Hasta ese día, yo no había prestado a Conrad la atención que merecía. Siempre me tiró más Jack London o Rudyard Kipling o Herman Melville. Pero Mario me convenció de su importancia. Me enseñó que Conrad había sentado las bases de la novelística americana del siglo XX. Sin ir más lejos, Hemingway es un cruce bastardo de Conrad y Mark Twain, de la misma manera que Scott Fitzgerald lo es de Conrad y de Henry James. ¿Y qué decir de Faulkner? Otro cruce de Conrad, pero esta vez con Melville.

Las resonancias verbales de Conrad te atrapan en la espiral de un estilo único. La sintaxis serpenteante de su prosa se identifica con los instantes prolongados de las piezas de Erik Satie, pero también con la armonía que subyace en las obras de Debussy. Una complejidad iluminada por las antorchas del impresionismo sonoro con el que empezó la historia de la música contemporánea y el pase de magia que tuvo en el jazz su herencia más destacada. En su relato titulado Tifón, Joseph Conrad nos describe una tormenta en alta mar, cuando la naturaleza desata toda su cólera sobre el vapor Nan-Shan, un buque mercante cargado de trabajadores chinos que regresan a sus casas. Conrad cuenta la tempestad desde dentro.

Lo consigue con un estilo denso y fantasmal a la vez, una forma de trasmitir que sólo ha sido superada por el saxo de Charlie Parker, el músico que mejor ha sabido imitar a la naturaleza cuando la naturaleza no se deja someter. Y luego está lo otro, la quietud, el rostro del capitán Mac Whirr, tan corriente e inmutable como las notas que arrojan las tradiciones folclóricas de las que los impresionistas tomaron prestado su color local. Además, Ravel y Debussy también navegaron por los mares estrechos de la China, cargados de realidades y de símbolos exóticos que fueron construyendo su relato, traduciéndose en las notas de una escala precisa y ambigua a la vez, como precisa y ambigua es, a su vez, la prosa de Conrad.

Leo y releo a Joseph Conrad; así me sumerjo de lleno en el recuerdo de mi amigo, el editor Mario Muchnik, que se largó hace un año al otro lado del río, donde el corazón queda envuelto en tinieblas y todo lo demás deja ya de tener importancia. Para siempre.