Se estima que la colección total, valorada en 200 millones de euros, suma unas 500 piezas. Abelló se ha desprendido de empresas como Airtel o Alcaliber pero lo que no vende son sus obras de arte. Lo que sí ha hecho ha sido desprenderse de varias de ellas, utilizándolas como dación en pago para arreglar cuentas con Hacienda, como cuando entregó la obra Virgen con el niño, San Juan y ángeles del artista flamenco Lucas Cranach al Museo del Prado o La nadadora de Picasso y la Construcción con línea diagonal de Tàpies, que fueron incorporados a la colección del Museo Reina Sofía.
El tamaño, composición y valor de la colección está, no obstante, por confirmar, porque ni siquiera el catálogo es público, aunque la familia cuenta con una edición no venal de consumo privado. En la sede de todos los madrileños, en la Puerta del Sol, han creado un minimuseo para mostrar esta nueva entrega del arte del millonario, titulada Madrid en la colección Abelló. Pinturas y dibujos de los siglos XVII al XX, un breve recorrido por 55 pinturas y dibujos de Goya, Santiago Rusiñol, Zacarías González Velázquez o Antonio Joli, entre otros (podrá visitarse hasta el 23 de abril, un mes antes de las elecciones).
El relato hilado por el historiador del arte Ángel Aterido “no busca despertar la añoranza por el Madrid perdido o desfigurado, aunque sea inevitable un recuerdo crítico sobre aquello que bien pudo conservarse”, dice el comisario. Y es cierto, el recorrido muestra el Madrid de decorado donde la corte se celebra y se homenajea. No es una historia sobre Madrid, porque faltan los madrileños. Aquí están los Césares.
Esta referencia a los poderosos la encontramos en el catálogo, en una breve introducción que firma el matrimonio Abelló. En sus palabras incluyen una cita de Félix Lope de Vega, que podría leerse como un homenaje a su anfitriona, la presidenta autonómica, y a ese Madrid capital de la España centralista. “Madrid, que no hay ninguna villa, en cuanto el sol dora y el mar baña, más agradable, hermosa y oportuna, cuya grandeza adorna y acompaña la corte de los Césares de España”, escribió el autor de El perro del hortelano. A lo que el matrimonio apostilla: “Escribió unas líneas que compartimos”. Un apunte a una futura revisión del rico catálogo: el apellido del escritor no es López de Vega.
Juan Abelló es el hombre que más España tiene en propiedad. El empresario y latifundista de 82 años, padre de cuatro hijos, es dueño de 41.276 hectáreas. A lo largo de su vida se ha dedicado a comprar parte del horizonte y los paisajes de España. El empresario que se enriqueció, entre otras maneras, cada vez que España se resfriaba, colecciona el terreno madrileño en pintura. En el registro de la propiedad el creador del Frenadol no tiene tanto metro cuadrado en la capital como en sus fincas repartidas por Ciudad Real, Toledo o Cádiz. Los terrenos los dedica a la caza, con la que factura anualmente 600 millones de euros.
Lo llaman “el cazador” y ya lo hacía con Franco. Cuenta José María Zavala en su libro Pasiones regias que una vez mató 805 perdices en un solo día, en la finca andaluza de Las Lomas. Sí, 805 perdices. Solo teniendo en cuenta esta peculiaridad del propietario se entiende la incorporación de varios animales muertos en la última sala del montaje. Aunque Aterido justifica su incorporación por ser dos cartones para tapices del Real Sitio de El Escorial. El contraste de la escopeta y los ánades, con palomas torcaces muertas en primer plano, pintados por José del Castillo, como los jabalíes, el pato y el conejo muertos realizados por Ramón Bayeu, no encajan en una sala de arquitecturas y de jardines pintados por Santiago Rusiñol.
