Pornografía de los pobres. Denunciar las miles de muertes de migrantes que buscan refugio en las costas mediterráneas sería, en Arco, un espectáculo audiovisual. “No puedes documentar y exponer la actualidad en una feria de arte. No puedes vender esas fotos por un millón de dólares”, argumenta la comisaria de Tesalónica. Precisamente esta ciudad al norte de Grecia cuenta con una de las memorias más dramáticas de los refugiados, hacinados en campos de refugiados sin condiciones. Fokidis prefiere, explica, los “buenos sentimientos”. Así ha reunido a 15 artistas del entorno mediterráneo, con trabajos que no atienden a esta cruda realidad, como afirma la responsable del espacio.
La escena artística de los países que rodean el mar tiene una ubicación tan marginal como anodina es la propuesta titulada 'El Mediterráneo: un Mar Redondo'. El concepto circular no queda claro: “El mar Mediterráneo es redondo, también lo es la falda de un derviche, el giro repetido de la muñeca de una bailaora flamenca, la forma de una danza tradicional griega, una cesta de fruta de un mercado, un salvavidas en medio del mar”, puede leerse en el plano de mano. Pero los salvavidas han sido cancelados. Cero, un círculo perfecto. Es una imagen demasiado real y demasiado triste para el mercado. Los artistas que documentan esta miseria no son bienvenidos a la semana grande del arte. La estancia será amenizada por la música que pinchará Pedro G. Romero, con el Niño de Elche entre otros.
Arco es una fiesta. Cada vez más. Este año su directora, Maribel López, ha decidido eliminar el espacio que fomentaba y visibilizaba en 2021 los trabajos de las mujeres artistas. Ya no importa su infrarrepresentación (ellas son menos del 10% de los artistas de la feria), porque la directora no quiere una guerra entre hombres y mujeres. En una entrevista con EFE ha asegurado que ese espacio que ella misma había creado le parecía un requisito “muy binario” y “demasiado reductor”, que convertía la feria en un “mujeres contra hombres”. Cuando algunas personas, dice Maribel López, no encajan en esa definición.
Prohibido hablar de migrantes, muerte y refugiados en el Mediterráneo. La única pieza que alude a la vida de los márgenes es la de Eugenio Ampudia, en la galería Max Estrella. Ha construido un refugio de migrantes en cuatro metros cuadrados, el espacio medio que tiene una familia de refugiados para sobrevivir. Y lo ha realizado con las medidas reales del Guernica, de Picasso. Ha troquelado el cuadro hasta construir una cabaña. “El arte es el refugio”, sostiene Ampudia, a pesar de Arco. El precio de la pieza son 60.000 euros, en una serie de siete unidades (y un coste de producción que se ha disparado a los 35.000 euros). “Es un símbolo de la precariedad y de la pobreza. Hay 12 millones de refugiados en el mundo y la mayoría están en el entorno del Mediterráneo”, cuenta Ampudia, que le roba protagonismo al Picasso yacente que Eugenio Merino ha montado enfrente.
La única patera de Arco la trae Daniela Ortiz, que expone un guiñol contra el colonialismo, con sus marionetas y una embarcación para salvar sus vidas dentro de la serie La rebelión de las raíces. El pasado año la artista peruana reclamó a la dirección del Museo Reina Sofía que retirase su obra de la colección permanente, después de la fatídica foto de la OTAN y el Guernica. La obra nunca se retiró. El tema de conversación de este Arco, entre galeristas, es el futuro del museo de arte contemporáneo, al que muchos ponen ya nombre de director y la mayoría piensa que será un cargo de transición.
En la galería Max Estrella también se expone la que se considera última obra de Carlos Saura, un cortometraje que recrea los fusilamientos del 3 de mayo, pintados por Goya. En aquella producción apenas vista por el público trabajó el fotógrafo Jorge Fuembuena como director de arte. Y del rodaje captó el momento decisivo que representó el pintor aragonés, incluyendo en el encuadre focos y croma. El precio de la foto, una serie de siete, es de 9.000 euros.
Sin salir de Max Estrella –con uno de los mejores montajes–, el artista Marco Godoy presenta dos neones de los carteles y pancartas que pudieron verse durante el 15M y que fue digitalizando en un archivo de más de 2.000 imágenes. “Emosido engañado” es un grafiti ya mítico, que el artista descubrió en las protestas de Andalucía.
No muy lejos de allí, en la galería Luis Adelantado, Julie C. Fortier vende por 5.000 euros un frasco con gel y polvo dorado. Recuerda mucho al famoso vaso medio lleno de Wilfredo Prieto. En este caso la artista incluye en la pieza el documento certificado con la fórmula del perfume que ha creado para incluir en el bote de gel.
En la galería Leandro Navarro está la obra más cara de la feria, un Miró de su etapa final, por 1,6 millones de euros. Pero quizá la obra más llamativa sea la butaca de Antoni Tàpies. Una “escultura”, valorada en 350.000 euros, sucia, rota y marcada con sus señales propias (la cruz, la flecha…). En los años anteriores el galerista ya vendió el colchón y el armario.
En José de la Mano se expone una parte de las increíbles esculturas que Agustín Ibarrola hizo con migas de pan, mientras fue encarcelado por el franquismo, entre 1962 y 1965. Los compañeros presos le daban miga de sus mendrugos para que él elaborase con saliva estos objetos geométricos. Las esculturas las conserva la familia y ahora las ha decidido mostrar. No tiene precio, pero quiere que se las quede una institución. Nada de coleccionistas. Y cierra la revisión centrada en Equipo 57 la extraordinaria obra de María Assumpció Raventós y Amèlia Riera, otras dos artistas arrinconadas por la historia y las ferias de arte.