El volumen forma parte de la colección Episodios Nacionales con los que la editorial emula los publicados por Benito Pérez Galdós, poniendo el foco en la historia reciente de España a través de novelas escritas por autores contemporáneos. Zapata es autor de otras publicaciones como El Intercambio Celestial de Whomba (2012) y Perfil bajo (2019). También ha dirigido varios cortometrajes. "Los momentos en los que se intensifica la política recuerdan a tramas de películas", valora a este periódico sobre el contexto actual.
El escritor fue concejal por Ahora Madrid en 2015, donde presidió los distritos de Fuencarral–El Pardo y Villaverde bajo el mandato de Manuela Carmena. "La idea de que detrás de cualquier resultado electoral viene un apocalipsis es peligrosa", defiende el guionista que colabora con el área de discurso de Sumar.
¿Cómo influyó el 'tamayazo' en la política tal y como la entendemos hoy?
No me atrevería a decir que ha influido a nivel general en España, pero sí que de manera muy evidente en Madrid. El 'tamayazo' rompió la lógica de alternancia bipartidista con la que funcionaba la comunidad. Esto provocó la continuidad del PP durante los 20 años siguientes. Fue un quiebre mafioso, de intereses económicos y de corrupción que fundó una manera de organizarse. No es casualidad que los siguientes 10 años los casos de corrupción fueran los más flagrantes, más abundantes y más una forma de gobierno.
El 'tamayazo' tiene potencial para hacer una película sobre ello, igual que otras tramas políticas, ¿esto es algo bueno o malo?
Contar en la ficción las historias de nuestro país, sean las que sean, está bien. Permite que se siga pensando y discutiendo sobre ellas. No diría que sobran películas de este modelo, más bien nos faltan. De hecho, no hay mucho sobre el 'tamayazo'. Cada uno de los que estaban concernidos por lo que pasaba decidió no darle muchas más vueltas. Ni al PP ni al PSOE le venía especialmente bien que se siguiera hablando del tema.
¿De todo episodio político se podría hacer una película?
Sí. Me moriría por escribir una película sobre la votación de la reforma laboral. Bien escrito y bien hecho, no es muy diferente a un capítulo de Succession. Hay mucho de interesante en ese cruce entre líneas históricas y las personas concretas que estaban ahí, metidas en una habitación, llegando o no a un acuerdo, engañándose... Las películas y los libros te obligan a atender de manera distinta. Y eso hace que lo que te digan te sirva para leer mejor todo lo demás. Un 'todo lo demás' que es un bombardeo constante y ultrarrápido de estímulos. Los productos culturales sirven para separarte de ese flujo de intensidad.
¿En algún momento le ha recordado lo que está ocurriendo a la trama de alguna película?
Todo el rato, en todos los momentos en los que se intensifica la política. La moción de censura en Murcia de 2021 es como la mariposa que mueve las alas y provoca una tormenta en otro lugar. Sin ella no se entiende la mayoría de Ayuso en 2021, sin la que tampoco se entiende su posterior mayoría absoluta en 2023. Lo que pasa en Andalucía afecta a la manera que tenemos de ver la política en Madrid, Extremadura o donde sea.
Otro fenómeno que me fascina y sería interesante contar es qué ha pasado con Ciudadanos. Me hace gracia que se vaya a hacer una serie sobre Podemos y no sobre ellos. Se suponía que eran un partido formado por gente relacionada con la empresa, que sabían cómo comunicar y conectar con la gente; pero cuando llegaron las campañas electorales fracasaron justo en eso. Ahí hay algo interesante a contar, igual que en la deriva de Macarena Olona.
Parece que los políticos, además de políticos, han de ser cada vez más personajes extraídos de la ficción.
Los liderazgos siempre han tenido un poco que ver con construir personajes, pero sí tengo la sensación de que hay una diferencia que tiene que ver con el paso de buscar votantes y que ellos se sientan representados por algo. Es la campaña que está haciendo Feijóo, una persona que lee la vida, la política y la economía en clave de los 90. Lo cual, si llega a ser presidente, va a ser catastrófico.
