Santa Rita es el paraíso que ha creado Elia Barceló para situar sus tramas criminales. “Hay muchas lectoras y lectores que me han dicho, oye, ¿dónde se reserva la habitación?, quieren venirse a vivir”, cuenta la autora, entre risas. “Yo también querría vivir en Santa Rita, donde hay un grupo de gente de toda la gama de edades que ha elegido vivir allí, que tienen su independencia pero todos colaboran en la casa, la cocina o el jardín, hacen paellas, fiestas… son como una especie de gran familia, cada uno con sus ideas religiosas o políticas”, explica la escritora.
Ese lugar dio nombre a su novela anterior, Muerte en Santa Rita, en la que los habitantes del lugar desentrañan un crimen, y es el escenario de su nueva obra. Barceló tiene una prolífica carrera literaria en la que ha publicado 30 novelas con las que alterna literatura histórica, realista o criminal. Fue la primera mujer en obtener el Premio UPC, con El mundo de Yarek, el más importante de España en ciencia ficción, y en 2020 ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por El efecto Frankenstein.
En su saga sobre Santa Rita, Barceló ha construido palmo a palmo una comunidad utópica en medio de la sociedad capitalista e individualista del siglo XXI, en la que tienen una presencia importante unas cuantas mujeres fuertes, que han tomado decisiones para romper con unas vidas que no les hacían felices. La escritora lleva toda la vida eligiendo a mujeres para sus papeles protagonistas: “Para mí es muy importante, ya con 30 años pensaba en la vergüenza que supone que las mujeres no estén representadas en el arte a partir del momento en que más o menos dejan de resultar sexualmente atractivas a los hombres. O sea, en cuanto una mujer entra en la menopausia, no está en las novelas, no está en las obras de teatro, no está en las películas. Si a una mujer le quedan estadísticamente 30 o 35 años de vida, ¿es que ya no le va a pasar nada importante, ya no vale la pena hablar de ella? Eso de que las mujeres siempre tengamos que ser personajes secundarios en la vida de un señor no puede ser, nosotras somos protagonistas de nuestra propia vida y mis personajes lo son”, reivindica la escritora.
Entre ellas, en su nueva novela Amores que matan (Roca, 2023) destacan las mujeres mayores, de mediana edad o incluso ancianas, como Sofía, la dueña de Santa Rita, que tiene 93, y una vida activa. “A mí me parece que es muy importante que la literatura ofrezca caminos, modelos, la posibilidad de identificarte con tu situación actual. Es un fastidio que a todas las mujeres, que son la mayor parte de la masa lectora, se nos obligue a identificarnos con mujeres de entre 24 y 42 años. Cuando voy a clubes de lectura o sesiones de firmas, hay montones de mujeres de todas las edades que me dan las gracias por ofrecerles una posibilidad de identificarse de verdad con alguien que ya no es jovencita”, cuenta la escritora.
Una de esas mujeres de la novela es un personaje real, la pintora Marianne von Werefkin, perteneciente a la aristocracia rusa, que en su juventud, a finales del siglo XIX, fue conocida como “la joven Rembrandt”. Fue mentora y después amante del también pintor ruso Jawlensky y durante años abandonó su carrera por potenciar la de él. Ambos se trasladaron a Munich, donde Werefkin conoció a Kandinsky, y de sus charlas surgió la idea de la abstracción, de la que Kandinsky se apropió como exclusivamente suya. Cuando su marido la abandonó, Marianne renació, se fue a Suiza, volvió a pintar y obtuvo un reconocimiento importante.
Elia Barceló ha querido que en algún momento de su vida Marianne von Werefkin se cruzara con Santa Rita, donde aparecen escondidos cuadros suyos, de Jawlensky y hasta un Kandinsky desconocido. La pintora es una de esas mujeres que se han plantado frente a las circunstancias que les condicionaban la vida. “Y se han dado cuenta de que hay relaciones venenosas que te destruyen y que es mejor dejarlas, y que hay otras relaciones positivas y muy agradables que pueden ser estupendas sin el componente, por ejemplo, del sexo, de la explotación o la humillación”, cuenta Barceló.
En Amores que matan flota la cuestión de la memoria, en la que se pierde a veces la anciana dueña de Santa Rita, o en la que bucea su sobrina para reconstruir la historia familiar. “Ese es uno de los temas centrales para mí desde que empecé a escribir: la memoria, la narración del pasado. Lo que me interesa es cómo mantenemos el pasado a través de las palabras. Las palabras son manipulables, tú recuerdas unas cosas y otras cosas las fabulas. Siempre hay agujeros donde no hay recuerdo, y para que las cosas se unan tienes que fabular lo que queda en medio. Y una vez que lo has contado dos o tres veces, la historia es así y tú ya no eres consciente de que has estado fabulando, crees que fue así. A mí eso me interesa mucho: el pasado, la memoria, la fabulación”.
Otro de los grandes temas que atraviesan la escritura de la alicantina es el amor en todas sus variantes. “El amor es la gran fuerza del universo. Fíjate lo que pasa en el mundo en general, todo lo que hacen los seres humanos lo hacen por amor o por desamor, no amor en plan romántico, de mirarse a los ojos y las estrellitas y tal, sino amor como afecto, cercanía, lejanía, envidias, odios. Todo surge por amor o por falta de amor. Para mí el amor es como la gravedad, no se trata de que lo creas o no lo creas, está ahí. Las cosas caen para abajo, tanto si crees en la gravedad como si no crees. Y el amor te mueve y te afecta, tanto si te lo crees como si no te lo crees. Es de las pocas cosas que tengo claras”, asegura Barceló.
