Leer sus libros y examinar con ahínco el que se quedó en su mesilla de noche esperando a volver a ser manoseado se tornan en una especie de obsesión para el joven. "Se cae en los cuentos", explica el escritor a este periódico sobre lo que supone para su personaje adentrarse en estos volúmenes recién heredados. Y es que, para el autor de títulos como Papel mojado y Los objetos nos llaman, "la lectura es una de las experiencias más perturbadoras que existen". Darse cuenta de que, pese a ello, nadie lo había contado, prendió la mecha para embarcarse a contar esta historia.

Solo humo tiene tintes de homenaje al ejercicio de leer, al que erige como su verdadero protagonista. Millás reconoce que no le "preocupa" si se está o no perdiendo el hábito a la lectura; aunque sí reivindica su importancia durante la adolescencia, por su impacto positivo en la "construcción de la identidad".

¿Por qué decidió que una muerte fuera el punto de partida de su novela?

Lo que me impulsó a escribir el libro, y de ahí al arranque, es que en un momento determinado de mi vida pensé que jamás me habían contado ni había contado lo perturbadora que es la experiencia lectora. Cuando alguien habla de las disociaciones sufridas o gozadas por el LSD digo 'no, para disociación la que provoca la lectura'. Decidí que estaría bien escribir sobre lo perturbador que había sido para mí ser lector, que no deja de ser una especie humana rara que ve la vida de otro modo.

Lo que termino contando es la historia de alguien que con dieciocho años no ha leído prácticamente nada. En su cumpleaños se entera de que su padre ha muerto, un hombre al que no ha conocido porque le abandonó cuando tenía meses. De él solo tiene la imagen que le ha dejado su madre, por lo que para siempre ha sido una incógnita cómo era en realidad.

Lo único que le deja al morir es un piso y una biblioteca, que recorre buscando su rastro. No sabe por qué libro empezar, deambula hasta el dormitorio y en la mesilla de noche están las obras completas de los Hermanos Grimm. Empieza a leerlas y comprueba en sus propias carnes lo perturbadora que es la experiencia lectora porque se disocia completamente. Se cae dentro de los cuentos.

¿Ha sido complicado escribir sobre lo que implica leer?

La experiencia del escritor es muy parecida a la del lector. El escritor no deja de ser un lector que se pasa al otro lado del espejo. De hecho, se dice, con acierto, que cuando uno lee un libro, lo reescribe.

En un momento de la novela se dice que leer es una droga. ¿Lo es?

La lectura es un estupefaciente que dura mucho en el cuerpo. No importa si en alguna etapa de la vida se lee menos, no desaparece la mirada de lector sobre la vida.

¿Le preocupa que se pierda la afición por la lectura?

No tengo ni idea de si se está perdiendo o no. No sé si va a poder competir con los videojuegos. Pero, si tiene que desaparecer la lectura, desaparecerá. La vida del ser humano no tiene sentido de manera que da igual. En el conjunto de la humanidad han aparecido y desaparecido tantas cosas que no es algo a lo que dedique muchas energías.

Sí sé que la experiencia lectora en la adolescencia es muy saludable porque es muy buena en la construcción de la identidad. Uno confronta sus propias emociones con las de los personajes, identificándose con unos u otros. Al aprender a leer se aprende a leerse, porque el libro es una especie de espejo que te devuelve lo que hay en ti de perverso, solidario o bondadoso que seas; al verlo en los personajes.

¿Habría que repensar la manera de llegar al público adolescente para que se enganche a leer?

Cuando veo las campañas de fomento de la lectura tengo la impresión de que se hacen mal. Lo que se dice es que tienen virtudes de tipo práctico pero...

¿Qué aportaba a la historia que fuera precisamente la obra de los Hermanos Grimm la que se encuentra?

Son la gran recopilación europea de los cuentos de la tradición oral. El libro de referencia. Estos cuentos han atravesado siglos y siguen siendo eficaces, porque todavía se siguen contando a los niños. Deben de representar algo que está en el inconsciente colectivo. Si no, no habrían aguantado. ¿Cómo es posible que a los niños les gusten todavía La Bella y la Bestia, La Cenicienta, Pulgarcito o Hansel y Gretel? Que además duran entre cinco y seis páginas. Nos conciernen porque hablan de nosotros.