Hay nuevos liderazgos que necesitan fans. No vale con que se les vote porque para funcionar necesitan atraer todo el rato la atención sobre sí mismos. Que se hable de ellos. Ayuso es un ejemplo importante que necesita el aura de supervillana, porque una supervillana es alguien con poder, que puede molar. Ella abraza con bastante alegría este aura de malvada para la izquierda. Ahí hay una energía poderosa. En cuatro años, más allá de degradar la sanidad pública, hacer no ha hecho nada. Cuando tu política se basa mucho más en la comunicación que en lo que haces, porque en realidad lo que quieres es dejar hacer; tu iniciativa es muy pequeña. Te puedes sentar a ver la economía pasar.
Viendo el desfile de Pedro Sánchez por platós de televisión, si Ayuso abraza el perfil de la gran villana, ¿podría estar buscando él parecer un héroe a lo Indiana Jones?
Todos necesitamos épica, por eso leemos, vamos al cine. Nuestras vidas las vivimos y nos las explicamos a través de historias. Entiendo que en un contexto de ola reaccionaria Sánchez vea que hay una parte de épica que tiene que ganar en ir a ese lugar que se supone que es del adversario, y decirle cosas. Eso reproduce una pelea, y para una parte del electorado era necesario identificar que había pelea. Porque si no la hay, me voy a la playa, me olvido. Tiene que haber esa tensión.
Lo que me preocupa es si deriva en que no tengamos ni idea de lo que Sánchez quiere hacer en los próximos cuatro años. Si te dedicas básicamente a ir a sitios a performar y lo único que performas es una pelea, con la derecha en este caso, se me queda muy cojo. El electorado necesita saber también en qué país va a vivir porque mola desearlo; y no solo desear que no venga un país que te da miedo.
Parece que más que ciencias políticas, van a acabar estudiando interpretación.
Hay una parte de eso. Pero se puede estudiar interpretación y contar el país.
Estamos asistiendo a la entrada de Vox en diferentes ayuntamientos, adueñándose de áreas de cultura. ¿Qué peligro entraña esto?
Dice dos cosas: que al PP le importa muy poco la cultura y que a Vox le importa mucho. Para Vox es una herramienta importante porque les permite seguir manteniendo guerras culturales que hacen que parezca que están en una gran pelea, sin hacer mucho. La censura que está ejerciendo Vox no implica presupuesto, es una acción muy pobre; pero tienes a tu gente contenta porque estás ganando la guerra. ¿Qué pasa? Que esa guerra es contra un fantasma, no existe; es contra la inclusividad, la igualdad, las mujeres y el movimiento LGTB fundamentalmente.
Estos últimos cuatro años hemos visto a un montón de gente superpreocupada por la censura, diciendo que la cultura se había degradado porque había más protagonistas mujeres, más mujeres escribiendo y más contenidos relacionados con las cosas que le pasan a la gente que antes no aparecían. Es decir, que como hay más visibilidad y diversidad, la cultura se degrada.
Este es un análisis relativamente cómodo de hacer cuando estás a la defensiva. Pero cuando estás a la ofensiva gobernando y tienes que pelear contra eso, todo lo que haces es muy peligroso porque es censura. Se traduce en prohibir una película infantil en la que dos mujeres se dan un leve pico y una obra de Virginia Woolf.
Pero para mi lo más grave es el PP considerando que la cultura no tiene ningún papel, porque la cultura y la democracia están entrelazadas. Que más gente pueda leer, escribir, ir a conciertos, que se produzca más música, se vean más obras audiovisuales, se hagan más videojuegos... Mejora la vida social y democrática de un país. Hace a los ciudadanos más libres. Eso es lo que tenemos que defender, y tiene mucho más que ver con tener buenos ministerios, presupuestos y leyes. Tenemos que unir la censura y el desmantelamiento de la posibilidad de producir y acceder a la cultura. El PP desmantela la cultura y Vox, censura.
