De ese lazo tan físico nació un texto donde los géneros también se difuminan en favor de una escritura dirigida a “nombrar y disfrutar lo que sucede”. Incluso relatos como Garabatos y Rascacielos, que aparecen en la segunda parte del libro y aparentemente bordean la paternidad para tratar la amistad en la infancia o el primer amor de juventud, “jamás los hubiera escrito si él no hubiera nacido”, apunta Zambra. Tener un hijo, como a muchos padres y madres, le llevó a examinar su niñez y la relación con su propia figura paterna, con quien establece un diálogo en los últimos ensayos de Literatura infantil: anécdotas como las videollamadas abuelo-nieto durante la pandemia o los infructuosos viajes de pesca con Zambra-padre evidencian aún más la triada padre-hijo-nieto que vertebra una obra centrada en la comunicación masculina.
“Los últimos textos se pueden leer en clave de reconciliación, pero no son solo eso”, asevera el autor. “El libro es una pregunta acerca de cómo comunicar el espacio de la incertidumbre; nos criamos con la sensación de tener transmitir certezas, y luego nos dimos cuenta de que nuestros padres también eran frágiles, y sus violencias eran la manifestación de su torpeza, de su incapacidad incomunicativa”, dice. Zambra no solo imagina como interlocutor a un Silvestre futuro —aunque en ocasiones prefiere creer que su hijo “nunca ve esas fotos, que nunca lee nuestros libros, que nunca lee este ensayo”—, sino a un inexistente hermano menor, un pretexto que justifica su estilo literario definido por la claridad, por la voluntad de dialogar y hacerse inteligible para el otro.
“Aún así, yo creo que el estilo no es un punto de llegada, en todo caso, uno puede llegar a tener una retórica, uno sabe lo que no quiere hacer: a pesar de que siempre fui un niño deslumbrado por las palabras raras, siempre quise escribir con las mismas palabras que podía decir en una conversación”, recalca el entrevistado. “Disfruto leyendo a autores que no entiendo del todo, pero siempre estuvo en mí esa dimensión conversacional, ese deseo apelativo”, sostiene.
Podríamos decir que Zambra propone una literatura de vínculos, y los familiares siempre ocupan un espacio central en su obra. Están, por ejemplo, Vicente y Gonzalo, el hijastro y el padrastro que tanta ternura despertaron en los lectores de Poeta chileno. O el padrastro que cuenta historias sobre parques para lograr que su hijastra duerma en La vida privada de los árboles. En la experiencia vital y literaria de Zambra, se entrelazan padrastía y paternidad; de hecho, algunas partes de Literatura infantil fueron escritas antes de Poeta chileno. “Cuando nació mi hijo interrumpí todo, no quería ninguna rivalidad entre literatura y crianza, quería que mi hijo, desde bebé, sintiera que la literatura tiene que ver con la vida”, explica, mientras la mañana avanza perezosamente en la Ciudad de México. “Fue un privilegio y quise aprovecharlo, mucho de mi paternidad también se filtró en Poeta chileno”, cuenta.
¿Y por qué todavía encontramos pocos relatos sobre la paternidad? Primero, porque “uno enfrenta el riesgo de parecer sentimental, de mostrar demasiado”, opina el escritor, un miedo que se desprende, como señala en el texto, “de la antigua y masculina idea de lo comunicable”. Segundo, por la falta de referentes. “Lo que me impresiona es la ausencia absoluta de una tradición (...) nuestros padres intentaron, a su manera, enseñarnos a ser hombres pero no nos enseñaron a ser padres”, escribe en las primeras páginas de Literatura infantil, y durante la entrevista confiesa haber leído libros de autoayuda ante el nacimiento de su hijo. Ninguno le dio respuestas, como tampoco las referencias literarias que disemina a lo largo de la obra: entre otras, Massimo Recalcati con El secreto del hijo, Daniel Pennac en Como una novela o David Wagner con Cosas de niños.
Entre todos los descubrimientos que entraña ser padre, el autor destaca el de la propia literatura infantil, considerada un género menor en un mundo adultocéntrico. “Todavía tenemos la biblioteca perfecta en casa, donde todos los libros han sido leídos tres o cuatro veces, la de nuestro hijo”, dice Zambra. Él mismo publicó en 2022 un libro infantil, Mi opinión sobre las ardillas, que también surgió de una anécdota personal, cuando Silvestre se dio cuenta de que su padre tenía miedo a las ardillas: “Lo bonito de este tipo de literatura es que es un género de compañía, y que las ilustraciones no sean tributo de las palabras”.
Que nadie busque grandes respuestas sobre la paternidad en Literatura infantil, acaso, como desea el autor en las últimas páginas, “un guion para esos lentísimos paseos del futuro”. Más allá de las disquisiciones entre lo que es y no ficción, entre los ensayos y los relatos, los aforismos y los poemas, para el autor “tiene sentido que esto sea literatura", no le interesa "cerrar una reflexión, y menos una que solo puede ser personal”, asevera. “Lo importante es estar a favor de una comunicación distinta, especialmente para quienes crecimos en una dictadura, para quienes la figura del padre también era la del dictador”, dice. Sobre ese pasado no tan lejano escribió en Formas de volver a casa, una novela donde registraba el Chile de su infancia, el de los padres que también fueron víctimas, pero también cómplices, del régimen de Pinochet.
“Me cuesta mucho construir la nostalgia por un orden antiguo, prefiero el desorden, por eso adoro la literatura que permite hablar desde la contradicción”, prosigue. Y reafirma la idea que subyace en su escritura, probablemente también en su forma de entender la vida y la crianza: “Yo confìo más en la conversación, es lo que más me satisface como padre”. En el viaje a España para promocionar el libro, esta vez Silvestre lo acompañará para que no quede interrumpida esa conversación. “Tengo que enseñarle que su apellido suena distinto allí”.