No fue hasta más tarde, cuando se encontró con la obra de Angélica Liddell, que cambiaron las tornas. Pidió a su profesora de la Sorbona, Christilla Vasserot, traductora al francés de Liddell y Rodrigo García, poder acercarse al trabajo de esta creadora. Aime participó en Todo el cielo sobre la tierra (2013) con tan solo veinte años, y se quedó en la compañía, encargándose de la traducción de los subtítulos. Luego actuaría en las piezas La epístola de San Pablo a los Corintios (2015) y en ¿Qué haré yo con esta espada? (2016), una de las grandes de Angélica Liddell. Además, estrenó una obra, un monólogo dirigido y escrito por la propia Liddell en 2016, El orgullo de la nada. “Ver que una misma persona era capaz de dirigir, escribir y actuar, me dio fuerza. Eso me hizo pensar que yo lo podía hacer. Y al mismo tiempo, la fuerza de expresión, tanto escénica como con la palabra, de Angélica me pareció un ejemplo, una posibilidad. Fue muy importante para decidir dedicarme a esto. Y, por supuesto, a nivel estético, claro que había una afinidad muy grande”, reconoce Aime en conversación con elDiario.es. El teatro de Victoria Aime tiene mucha influencia de Liddell, en temática, estética y concepción teatral. Pero, cuidado: el arte si bien comienza con la mímesis también conlleva el asesinato. Bien lo dicen los textos de Liddell. Aime está en ese punto: naciendo y asesinando.
Se ilumina un pequeño rincón del proscenio izquierdo del teatro Pradillo de Madrid. Allí llega un legionario. Sobre el suelo dispone un metrónomo y una linterna. Y con cadencia y lentitud, con otro tiempo, va haciendo sonar dos diapasones que posa sobre la linterna primero, sobre el suelo después. El público puede oír como suenan, como vibran. Este es el comienzo de HET LAM GODS. Primera parte: La Pastora. “Idilio”, una pieza enigmática y de un sincretismo apabullante donde se mezclan, con gran libertad y capacidad de apropiación, el teatro Noh japonés, el simbolismo cristiano del primer renacimiento, el idealismo platónico, el auto sacramental, la Semana Santa granadina y una estética futurista tan delicada como imponente.
Se escucha un mensaje de bienvenida en 52 idiomas, un audio extraído del Disco de Oro que se envió en 1977 al espacio con las sondas Voyager I y II como posibilidad de contacto con otras civilizaciones no terrestres. Por la izquierda entra una pastora, con un sombrero anchísimo que no deja ver su cara, no vemos nada de su cuerpo, totalmente vendado desde el rostro a los pies, tan solo el cayado que porta y un pequeño vestido floral le da ese aire pastoril. El resto es puro espectro. Un espectro de aire oriental. Se desplaza lento, sus movimientos y su estética recuerda al teatro Noh japonés, un teatro musical del siglo XIV que ha llegado a nuestros días casi intacto. Comienza un diálogo entre el legionario y la pastora. El diálogo se da a través de un altavoz pequeño que sostiene el legionario en la mano. Ahí nos enteramos de que el legionario es el Guardián del Retablo, la pastora dice: “Soy La Pastora. Soy la emanación de un pensamiento, soy un resultado en forma de vapor. Nací del muslo de Victoria. Soy la Idea que atraviesa el desierto de su cerebro”. Un ser que dice provenir de aquel lugar donde conviven la verdad, la belleza y el bien, que dice haber aterrizado por reminiscencia, que su nave se llama la dialéctica descendente, y que ha venido para enamorarse del cordero del retablo que el legionario guarda. Le pide que se lo abra.
El comienzo desubica tanto como abre la pieza. El espectador es incapaz de saber dónde está, incapaz de saber hacia dónde puede ir la obra ni qué hace ese legionario ahí parado, de qué quiere decir ese diálogo críptico, esos movimientos orientales. Y, al mismo tiempo, ya está hipnotizado, rendido a otro tempo y otra lógica que ve nacer en escena. Tras este espectacular comienzo, Victoria Aime trabajará desmenuzando una fascinación, la que le produjo la pintura de los hermano Van Eyck, el Políptico de Gante también llamado el Retablo de la adoración del Cordero Místico. Uno de los cuadros más importantes para entender el paso del medievo al renacimiento nórdico que trata uno de los símbolos, el Agnus Dei, más complejos del cristianismo. En ese símbolo se unen los conceptos de inocencia, belleza, sacrificio y pureza. “Me fascinó tanto que tenía que trabajar sobre él. Y solo podía hacerlo desde un punto de partida absolutamente pasional. No entiendo del todo por qué hago teatro, pero creo que hay que obedecer esas pulsiones. La obra es una forma de ficcionalizar esa fascinación”, explica.