¿Qué priorizaría si se encargara del área de cultura del Gobierno?
Lo más importante es entender la cultura como un derecho y garantizar que cualquiera pueda crear y llegar a las obras culturales. Eso pasa por densificar las redes de institucionalidad cultural, muy especialmente las locales. Y entender la cultura desde una forma más amplia.
Un gobierno de izquierdas no debería preocuparse de producir contenidos de izquierdas, sino de producir una enorme diversidad de contenidos y garantizar que haya un gran diálogo democrático en torno a ellos. Y también favorecer los espacios para que la cultura exista: clubes de lectura, sitios para bailar, para ensayar. Trabajar la idea de que la cultura puede y debe suceder en cualquier parte. Para lo que hace falta que la gente tenga tiempo: hay un enlace muy evidente entre la reducción de la jornada laboral y un mayor acceso a la cultura.
¿Es optimista?
Sí. Ser optimista me parece casi una obligación. Rechazo la idea de que detrás de cualquier resultado electoral viene un apocalipsis porque es peligrosa. Lo que más me preocupa de un escenario de gobierno de PP y Vox es estar cuatro años a la defensiva. Que en vez de estar peleando por cuánto avanzamos, lo hagamos por retroceder lo menos posible. Esto no quiere decir que no vaya a haber pelea, pero prefiero la pelea de avanzar.
¿Qué película recomendaría ver a un votante de derechas y otro de izquierdas antes de ir a votar?
Concedo un enorme poder a la cultura, pero no a los productos culturales individualizados. No creo que cambien la sociedad. Entre otras cosas, porque muchos de los que tienen éxito, lo tienen porque dialogan con angustias o deseos que ya están en la propia sociedad. No pensaría tanto en qué libro o película vería, sino en qué es necesario para que pueda leer libros y ver películas.
Si piensas por ejemplo en música: ¿Qué necesitamos en los próximos años? ¿Potenciar que cada ciudad tenga su macrofestival donde puedan ir estrellas internacionales con un caché enorme o que en cada ciudad haya sitios donde la gente de esa ciudad pueda hacer música y tenga circuitos que conecten y puedan entrar en circuitos mayores?
¿Qué lugar ocupa hoy la libertad de expresión?
Estamos pasando unos años en los que la libertad de expresión es un derecho en disputa, tanto por la derecha como por la izquierda. Hay quien valora que con su existencia es suficiente, y quien valora que hay que buscar la manera para que eso se garantice. Ha habido una fase en la que la libertad de expresión servía como escudo para no entrar a un diálogo social cada vez más amplio.
El modelo de: "Yo he hecho esta obra, si te ofende es tu problema. Te aguantas", empobrece mucho el diálogo democrático. Defender la libertad de expresión es tanto defender la libertad de que se produzcan las obras, como defender la libertad de discusión sobre ellas. Tenemos que defender la libertad de expresión caiga quien caiga. También hay que hacer pedagogía de que convertir todas las discusiones que no me gustan en amenazas abren la puerta a modelos de censura mucho más tradicionales.
¿Cómo lo evitamos?
Partiría de que la libertad de expresión es como el derecho a la vivienda, se garantiza ejerciéndolo con políticas públicas que garanticen que no haya injerencia política en los espacios de la cultura. No es trabajo de los concejales hacer la agenda de cultura, sino garantizar que esa agenda exista.
La libertad de expresión incluye que la cantante Rocío Saiz pudiera enseñar sus pechos durante un concierto, pese a que un policía le obligara a taparse.
Es un ejemplo triste pero bueno del contexto en el que estamos. Como ella hace lo que lleva haciendo desde hace diez años, su público lo tiene reconocido. Y hay un señor policía que decide que el resultado de las elecciones cambia la manera en la que él se relaciona con eso. Esto viene a decir que la mera presencia de fuerzas de corte autoritario favorecen dinámicas autoritarias más caóticas y descontroladas e individualizadas por abajo.