“Aquí no hubo ese tipo de levantamientos. Quizá porque en España no tenemos ni mala conciencia por nuestro racismo”, explica por teléfono el artista conocido como Ampparito. Acaba de hacer pública su acción, en el centro de Madrid, sobre varias estatuas de la ciudad. Hace desaparecer fragmentos de los monumentos en la vía pública con decenas de espejos, apoyados sobre el suelo. El artista ha probado desde el pasado diciembre el método hasta afinarlo técnicamente y ha encontrado la manera de hacer desaparecer los monumentos o de cambiarle el color a la bandera, sin lastimarlas. Es decir, sin exponerse al Código Penal. Con la luz del sol borra los símbolos que molestan. “No tiene la misma potencia política de arrancar una estatua. Lo que yo hago está entre la belleza y la crítica, no es comparable con aquel movimiento. Esto sería una caricia y lo otro es un tornado”, matiza el creador, que dice sentirse inspirado por aquel toro-cielo de Osborne, que hicieron desaparecer en Galicia bajo una mano de pintura azul.
Quinn dijo otra cosa interesante aquel día: no había colocado la escultura como solución permanente. Era “una chispa”, que se encendió con la esperanza de atraer la atención sobre un problema pendiente de solución. “El racismo es un problema inaceptable, institucionalizado, al que todos debemos enfrentarnos”, dijo el artista británico. La acción de Ampparito también es un chispazo. Cuando no usa espejos tintados de azul para que las cabezas de las esculturas se pierdan en el cielo, reúne a vecinos y vecinas, los invita a participar con sus propios espejos a que proyecten el reflejo sobre la parte elegida. El destello que provoca es cegador. “Con los espejos tintados de azul camuflamos las figuras y con los normales hacemos que fijar la mirada sea imposible”, cuenta el artista que no reivindica la acción como arte. “No creo que sea posible mercantilizar. Está hecho como un acto de reunión y de participación, no como una acción para monetizar en el mercado. Además no tendría cabida en una feria”, asegura Ampparito. La acción es tan efímera como la luz.
“Podemos convertir la bandera nacional en la bandera republicana. Basta con proyectar un reflejo azul sobre la franja roja inferior”, explica. De esta manera evitan el perjuicio del símbolo y en el caso de los monumentos, el del bien. Este verano hará la acción en un festival en Francia, con un pelotón de participantes mucho mayor, y posiblemente intervendrán en la bandera nacional francesa. Pero todo está abierto. Son los vecinos los que deciden qué quieren borrar con su actuación. Esa es una parte esencial de estas acciones, la intervención directa de la ciudadanía sobre elementos en la vía urbana que existen sin su consenso. La instalación de monumentos no forma parte de la conversación pública y libre sobre la construcción y definición de las calles. El mejor ejemplo es el polémico monumento a la Legión, inaugurado por el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida (PP), saltándose el control del consejo ciudadano. ¿No tiene pensado intervenir esta figura criticada por ser un homenaje racista? “Sí, pero para el bronce se requieren muchos más espejos. La luz no refleja con la misma nitidez que sobre la superficie blanca de una piedra. Para una estatua de este tipo empleamos algo menos de un centenar de espejos y para el bronce son necesarios muchos más de 100. Además, hay que ir moviéndolos en el suelo, siguiendo el movimiento del sol”, señala el decapitador lumínico.
Recuerda que en la primavera árabe, en junio de 2013, los manifestantes contra Mohamed Morsi usaron punteros láser de color verde para expresarse, pero también para neutralizar a los helicópteros. Desde la plaza Tahrir de El Cairo (Egipto) apuntaban a los aparatos y los anulaban. “El arte también puede romperse en la calle, porque en la vía pública está activo y vivo. Por eso no suele gustarle salir de los museos, de las galerías y de las ferias. No hay mejor pedestal que un museo. El artista en la calle debe estar abierto al conflicto, porque intentas modificar la ciudad como puedes. Lo más importante de actuar en la calle es que la gente no lo ve como arte. No hay una lectura artística y su mirada no está domesticada”, cuenta Ampparito, que como artista trata de desaparecer en sus acciones. Está ausente, se borra en la acción ciudadana. Otro rasgo más del antiartista. “Para mí es más fácil trabajar sin estilo y no quedar prisionero de unos modos, de los que no podría escapar”, sostiene.
Define estas acciones como “actos democráticos, al contrario que los monumentos que invaden las calles”. Llama la atención sobre el hecho de que como ciudadano no tienes potestad para intervenir sobre ellos. De hecho, cree que no es una buena idea la retirada de una estatua como la del soldado de la Legión, que lo ideal sería permitir la vandalización. Y que quedara a la vista, que no se restaurase, ni se reparase, que esa reacción fuera visible. Así que borrar con luz es un acto en absoluto dañino para los bienes, con el que puede eliminar el caballo y dejar solo al jinete o viceversa, borrar un brazo sin alterar la materia... “Con 100 espejos eres capaz de quitar lo que te propongas. Modelar esculturas que nos han sido impuestas. Con nuestros espejos no las tocamos, pero las molestamos”, cuenta. Y avisa que en otoño se avecina una gran quedada, porque es la época ideal para hacer desaparecer monumentos: los árboles se quedan sin hojas y entonces el cielo es mucho más accesible a los reflejos cegadores. “También podemos borrar el pedestal”, amenaza. La fase técnica ya está superara. Ahora Ampparito y los vecinos trabajarán la semiótica.