“Esta adquisición contribuye a mejorar la representación de la colección pictórica española, de corte realista de los cincuenta en la colección del museo”, indican desde la institución. La compra de los dos cuadros sucede durante los primeros 100 días del nuevo director del Museo Reina Sofía, Manuel Segade. Sin embargo, el informe para la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes –responsable de aconsejar la obra al Ministerio– lleva fecha del 19 de octubre de 2021. Y la comisión permanente del Patronato dio el visto bueno el 25 de octubre de 2022, dos meses antes de la marcha de Manuel Borja-Villel. Desde la actual dirección prefieren no aclarar si esto supone una vuelta de Antonio López a las salas del museo. Apuntan que será el director Manuel Segade quien lo explique en la presentación de su proyecto ante los medios. Todavía no hay fecha para ello.
La anterior dirección había ejecutado un descarte sonado del trabajo del pintor realista, cuando en 2021 Manuel Borja-Villel presentó la nueva narración de la colección permanente. López fue la ausencia más llamativa del recorrido. Esta ausencia en la principal institución de arte contemporáneo español fue aprovechada por otros centros públicos, como el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, cuya exposición de 2011 fue un éxito de visitas.
Ese volumen de visitas había sucedido antes, en la exposición de 1993, cuando el Museo Reina Sofía duplicó sus visitas. De las 3.214 personas diarias que acudían a la pinacoteca, tras la inauguración de la muestra se convirtieron en 6.413 personas. Las crónicas de aquellos días recuerdan que el día que se abrió la exposición de 170 obras acudieron al Reina Sofía, 7.584 personas. La popularidad del pintor no ha perdido fuerza.
Segade explicó en su llegada a la dirección que su voluntad era abrir el centro a la sociedad, es decir, ampliar las miradas populares. La aparición del pintor manchego supondría un paso decisivo en este sentido. Estos días el museo ha dado otro pequeño paso para el visitante pero decisivo para la institución: desde el departamento de prensa indican que en los próximos días instalará lonas en la entrada del museo con reproducciones de la fotógrafa Ouka Leele, una reivindicación impensable hasta hace unos meses. Este periódico ha preguntado al museo si la entrada de estos cuadros supone un cambio de reconocimiento en la obra de Antonio López, pero no ha recibido respuesta al respecto. También informan que “por el momento no hay un plan concreto de ubicación de las obras”.
El pintor ha sido claro sobre este asunto a lo largo de estos años. Una de las últimas veces que se le preguntó qué pensaba sobre la ausencia de la figuración pictórica en el Museo Reina Sofía dijo: “A mí eso no me gusta”, comentó a Europa Press. “Estoy harto”, añadió. López ha cuestionado en público al ex director Borja-Villel por comparar en las salas del museo cuadros realistas con fotografías: “Es completamente imposible y el que compara es porque realmente no le gusta o no conoce este arte, y no tenía que estar dirigiendo un museo”, aseguró en una conferencia en 2017. Así que su lugar serán los almacenes.
Salvador Nadales, conservador del Museo Nacional Reina Sofía, ha realizado el informe crítico de las obras, en el que explica que en las pinturas adquiridas “aparecen de modo recurrente sus allegados y los escenarios familiares de su vida”. En ese estudio al que ha tenido acceso este periódico califica los cuadros como “intimista”, atento a los aspectos más “humildes y nimios de la cotidianidad”.
“En efecto, los temas de esos años centrales de la década de los cincuenta están aún muy vinculados al Tomelloso natal de López, quien retrata a esas parejas abstraídas, de aire enigmático, que nos remiten a un mundo conocido. En ambos dobles retratos, que posan para la eternidad, destaca la sensación de tiempo congelado, común en la España más rural de los años cincuenta del siglo XX.
Son retratos de sus antepasados que dialogan adecuadamente con otras obras de la colección de Laffón o Pancho Cossío, así como con la obra fotográfica de la generación de Fernando Gordillo, Virxilio Vieitez o Paco Gómez, entre otros. Es una figuración que recrea los tipos y los tonos de una España impasible, mediante un realismo, temática y pictóricamente, que no tiene nada de dialéctico o crítico, identificado como un rasgo inmutable del espíritu español, y cuya pretensión es fotografiar la realidad consuetudinaria son otros propósitos que el realismo y la perfección”, escribe Nadales.
Antonio López suele decir que en 1953, con 17 años, descubrió los escenarios que más tarde desarrollaría. Dice que descubrió muy pronto la fidelidad a unos espacios y a unas personas, aunque por entonces estaba lejos del mundo maduro que terminaría por definirle. Hasta 1960 no aparece la primera vista de Madrid en su obra, cuando llevaba once años residiendo en la ciudad. Estos cuadros que adquiere ahora el Ministerio de Cultura para el Reina Sofía son reflejo de su vocación por el mundo antiguo en su adolescencia. Mientras sus compañeros de generación eligieron París como referencia creativa, él prefirió Grecia. Eran los años en los que Antonio López estaba representado por la galerista Juana Mordó.
En 1955, cuando acaba sus estudios de bellas artes en la Escuela de San Fernando, viaja a Italia con una beca y junto con Francisco López descubre el mundo clásico y el punto de vista desde el que construyó a sus padres y abuelos en estos retratos. Ese año realizó el de sus abuelos, Sinforoso y Josefa. El pintor del natural, que no confía en la fotografía para montar sus visiones urbanas, sacó aquel retrato a partir de una vieja foto de familia. La foto de sus abuelos le sigue acompañando, no así el cuadro.
Aquel verano de 1955 todavía no había cumplido los 20 años y se dedicó a retratar el retrato fotográfico. Fue algo más que la copia de una foto, porque interpretó la pareja como un par de esculturas romanas. Al artista que tardó 20 años en firmar el retrato de la familia de Juan Carlos I, que todavía cuelga en el Palacio Real de Felipe VI, no le resultó difícil pintar a sus abuelos. A los cuatro abuelos. Aquellos retratos sí los encajó a la primera en el lienzo. Era un trabajo libre, no respondía a ningún encargo; conocía la identidad y los gestos de los protagonistas. Era, a fin de cuentas, un autorretrato de su pasado manchego, en Tomelloso, el hijo de la familia campesina, el sobrino del pintor. Ni la ciudad ni la representación del mundo real había llegado todavía a su obra.
Los fondos del museo conservan de Antonio López dibujos en su mayoría. Además, la institución posee la escultura Hombre y mujer (1968-1994) y Mujer durmiendo (1963). De los años de las obras que acaba de adquirir el museo hay dos retratos de parejas: Los novios (1955).
De la etapa más popular de Antonio López el museo posee dos cuadros: Madrid visto desde el Cerro del Tío Pío (1962-1963) y Madrid desde Capitán Haya (1987-1996). Ninguno de los dos está a la vista del público. Madrid desde Capitán Haya fue una compra que se cerró en 1997, al año de ser pintado. Y Madrid visto desde el Cerro del Tío Pío es una adquisición del año 1995, dos años después de la retrospectiva. Es una vista de los límites de la ciudad, donde aparece el suelo que espera la reconversión inmobiliaria. La España a punto de reventar y que sigue lejos de la vista de los visitantes del museo.