La escritora considera a la muerte como el tercer elemento sobre el que pilotan sus novelas, y la celebración de la vida como excepción a la muerte. “Para mí la muerte es a veces terrible, pero a veces es una liberación, y a veces es una inmensa curiosidad por lo que viene después. Por eso me viene muy bien que Sofía tenga 93 años, porque reflexiona mucho sobre la muerte y no lo hace de manera terrible ni trágica. Sabe que cada cosa que ve, toca, o huele, posiblemente sea por última vez y lo aprecia enormemente”, cuenta Barceló
En Amores que matan, Barceló narra una escena de gozo compartida por tres mujeres que, por primera vez en sus vidas, se bañan en el mar, en los años 30 del siglo pasado, sabiendo que no lo podrán repetir nunca. Esa playa de pinos, la luz, el sabor de la sal, el tacto de la arena caliente y el agua colándose entre los pliegues de sus enaguas, conforman uno de los homenajes al paisaje Mediterráneo en el que Barceló ha nacido, aunque vive desde hace 40 años en Austria. “Soy mediterránea y también soy austriaca, también soy centroeuropea. Me gusta mucho el paisaje de los Alpes, pero cada vez que vuelvo y veo ese azul del cielo con las buganvillas y las palmeras, quiero compartirlo. Además, me cansé muchísimo de tantas novelas negras con nieblas y fríos, con gente depresiva y alcohólica. En el Mediterráneo lo del crimen se lleva de otra manera, con otra alegría, ¿por qué no?”, cuenta entre risas la escritora.
Esa dualidad entre Mediterráneo y centroeuropa está en sus obras, en las que quiere reivindicar la novela europea y alejarse de la omnipresente identidad estadounidense. “Yo soy una europeísta convencida, quiero que seamos Europa. Quiero darle un impulso a esa conciencia de que somos europeos y también a que las lenguas son riqueza. Una cosa que siempre me ha molestado de los escritores anglosajones es que dan por hecho que todo el mundo habla inglés y todo el mundo entiende inglés. Y ellos en sus novelas ponen un señor o una señora que viene de donde sea y, oye, habla inglés. Viene un extraterrestre y resulta que, misteriosamente, también habla inglés. Y la realidad no es así. En mis novelas hay gente que habla otras lenguas, o que no entiende la lengua en que se está hablando, porque esa es la realidad”, explica la autora.
Elia Barceló empezó escribiendo ciencia ficción, y sigue alternándola con otros géneros. Aclara que para ella este género es una forma de análisis sociológico: “Una de las líneas de mi ciencia ficción es la prospección inmediata, o sea, hacer historias con lo que ahora ya empieza a ser posible técnicamente, preguntándome a dónde nos va a llevar. Hago historias en las que estiro un poco lo que aún no se puede hacer, pero casi, y ver qué pasa. Por ejemplo, una de las historias que he escrito que más éxito ha tenido se llama Mil euros por tu vida, de la que hicieron incluso una película llamada Transfer. En ella es posible transferir la personalidad y la memoria completa de un individuo a otro, y hay personas que ceden su cuerpo para que sea habitado por los señores que se lo pueden permitir. Te puedes imaginar que los que ceden su cuerpo son todos africanos que han llegado al límite extremo de la pobreza y para que sus familias puedan sobrevivir, ceden su cuerpo durante 20 horas al día”.
Una distopía que recuerda a series como Black Mirror. “Solo que yo lo escribí mucho antes de Black Mirror. Para eso sirve la ciencia ficción, para inquietar, para hacer pensar, para que te enfrentes con dilemas éticos que tú pensabas que no iban a suceder. En los años 60 ya se empezó a hablar en ciencia ficción de cuándo sería posible implantar un óvulo fecundado en el vientre de una mujer y quién sería la madre. Nosotros ya leíamos esas cosas y todo el mundo decía: se os va la olla, ¡qué tontería más grande! Y mira dónde estamos ahora”, reflexiona Barceló.
Elia Barceló, que además es colaboradora de la sección de Opinión de elDiario.es, se considera una persona literariamente inquieta y omnívora. Sitúa en el primer lugar de su jerarquía el género fantástico, pero afirma tener muchos amores en la literatura. “La narración es narración, tu fábula es igual cuando hablas del sufrimiento vital de un minero en Gales que cuando hablas del sufrimiento de un fantasma que no consigue pasar al otro mundo. Es hablar de seres humanos en circunstancias más o menos extraordinarias, que es lo que a mí me gusta. Yo me enamoro de mis historias y cada vez me enamoro de un tipo de historia y la cuento”, explica la autora.
A la hora de escribir, Barceló se plantea quién abrirá las páginas de su libro, afirma que siempre se dirige a un público con criterio: “Suena muy elitista y muy estúpido cuando lo digo, pero es que es así. Yo escribo para gente inteligente, para gente que quiere colaborar conmigo, poner su propia experiencia, sus propios recuerdos y entre los dos creamos un mundo más grande, no quiero darlo todo absolutamente masticado. Por eso hay muchos momentos en mis novelas en que tienes la sensación de que tienes que esforzarte un poco para saber de quién estoy hablando o de qué estoy hablando. A mí me parece que siempre hay una colaboración entre quien escribe y quien lee, por eso yo siempre pienso en los lectores. El texto, si está entre las dos tapas del libro está muerto, no sirve para nada si no hay alguien que lo lea. Las estanterías de las bibliotecas están llenas de muertos, de libros que no han sido sacados durante décadas y están muertos, pobrecillos, hasta que alguien los abre y de repente vuelven a vivir”, concluye la escritora.