron una vez tras otra los periodistas a propósito del premio: “¿Podrás con la presión?”. Con la mirada fija en aquella fachada, dio media vuelta y se fue directamente a casa. A escribir.
“Me hubiera resultado más cómodo escribir sobre mi vida si yo sintiera la necesidad de contar mi vida, pero no, no la siento, porque mi vida es muy parecida a la del resto. Necesito recurrir a esa cosa tan magnífica que me ha acompañado durante muchísimo tiempo: la ficción”. Sea ficción o no, Gil quiso con esta novela indagar en la autodestructiva inmersión del sujeto en la escritura a través de un personaje que "vive la literatura como si fuera vida, y vive la vida como si fuera literatura". La historia no se aleja tanto de su propia realidad.
Las horas que el novelista almeriense dedica al día a la escritura, de alguna manera, también están dentro: "Al terminar el día reflexiono sobre cómo escribir, sobre mi oficio, sobre los bloqueos y sobre cómo mi familia puede afrontar mi manera de entender la literatura. Todo eso acaba cayendo allí. Cuando hablo de ficción, en realidad, también estoy hablando de mi vida". Pero la diferencia con su relato quizás reside en que "el personaje de la historia confunde dónde tiene que vivir y dónde tiene que fabular" dice Gil, algo que dista bastante del orden de su vida como profesor en el IES Cruz de Caravaca de Almería —cuya experiencia en la enseñanza y recorrido como filólogo se detectan fácilmente en sus textos— y como buscador de historias paralelas en el tiempo que le queda después de trabajar.
Gil coge con las manos la realidad y la transforma, la reinventa, la rompe por partes y la reconstruye a su antojo. Pero el personaje desvaría, delira y torpemente va deshaciendo los únicos lazos que hasta entonces le mantenían atado a la cordura y a las certezas de la vida. Por eso la historia también es un relato de las relaciones del personaje y los límites y extremos del trabajo creativo: su pareja, su perro, su psicóloga o su vecina son personajes muy bien construidos en la historia, pero en realidad también son las herramientas más oportunas para entender la manera en la que uno se aleja de los vínculos humanos a medida que se deja atrapar irreversiblemente por la marea del trabajo, las exigencias creativas o el mundo interior. "El personaje cambia las prioridades que debe tener en la vida, cambia las claves de interpretación de lo que debe ser la pareja, la relación con la familia y el oficio de escribir": El resultado: un relato fresco de profundidad notable.
En realidad, todos ellos existieron de verdad. Y existen. Pero lo que Gil hace es otorgarle a las personas de su alrededor la oportunidad de que digan algo que nunca dirían o hagan cosas que en realidad no hacen. "Sigo fortaleciendo cosas que son reales y que aparecen en el libro, y todo eso le da una mayor entidad de realidad a lo que estoy contando. Pero todo se distorsiona con la manera de interactuar con el libro: las técnicas narrativas, el tono, los sucesos. Todo lo real se distorsiona y se genera una dimensión distinta", explica Gil.
La intención no es que la ficción parezca realidad ni que la mentira parezca verdad, porque lo cierto es que no hay ni verdad ni mentira en la obra de Juan Manuel Gil. "Nadie tiene razón. Lo único que quiero es que entre la novela y el lector haya una experiencia única, se crea lo que se crea". Para el escritor, buena parte de lo que uno lee "se lo inventa como lector", y por eso el juego entre contrastes es tan interesante en la literatura. "Este libro es una carta de amor a la ficción, que es lo que a mí me ha ayudado a hacer mi vida mejor".
Sobre si hubiese sido más fácil escribir sobre su vida, el almeriense lo tiene claro: "Ya no encuentro cosas en mí ni en mi vida que puedan aguantar 400 páginas ni que le puedan interesar a otras personas". Lo que tiene Gil, dice, "son cosas que me llevan a otros mundos y hacia fabulaciones tremendas". Su Andalucía natal, por ejemplo, impregna la obra en los paisajes, en las interacciones y hasta en el humor, heredado de su padre, según revela el escritor. "Andalucía somos una cicatriz y escribimos desde el olvido", dice Juan Manuel. "Tardamos más en llegar a los sitios, y eso está allí. Pero también está el huerto, el invernadero y las balsas de riego". Incluso en una escritura ficcionada, es imposible escapar.
Con un estilo agudo que recuerda especialmente a Zambra y a Tabucchi, Juanma consigue un relato con curiosas influencias del Lazarillo de Tormes: "La mítica novela empieza diciendo 'Yo, Lázaro de Tormes' y te crees que es una historia contada por él, pero no. De allí viene ese 'Yo, Juan Manuel'". Lázaro no cuenta su vida, ni Juan Manuel Gil la suya. Aunque todos crean que sí.
"Miramos a los escritores con solemnidad como si fueran personas con una mirada especial, pero yo no creo en esa imagen" dice tajante el autor de la novela. "El libro es una crítica o una parodia a toda esa pomposidad y solemnidad equivocada que hay detrás del mundo de la literatura. Los escritores no somos especiales".
Contra la superioridad intelectual, Gil hace un retrato cómico y casi desesperante sobre la búsqueda de inspiración de las figuras literarias, que en realidad acaba convirtiéndose en un relato del absurdo que planta al lector ante las artimañas de las apariencias, las categorías morales y la preeminencia del conocimiento. En la novela el escritor es un personaje "obsesivo, hipocondriaco, timorato y cobarde" describe Gil, y quizás todo esto sí tenga mucho que ver con la realidad.
"Parece que todo está muy sesudo, muy pensado, muy reflexionado, pero creo que en la vida del escritor también hay mucha disciplina, trabajo, intuición y pasión. No todo es inspiración". El literato andaluz, que formó parte de la primera generación de la Fundación Antonio Gala y que también tiene un largo recorrido en la poesía, no se siente diferente al lector ni a nadie: "El narrador principal se parece mucho a mí, pero para ser escritor yo también soy lector. Esto es una crítica a todo lo que hay dentro del mundo de la literatura".
Quizás el propósito final sea el de acabar con la arraigada concepción elitista de la literatura, o al menos es el trasfondo de una novela que juega con la percepción del público y con la del propio escritor, capaz de cuestionarse a través del relato no solo los mecanismos utilizados a lo largo de la historia de la literatura sino también la forma en la que la escritura intercede en la vida y manipula la relación con el mundo. La flor en el rayo es, en definitiva, una revelación del trabajo creativo contemporáneo, que se centra en el escritor pero que habla, al fin y al cabo, de todos. "El problema está en el escritor que se toma demasiado en serio".