Se plantea qué decir y cómo decirlo. Pero nunca lo hace. 

Villajos, que reconoce haber sido "mucho más mala" que la protagonista en la adolescencia, es quien lo hace por ella. La que sí se revela. Y precisamente, ese diálogo entre la infancia que también vivió la escritora en los años 90 y la mirada contemporánea que hoy tiene sobre los feminismos, es lo que dibuja la novela ganadora del Premio Biblioteca Breve 2023: un retrato colectivo de la educación del cuerpo, la adolescencia, la precariedad y la experiencia identitaria de toda una generación de mujeres.

Lo que el lector se encuentra es a una niña haciendo autoestop en una carretera después de haber sufrido un abuso sexual por parte del padre de su amiga: prefiere esperar cuatro horas en un descampado y que un desconocido la recoja a contarle a sus padres lo que ha pasado. Y eso también es significativo. "Había una falta de comunicación que parecía estructural y que debía ser así. Recuerdo envidiar aquellas familias de las series americanas en las que los padres y los hijos eran amigos y después de los problemas acababan abrazándose, pero eso era imposible", reconoce Rosario Villajos en una conversación con elDiario.es. "Ni mis amigas ni yo les contábamos todo a nuestros padres", admite.

En este formato de 'espera' en el que van pasando las horas —y el lector es testigo de la angustia y el miedo a través de un reloj dibujado—, la joven piensa en las historias de su vida: las pequeñas y las grandes, las banales y las importantes, las que puede controlar y la que no. Y es así como uno se sumerge de lleno en la vida de una mujer que empieza a conocer la crueldad del mundo demasiado pronto.

"Siempre nos decían que si hacíamos ciertas cosas, nos pasaría algo malo", dice Villajos, "pero Catalina es una chica buenísima, nunca hace nada y sin embargo le pasan cosas terribles". Confeccionar un personaje así es totalmente intencional. "Yo no tenía miedo a cruzar un descampado", confiesa la cordobesa, "era una adrenalina que me gustaba, me gustaba hacer cosas que se me habían prohibido. Confiaba muchísimo en mi instinto. Luego me he dado cuenta de que simplemente he tenido suerte". Si la protagonista corre la misma fortuna que la narradora es casi un misterio que parece no desvelarse, y lo que convierte por momentos la historia en una especie de crónica de terror es, precisamente, la incertidumbre.

Villajos dice que hacer autoestop "se parece mucho a esperar a que alguien lea el libro que acabas de publicar". La autora de obras como La muela (2021), Ramona (2019) o Face (2017) asegura estar colapsada por un síndrome de la impostora que viene, sobre todo, de las expectativas puestas por el premio. Pero La educación física parece ser un acierto. Ingeniosamente, traslada al campo del cuerpo aquella educación sentimental con la que Flaubert "retrataba la vida y la época de un joven burgués en el siglo XIX", señala la editorial, pero también funciona perfectamente como un juego de palabras con la educación misma de los padres, la religión, el colegio y los entornos sociales que se impregnaron de una forma atroz en la primera salida al mundo de las jóvenes de hace tres décadas. 

Implícita en el lenguaje, en las relaciones y por supuesto en los sucesos, la novela logra crear un ambiente honesto que recuerda en ciertas cosas al de Las niñas de Pilar Palomero y que indaga todavía más, a través de lo anecdótico, en la educación del cuerpo y su relación con las exigencias de 'ser mujer' antes de tiempo, con una época atravesada por la precariedad económica y con un contexto sociopolítico concreto.

"Creo que las niñas ricas viven la misma violencia machista, pero para ellas es mucho más fácil salir de su situación", opina Villajos. "El claro ejemplo es que cuando en una familia pija la hija cumple 18 años, los padres le compran un Land Rover para que en un accidente de tráfico muera el otro. Hay una diferencia social muy clara: su hija vale mucho más que el resto". Las vivencias de la protagonista siempre están, de alguna manera, tocadas por la recién terminada crisis de los 80 y por una cuestión de clase que impregna muchas más cosas de las que parece a simple vista. "Las niñas que desaparecen siempre son niñas de la periferia", comenta la escritora. "Recuerdo que en mi época los únicos casos de secuestros a chicas de La Moraleja fueron por dinero y no por violencia machista, aunque claramente también esté ahí", dice. 

Para escribir la novela, cuenta la autora, se valió de su propia experiencia de juventud, de testimonios ajenos, de "rumores del barrio" en el que creció y del "imaginario popular". Los abusos sexuales a niñas y adolescentes por parte de hombres del entorno cercano son mucho más comunes de lo que parece, y también mucho más invisibilizados. "Hay muchas historias compartidas en las que los propios padres violan a sus hijas, pero que luego se han disneyificado para recibirlo de una manera totalmente diferente. Si estas historias existen en el imaginario popular, es porque existieron realmente", afirma.

Pero Villajos quiere depositar un rayo de esperanza y alegar, precisamente, que la educación puede cambiar algo sistémico, empezando por las propias relaciones con los hombres. "El primer hombre que la recoge, uno de sus mejores amigos, su hermano o el chico con el que parece empezar una historia son buenas personas", comenta la autora, y son figuras muy valiosas para entender y motivar una necesaria educación hacia las nuevas masculinidades. Y, evidentemente, la educación en la novela acaba siendo también la clave para romper con los tabúes, los prejuicios y la falta de recursos de las mujeres a la hora de enfrentarse a los abusos sexuales y a los conflictos con sus propios cuerpos.

En La educación física el punto de partida es que la violencia está íntimamente ligada a la concepción del cuerpo de la mujer, pero la escritora deja claro que es un libro "totalmente abierto a las personas trans" porque lo que le parece importante es entender que "los cuerpos están bien como están: es la sociedad la que está mal y la que te obliga a hacer barbaridades", opina. "No nos han enseñado a escuchar el cuerpo, ni a abrazarlo ni a quererlo. Si nos enseñaran una verdadera educación física, sabríamos cómo respetar nuestro propio cuerpo con cosas tan simples como saber lavarse los genitales", ejemplifica Villajos, que dice estar "muy feliz con la ley trans" porque no obliga a nadie "a pasar por una cirugía para cambiar de género".

"Esta es la historia concreta de una chica concreta que se llama Catalina, que tiene una relación terrible con su propio cuerpo y que tiene menos ventajas en el mundo por ser una chica, pero por supuesto todo tiene que ver con la identidad y con cómo llegamos a odiar aquello que más representa a una persona", sostiene la escritora. "Yo he vivido mi generación y mi adolescencia, pero estoy superabierta a lo que tiene que decir la gente que vive ahora en el presente y que va a estar más tiempo en el mundo que yo", admite. La misma gente que tiene, en sus manos, el poder del cambio: educación física, educación feminista y educación sistémica para erradicar el problema. Para respetar el cuerpo.