Un tema que Scorsese elevó a los altares y que Ben Affleck recogió mostrando una preocupación que le tocaba en lo íntimo. Es curiosa la forma en que sus obras terminan mostrando aspectos personales en productos que son, a priori, made in Hollywood. Sus películas muestran esa misma tensión. Son filmes hechos en el seno de los estudios, con toda la maquinaria de la industria, y en donde él intenta ser personal aunque sea difícil.
Esa misma idea se encuentra en el centro de Air, su nueva película que llega siete años después de Vivir de noche y tras haber intentado convertirse en Batman y entrar en el universo DC. Sobre el papel, el filme es una oda al sueño americano, la historia de Michael Jordan antes de ser la mayor estrella de la NBA. Cuando no estaba ni en la lista de los mejores jugadores universitarios. El mismo momento en el que Nike no era todavía Nike. Converse y Adidas eran las marcas que dominaban la industria baloncestística, mientras que Nike intentaba hacerse un hueco buscando a las futuras estrellas.
Los mimbres de esta historia apestaban a azúcar. A historia bienintencionada sobre el poder del deporte y sobre cómo un eterno perdedor —un personaje arquetípico hollywoodiense— al que da vida Matt Damon apuesta por Jordan y ambos terminan cambiando la historia del deporte y de las marcas. Realmente Air es la historia de unas zapatillas, las que crearon para el jugador. El guion de Alex Convery consigue convertir en algo interesante y hasta épico el proceso de la empresa para convencer al deportista de que apostara por ellos cuando no eran la opción más lógica. Convery realiza una maniobra parecida a la que hizo Aaron Sorkin en Moneyball. Una película deportiva en la que no hay ni un solo partido de baloncesto. En lugar de ello, hay mucha conversación de despacho, mucha ironía y mucho buen rollo. No es tan afilado como Sorkin, pero tampoco lo pretende. A cambio, gana ser una película mucho más accesible y popular.
Que Affleck se lo pasa pipa con esta película se nota en el ritmo que le imprime, en el tono socarrón y, sobre todo, en el papel que se reserva: el del CEO de Nike. Un personaje hortera, ególatra y que recurre a filosofía barata y new age. También es quien desafía las normas del momento, sobre la bocina, para tener a Jordan en su plantilla. El director vuelve a mostrar su mejor versión. Air es un filme hiperdisfrutable, con un fino sentido del humor y que mantiene el equilibrio perfecto para emocionar sin caer en el sentimentalismo. Una obra que encuentra su culmen en la reunión donde Nike convence a la familia Jordan gracias a un inteligente montaje con los momentos más bajos de la carrera de Jordan, ilustrado con imágenes de archivo, ya que nunca se ve el rostro al jugador de baloncesto en la ficción.
Pero es en su discurso paralelo donde la película se revela como algo que vuelve a unir un entretenimiento de gran estudio con los intereses del realizador. Air acaba siendo una película en donde la protagonista es la madre de Michael Jordan, una matriarca interpretada por Viola Davis —fue el propio Jordan quien pidió que se la contratase— que cambia las reglas empresariales. Hasta aquel momento todos los derechos de venta de las zapatillas que calzaba cada jugador eran para la marca, pero fue la señora Jordan quien entendió que el valor que adquirían se lo daba el que fuera su hijo quien las llevara puestas. Fue la primera vez que un deportista conseguía llevarse su plusvalía.
Affleck lo cuenta como un atentado al statu quo de las grandes empresas del momento, y es aquí donde el filme muestra cierta hipocresía propia del blockbuster hollywoodiense. El dinero cambió de manos, sí, pero lo hizo para enriquecer a deportistas que ya de por sí eran ricos. Aunque el director intente convertir la hazaña de Jordan en algo propio de un Robin Hood del deporte, realmente solo es otra cara del capitalismo. El dinero se mueve en las mismas manos, pero nunca llega a los márgenes.
Es curioso que sea Air la película con la que Affleck y Damon hayan inaugurado su nueva productora, Artists Equity, una empresa que pretende revolucionar Hollywood repartiendo sus beneficios entre actores y técnicos, normalmente olvidados en esta ecuación. Una forma de revalorizar al equipo técnico en momentos donde el streaming se queda con los derechos de los productos haciendo que los implicados no suelan ver un solo euro. Ambos han visto en la historia de Michael Jordan un reflejo de la suya. Si Jordan desafió a la NBA para llevarse el dinero que le correspondía, los dos actores y guionistas han decidido que ellos también merecen su parte del pastel. Ben Affleck quiere ser Jordan, una estrella popular que se encuentra incómoda en el sistema, pero que en el fondo está encantada de contar lo humilde que es desde su mansión de Los Ángeles.