Aunque parezca increíble esta pieza nunca se ha expuesto en el museo y apenas se ha visto en dos exposiciones temporales. El bien es propiedad de Lola Fernández, bisnieta de Joan Miró, que la encontró en el estudio del artista, en Palma de Mallorca, y la depositó en la institución. En la ficha de la obra se indica que es “probablemente obsequio de Alberto Sánchez al pintor, en París”. 

Este periódico se ha puesto en contacto con la empresa familiar de la Sucesión Miró, para aclarar la procedencia de la figura sin firmar. Pero Fernández, que en 2018 cedió los derechos del logotipo de Turespaña al Gobierno español, ha preferido no responder acerca de la figura. Las dudas las resuelve Jaime Brihuega, doctor y profesor emérito de historia del arte en la Universidad Complutense de Madrid y exdirector general de Bellas Artes en el Ministerio de Cultura: “Seguramente Alberto se la regaló a Miró en París y es el primer boceto, en cedro, del gran tótem que plantaron a la entrada del pabellón [de España, en la Exposición Internacional de París, en 1937”. Coincide en la teoría del regalo, que también apoya la historiadora del arte Josefina Alix, antigua conservadora de escultura del museo Reina Sofía. 

“Cuando apareció la figurita nos reunimos en el Reina Sofía con Alcaén, hijo de Alberto, miembros del departamento de restauración del museo y yo opinamos unánimemente que era obra tallada por Alberto. Así que, tanto esta figurita, como el yeso de dos metros que conserva el museo, son los únicos "documentos tridimensionales" que tenemos de la pieza de 13 metros que se expuso en París”, sostiene Jaime Brihuega. El profesor ha estado de exposiciones en Berlín estos días y nos cuenta a su regreso que la “figurita” debe ser el modelo que Alberto mostró a Josep Renau, director general de Bellas Artes con la Segunda República y responsable del pabellón de España en la exposición de París. 

Renau hizo tres encargos para el pabellón: Picasso, Miró y Sánchez, que al presentarle esa figura de madera antes de abril de 1937 le hizo entrega de la consumación de la poética de la Escuela de Vallecas. Una vez aprobada la maqueta por el director general de Bellas Artes, en París realizó el yeso que conserva el Museo Reina Sofía, que serviría, a su vez, para hacer la gran escultura de cemento de 13 metros de altura. Ese pequeño bien de menos de 40 centímetros, que hoy no puede ver nadie, es la escultura más importante de la primera mitad del siglo XX en la historia del arte español. Renau, muy contrario a las armas abstractas de Alberto y Benjamín Palencia, debió quedar satisfecho con ese camino levantado como un tótem. Lo que planteaba el escultor toledano era conquistar la modernidad por lo popular. El propio Alberto dijo que su idea fue “levantar esas formas de la tierra”. La madera de cedro tiene talladas las líneas de la tierra removida, los yerbajos, el viento, surcos de los caminos y las piedras que pisan los caminantes. Por qué no, incluso, las formas que amontona el tiempo en el paisaje castellano. Su árido Toledo natal. 

“Alberto, un panadero, un tipo con boina, se coloca en primera línea de la vanguardia internacional”, dice con admiración Jaime Brihuega. Pablo Picasso, en octubre de 1963, lo definió como “un hombre muy grande, como aquella escultura que presentó en la exposición de París y que habría que buscar ahora, a saber dónde está”. Para Pablo Neruda, Alberto era “la más arriesgada aventura de la plástica española, la más atrevida exploración dionisíaca del mundo ibérico”. Y mientras el poeta chileno escribía esto sobre él, Alberto renunciaba a la escultura. 

“Ahora hay cosas que me interesan mucho más que el arte individual: la solución del hambre en España y el trabajo de todos. Es decir, la revolución económica. Sin el triunfo de ésta en el más perfecto orden mecánico, no es posible la revolución del espíritu. Es decir, para entrar de lleno en la revolución espiritual es necesario una cosa: todos los hombres y mujeres tienen que estar libertados. Esto no es posible si no nos ponemos a trabajar todos en cosas útiles y lo útil es trabajar en un laboratorio, taller, fábrica, campo. Lo demás es empañarse a sí mismo”, dijo Alberto Sánchez en una conferencia en el Ateneo de Madrid, en 1932, siete años después de abandonar su empleo como panadero para dedicarse a la escultura. Renegó de todo ello hasta la llamada de Renau. El pueblo español fue la última escultura que hizo antes de exiliarse a la Unión Soviética. Nunca más volvió a España.

Entonces, ¿dónde está la escultura de París? Jaime Brihuega tiene una hipótesis: “Haberla pulverizado hubiese sido muy costoso. Tal vez esté enterrada (como simple escombro) en París o, incluso, en Valencia o Barcelona cuando regresaron las obras”. “Yo la he buscado debajo de las piedras. Y nada”, dice Josefina Alix por teléfono. Esta conservadora jubilada es la responsable del rescate de las piezas que formaron parte del Pabellón de España en la Exposición de París. Pero no ha podido encontrar ni el mural que hizo Joan Miró, ni la escultura de Alberto. Ambos bienes han desaparecido. Alix cree que la pieza de 13 metros fue troceada, metida en cajas y devuelta a España. Pero no hay rastro. De alguna manera recuerda a la desaparición de la escultura de 38 toneladas de Richard Serra, perdida por el museo Reina Sofía, en 2006.