Aterido explica a este periódico que las compras de paisajes madrileños se han duplicado desde la exposición en Cibeles. Que gracias a ese empuje, hay cuadros que enlazan con las colecciones públicas. En el catálogo, el matrimonio explica que “durante casi 40 años, cada vez que encontrábamos una vista de Madrid, poníamos particular atención; no por estar pintada por algún excelente artista o por su rareza, sino por el gran interés de ver nuestra ciudad retratada en su aventura a través de los siglos”. La exposición empezó a confeccionarse hace cinco años y estaba pensado presentarla durante la candidatura de la ciudad a la Lista de Patrimonio Mundial de la Unesco. Pero la pandemia de la COVID-19 detuvo la primera intención.
Los Abelló quieren que sus pinturas “atraigan y agraden” al público, porque creen que muestran la ciudad con “sus gentes, sus calles, su historia y sus cielos”. No es así. El Madrid de Abelló está protagonizado por más santos y reyes que vecinos. No es la ciudad real, es la de la corte real. No están las lavanderas ni los paseantes ni las meriendas ni las majas ni las romerías, es el Madrid de los privilegios, del Palacio Real como referencia perenne, de los toros y de la caza. Hay poca pradera de san Isidro y mucho palacio. Más protocolo y besamanos que río Manzanares. Apenas una escena de José Camarón Bonanat, con personajes cantando y bailando, otra de José Gutiérrez Solana (El charlatán) y el espectacular La cucaña, de Goya, único lienzo en el que la vida campesina de los alrededores de la capital no es un complemento de los reyes. Tampoco hay paisajes serranos. Con la excepción de una vista de Aureliano de Beruete, la presencia de los Reales Sitios es aplastante gracias, sobre todo, a las pinturas de Antonio Joli (pintor modenés especializado en la realización de vedute, vistas urbanas en perspectiva propias del siglo XVIII, que llegó a España en 1749).
En la selección del horizonte madrileño a los Abelló no les ha interesado el pueblo. En un homenaje nostálgico a “una ciudad que llegó a ser capital del mundo y entusiasmó a artistas y monarcas”, como aclara la propia Isabel Díaz Ayuso en el texto que lleva su firma en el catálogo, donde tampoco aparecen los madrileños. La ciudad sin vecinos. “Estamos ante la celebración artística de Madrid de la mano de una de las colecciones privadas de mayor importancia en Europa. Todo un honor que bien merece Madrid”, añade la presidenta de la región en el catálogo de Ediciones de El Viso, cuyo precio escala hasta los 35 euros.
La cartera de inversiones de Juan Abelló (Torreal es la sociedad de capital riesgo de la familia, en la que se incluye Cabify, patrocinador de la muestra de arte) es tan abultada como la de sus contactos. Los Abelló fueron los primeros inversores con autorización para fabricar alcalinoides derivados del opio, en 1934. También son pioneros en el negocio del cannabis medicinal. En los ochenta Juan Abelló se convirtió en el amo de España, en su alianza con Mario Conde, gracias a la primera gran operación empresarial de la Transición al vender la farmacéutica Antibióticos por 58.000 millones de pesetas (349 millones de euros) a la italiana Montedison. Hasta que la pareja de moda saltó a la banca para comprar Banesto.
Abelló fue quien despejó el camino a José María Aznar en los círculos de las finanzas y su lealtad no se resiente. Su afición a matar animales también le ha puesto en contacto directo con Juan Carlos de Borbón y se ha convertido en el “intermediario” de las relaciones económicas del rey emérito, según cuenta Mario Conde en sus memorias Los días de gloria.
La colección del 'cazador' tiene muchas peculiaridades. La primera es es que no se ciñe a períodos históricos, ni a escuelas nacionales. Es decir, colecciona a pintores flamencos, italianos, franceses, alemanes y, sobre todo, españoles de los siglos más variados: Sorolla, Ribera, Picasso, Bacon, Degas, Zurbarán, Juan de Flandes, Canaletto, El Greco, Rusiñol, Goya, Joan Miró, Van Gogh, Klimt, Kandinsky, Matisse o Tàpies. El talonario del presidente de honor de Torreal SA es el que más ceros extiende al portador del arte. Más que los de Alicia Koplowitz o Villar Mir.