Vladímir Propp fijó en su Morfología del cuento los arquetipos que se repiten en los cuentos de la tradición oral: el héroe, el que le ayuda, el villano... Lo curioso es que estos están en los cuentos de la tradición oral en todas las culturas. En todas hay una Bella Durmiente, una Cenicienta, etc. La explicación a que estos arquetipos resistan es que todavía hoy siguen contándonos nuestra vida. Si yo consiguiera escribir un cuento de cinco páginas que atravesara los siglos... Ya habría cumplido. No escribiría más. Su resistencia es un misterio.

Contando con una trayectoria tan amplia, ¿le preocupa lo mejor o peor que envejezcan sus obras?

Es verdad que hay libros que envejecen muy deprisa. Rayuela de Julio Cortázar, que es un libro que mi generación leyó prácticamente de rodillas; ahora hay un consenso general sobre que ha envejecido mucho. No me he atrevido a volver a leerlo. Sin embargo, sus cuentos siguen tan frescos como el día en que se escribieron. También hay libros en los que en su momento nadie repara. Me pregunto si habrá una literatura secreta que no hemos descubierto, porque las razones por las que los libros triunfan o no triunfan son un misterio. De hecho, si se supieran, los banqueros serían editores porque cuando un libro tiene éxito se gana mucho dinero con él.

Más allá del éxito, ¿cómo llevaría que se emitiera ahora un juicio sobre alguna de sus obras por haber abordado una determinada temática? ¿Tiene sentido valorar las obras fuera del momento en el que fueron creadas?

Eso tiene un nombre y se llama presentismo: juzgar el pasado con los criterios de hoy. Desde el punto de vista de la percepción histórica y su escritura es un error. No puedes juzgar algo que ocurría en la Edad Media con los criterios del hoy porque los de entonces eran distintos.

¿Le preocupa que se haga sobre sus novelas escritas hace años?

¿Que pueda parecer incorrecta? La verdad es que no.

En la novela se debate sobre si el riesgo es algo que se afronta o se sufre. ¿Qué ha sido arriesgado en su carrera como escritor?

Cada una de las novelas que he escrito ha supuesto un riesgo. Te llevan entre dos y cuatro años. Y una vez publicada es muy difícil que te devuelva ni el 10% de la energía que te ha llevado. Escribir es una actividad de enorme riesgo emocional. Cada novela ha sido un salto al vacío.

El hecho de que una vez publicada la novela no sea capaz de devolverle la energía invertida, ¿a qué se debe?

No se fíe de los escritores que le digan que escribir es un placer permanente. Tampoco de los que digan que es una tortura. Escribir es una mezcla simultánea de las dos cosas. Un gran sufrimiento y un gran gozo incomparables con cualquier otra cosa. No hay dicotomía, es imposible destrenzarlas. Cuando usted se compromete con un periódico a escribir un artículo para un día en concreto, no tiene más remedio que entregarlo. De manera que no tiene ningún mérito que lo escribas porque tienes ese compromiso. Pero a escribir una novela no te obliga nadie, es pura disciplina. Y las coartadas que uno se busca para no escribir son brutales.

¿Cuántos escritores hay que no escriben? Que lo dejan siempre para mañana porque hay una sensación de que empezar una novela es empezar una aventura de auto riesgo. Los mejores escritores son los que no escriben porque no han puesto a prueba sus capacidades. Antes de empezar, la novela es siempre genial en la cabeza. Al arrancar a escribir es cuando aparecen las dificultades. El que no escribe puede mirar por encima del hombro porque cuando escribes ves que la perfección que imaginabas no se da en la realidad. Pero mientras estás en la fantasía... Eres el mejor escritor del mundo.

¿Ha tenido alguna idea que en su cabeza fuera genial y que después no haya acabado materializándose?

Nunca se me ha podrido una novela. Todas han salido adelante. Pero sí hay casos de colegas a los que se les ha hundido una novela a la mitad. Hay fracasos. Sé que soy un escritor de medio aliento. Un corredor de distancia media porque mis novelas nunca tienen más de 200 folios. Las primeras versiones tienen más pero cuando corrijo quito. Prefiero la intensidad a la extensión. Como lector soy muy aficionado a la novela corta y al cuento, y en ese espacio es donde mejor me muevo.