En 2001, Brihuega y Concha Lomba comisariaron la retrospectiva de Alberto Sánchez en el Reina Sofía y para celebrarlo, la dirección encargó una nueva versión de El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella. “Era una vieja idea que tenía el director entonces, Juan Manuel Bonet”, dice Brihuega. La réplica que recibe en la entrada principal del centro mide casi 20 metros y pesa siete toneladas, y fue realizada por el artista valenciano, Jorge Ballester, sobrino de Renau. Ballester creó los moldes de la pieza monumental con ayuda de un maestro fallero. “Con los moldes se hizo en cemento y Jorge patinó a mano la superficie de la escultura”, añade Brihuega. 

En estos momentos, tras la inauguración de la nueva narrativa de la colección permanente diseñada por el ex director Manuel Borja-Villel, el yeso de El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, de casi dos metros de altura se expone en la sala, acompañado por fotos del pabellón. Entre ellas no está la fotografía que hizo Dora Maar a este mismo yeso, mientras Alberto lo trabajaba en París, entre marzo y julio de 1937, para la exposición. No se sabe cuándo perdió la estrella y la paloma, pero esta escultura y el proceso de creación de Guernica fueron las únicas piezas por las que se interesó Dora Maar de aquel pabellón español. 

La foto nos la hace llegar Josefina Alix. Se encuentra alojada en los archivos de la Reunion des Musées Nationaux de Francia. Lo que no había contado en público es cómo hizo para que el yeso entrara en el centro madrileño y ya no regresara a Barcelona, al Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC), donde estaba depositada esta pieza junto al resto de obras del Pabellón Español de la República. En 1987 organiza en el Reina Sofía la exposición dedicada a recordar el pabellón y pide prestado el yeso de Alberto Sánchez al MNAC. La institución catalana conservaba en depósito las obras porque habían llegado a Barcelona en 1938, donde resistía sus últimos días el Gobierno de la Segunda República. Se almacenaron en los bajos del Palau Nacional de Montjuic. Otras llegaron al MAN de la Ciudadela. Y allí se conservaron en silencio, olvidados, hasta el comienzo de las obras de transformación del edificio, en los años ochenta. 

“Acabó la Guerra Civil y allí permanecieron durante toda la dictadura. Salieron a la luz por casualidad, cuando se iniciaron las obras para hacer el nuevo museo, el MNAC”, recuerda la historiadora. Josefina Alix había iniciado su investigación años antes, en los fondos del Archivo de la Junta de Incautación, que estaban sin ordenar. Tenía claro que las obras estaban en Barcelona. Allí se encontraron unas 270 obras, entre pinturas, esculturas, dibujos y grabados, casi todas ellas fechadas entre 1937 y 1938. Y todas se referían al mismo asunto, la Guerra Civil española. El descubrimiento fue significativo porque algunas de ellas conservaban en el reverso una etiqueta del Pabellón Español de la Exposición de Arte y Técnica de París de 1937. Y se habían dado por perdidas.

“Esto no ha interesado hasta el momento porque mucha gente se ha aprovechado del expolio”, dice rotunda Josefina Alix. Se refiere a la apropiación de obra de arte en la inmediata posguerra, que en elDiario.es hemos investigado en el último año. Recuerda que el entonces ministro de Cultura, José Luis Jiménez Clavería devolvió muchas de aquellas obras que se encontraron en los bajos del Montjuic. Pero es un asunto pendiente. En este periódico hemos contado las dificultades que tuvo la familia de Emiliano Barral para rescatar las esculturas de su pariente, depositadas en el MNAC.

El MNAC muestra desde el año 2014 la colección de arte de la Guerra Civil. Y en 2022 el centro inauguró cinco nuevas salas dedicadas a la guerra. “Desde entonces estas obras están ampliamente expuestas en la permanente”, explican desde el museo. El MNAC tiene depositadas del Servicio de Defensa del Patrimonio Nacional 117 obras, que fueron llegando al museo hasta los años cincuenta. Son obras pendientes de entregar a sus legítimos dueños. Además de estos bienes, del Pabellón de la República, el MNAC conserva 57 obras depositadas. “Una de ellas cedida en préstamo al Reina Sofía”, indican desde el MNAC.

Este “préstamo” al que se refieren desde el museo catalán es el famoso yeso de Alberto Sánchez. Sin embargo, no es un préstamo. En 1991 la familia del escultor cedió la pieza al Museo Reina Sofía. Es la única pieza del Pabellón de París, junto con Guernica, que no se muestra en el MNAC. ¿Por qué? “Para montar la exposición de 1987, el museo pidió al MNAC que le prestara la pieza. Y accedieron. Comuniqué a la familia que la obra había llegado a Madrid. La familia tomó posesión de la escultura entonces y decidieron que su sitio era el museo Reina Sofía”, recuerda Josefina Alix. En la ficha de El pueblo español, expuesto en sala sin la estrella ni la paloma, se aclara que es una donación de los herederos al museo madrileño, confirmado por Orden Ministerial de noviembre de 1991.