Así, la pastora conocerá al cordero, se enamorará y yacerá con él para luego perderlo. Penará, se vengará, matará al cordero y hará penitencia; y, por último, en una escena final de alto nivel estético y dramático, el público asistirá a la transfiguración de la pastora en virgen y luego, como en una especie de transubstanciación acristiana, en cordero. La apuesta de Aime es osada. La iconografía con la que juega, el simbolismo que va revirtiendo y del que va adueñándose, es uno de los más sagrados de nuestra civilización. Pero la profundidad de capas y el tratamiento con que lo realiza dota al trabajo de gran profundidad y capacidad sugestiva. Por ejemplo, Aime trabaja la penitencia de la Pastora a través de las figuras alegóricas sobre los vicios y virtudes que dibujara Giotto di Bondonne en el friso inferior de una de sus grandes obras, la Capilla Scrovegni. La Pastora irá entendiendo la ira, la estupidez o la desesperación humana a través de esa iconografía. Una iconografía que es una de las cotas del arte del renacimiento. Giotto consiguió incorporar la importancia del cuerpo y el gesto para manifestar el estado anímico. El arte se humaniza con Giotto y lo hace a través de la ruptura. No es baladí la elección. Aime hila fino. Lo hará durante toda la obra.
Algunas propuestas de Idilio están naciendo, todavía no están dominadas. Otras se sustentan por completo. Pero en todas ellas se trasluce una forma de amalgamar, de ir llenando de significados que hace que la obra esté llena de aristas. “Me interesa trabajar las capas, que la obra se vaya construyendo de lecturas, de distintos materiales y que cuando vayas trabajando la obra y tengas que ir encontrando soluciones, todo vaya dialogando. El público no es necesario que sepa todo eso. Y al mismo tiempo, me interesa mucho el tipo de teatro que se instala en una duración, que está entre el teatro y la instalación, aunque ahora haya decidido que por la coyuntura económica y la capacidad de producción el formato sea corto, de poco más de una hora, intento alargar, trabajar el tiempo. Intento que la experiencia sensorial, rítmica y emotiva, sea lo suficientemente completa para que el público pueda entrar”, explica Aime.
La pieza, que puede verse ya en el Teatro Pradillo, significa al mismo tiempo el reencuentro de la capital con un teatro experimental que hizo crecer y avanzar la escena de Madrid a finales del siglo XX y principios del XXI , y que parecía ausente. Teatralmente, Madrid ha cambiado mucho. Cosas a mejor, cosas a peor. Hace 20 años ese teatro, no basado en el texto, con una dramaturgia donde la luz, la imagen, la palabra y el tiempo en escena eran igual de determinantes, estaba vetado en los teatros públicos. Hoy parece que no. Pero al mismo tiempo aquellos espacios independientes, que alojaban y cuidaban este tipo de proyectos, han dejado de hacerlo. Madrid se ha institucionalizado y perdido músculo y alma al mismo tiempo.
El estreno de Aime en el Teatro Pradillo es más que significativo y tiene mucho de simbólico. Pradillo fue referente en los noventa del teatro de vanguardia madrileño, volvió a serlo hace diez años en una segunda época donde muchas de las compañías que hoy vemos en grandes teatros pudieron afianzar y desarrollar sus trabajos. Hoy, Pradillo es un simple receptáculo, acoge espectáculos, los difunde de aquella manera y no es aglutinador de creadores ni público. Y justamente en ese teatro, en el mismo espacio que Angélica Liddell estrenara en 2001 El matrimonio Palavrakis, ha surgido este pequeño faro. Una diminuta luz que es una bocanada de aire y que, para más inri, ha tenido que venir de fuera, de una creadora que, si bien tiene raíces y hoy vínculos fuertes con nuestro país, fue formada en Francia. Los contextos a veces son simbólicos, aleccionadores.
Victoria Aime seguirá haciendo teatro. Sus vínculos con otros creadores como Carlos Pulpón ya están dando sus frutos, el 31 de marzo estrenan la obra PPP en Algeciras en Box Levante, Centro Escénico del Estrecho, una pieza donde se mezcla la disciplina deportiva, la danza y la creación sonora en torno al mundo del pimpón. Pero quien tenga la oportunidad no debe perderse esta hermosa pieza que además contiene uno de los momentos más sobrecogedores de la creación escénica, ver formarse un lenguaje e ir, como público, acompañando decisiones, riesgos y hallazgos.