El libro son 200 páginas de conversación en el que el lector puede escuchar las voces del entrevistado y el entrevistador, y esto es quizá lo mejor que se puede decir de una historia oral, este género de cierto tipo de libros que transcribe directamente las declaraciones para así contar una historia. No es exactamente En el satélite de Lagartija Nick. Conversaciones con Antonio Arias (Muzikalia, 2023) ese tipo de trabajo, pues aquí sí podemos contar, afortunadamente, con las preguntas de Óscar Cabrera, que son certeras y evidencian el buen conocimiento, la modestia, así como la admiración que tiene del personaje. Y además, se trata de una única fuente, cuando habitualmente estos trabajos, como Por favor, mátame de Legs McNeil y Gillian McCain, Dios salve a los Sex Pistols de Fred y Judy Vermorel, El otro Hollywood de Legs McNeil y Jennifer Osborne, Escenas olvidadas, la historia oral de Golpes Bajos de Xavier Valiño o Pequeño circo de Nando Cruz son más corales.
“La editorial que me acogió, Muzikalia, ya había utilizado el formato conversación, o larga entrevista desenfadada con amplias preguntas y respuestas, para sus libros sobre Fernando Alfaro y Antonio Luque, entre otros, y a mí me encanta”, explica Óscar Cabrera, que ha sido crítico audiovisual en las revistas Teleprograma, Supertele o Fotogramas, entre otros medios. “Los libros narrativos sobre arte escritos por periodistas culturales pueden prestarse a 'pajas mentales' y egos desaforados que no me interesan nada. Ya he 'sufrido' leyendo muchos de ellos donde el narrador acaba opinando más que el entrevistado y es terrible, según mi opinión, claro”, explica.
Ana Curra (Parálisis Permanente) dice de Antonio Arias –en un capítulo de testimonios al final del libro– que es “un valiente inconformista que no tiene prejuicios y se atreve con todo”. José Ignacio García Lapido, con quien compartió formación en 091, afirma de él que “ha sido precursor de eso que luego se denominó indie, mal llamado en la mayoría de los casos. Pero, comparado con la legión de indies de baratillo, Antonio es un gigante”.
Para el también granadino Florent Muñoz, guitarrista de Los Planetas, “Antonio es un visionario de la música de este país”. Y otro de Granada, Miguel Ríos, dice de él que es “un músico fundamental en la historia del rock granadino y, sin duda, del rock patrio”, “un alma inquieta” y “el perejil de todas las recetas con las que se ha cocinado la música” en Granada. La hija de Enrique Morente, Soleá, que tenía diez años cuando su padre grabó con Lagartija Nick el emblemático disco de unión entre el flamenco y el rock, Omega (El Europeo Música, 1996) recuerda de la primera vez que vio a Arias “su porte, su carisma increíble por dentro y por fuera. Morente llamaba a los Lagartija “los niños”, y estaba ilusionado por “su valentía y atrevimiento”.
“El libro no solo pretende recorrer la carrera de Antonio, primero en 091, uno de los cinco grupos más importantes de nuestra historia, creo, y luego en Lagartija Nick y en solitario, con sus Multiversos. También he querido homenajear a su ciudad, Granada, cuna de infinitas maravillas culturales que transitan desde la poesía árabe hasta [el grupo de pop de los 60] Los Ángeles”, desentraña Óscar Cabrera. “Lagartija Nick abarca todo eso, con la narración beat al principio y luego entreverándose con el flamenco en Omega, la ciencia de Val del Omar, la obra de su hermano Jesús, la astrofísica o los versos, muy desconocidos, de Luis Buñuel. Para un periodista, es apasionante”, añade.
Cabrera acometió este proyecto al ser despedido con un ERE de su anterior trabajo, como le ocurre a tantos periodistas en estos tiempos. Eso le dejó con tiempo libre pero con ganas de escribir. Desestimó la idea de hacer una novela –”admiro tanto a muchos creadores de ficción que no me considero capaz de meterse en ese lío”– así que optó por un libro de música. “Pensé en el grupo que había visto más veces en directo y surgió rápidamente Lagartija Nick. Siempre había admirado a Antonio, desde mis tiempos de siniestro o gótico, y le había tratado brevemente en cortas conversaciones de fan. Además, nadie había escrito un libro sobre su obra, por extraño que parezca”.
El libro avanza por los recuerdos de su infancia, la familia, su hermano y también músico Jesús Arias (fallecido en 2015), cómo les impactó el punk, su paso por 091 (y las veces que dejó el grupo), su encuentro con Joe Strummer de los Clash, para quien tanto significó Granada, la fundación de Lagartija Nick, de los músicos que van bien, de los influyentes y los influidos, de su relación con la industria discográfica, con Morente, con Los Planetas, con Fernando Alfaro, con los productores, con los periodistas, con la ley, con el orden, con el desorden. Para cada capítulo hay un álbum que lo guía y el periodista revela que ponía el disco encima de la mesa, en la propia casa del músico en Granada, y así se iba engarzando la conversación.
Cuando Antonio Arias recibió el libro, grabó un video que publicó en Instagram en el que él y su pareja, la poeta Isabel Daza, abren una caja con ejemplares. “Me conmovió muchísimo su cara de felicidad al hojear el libro, con todas esas fotos que tanto me costó conseguir y que tan bien quedaron impresas. Antonio, el batería David Fernández y el guitarrista Juan Codorniú han tocado en las presentaciones del libro solo por el placer de hacerlo, de estar con nosotros”, dice Cabrera.
Óscar Cabrera tiene sus dudas sobre si este renacimiento de los libros musicales realmente tiene alcance o si son para “siempre los mismos”, los que “van a conciertos no comerciales” o los que leían “las revistas rock”. Le cuesta encontrar “recambio generacional” pero sí admite que “editoriales entusiastas”, como Muzikalia, Contra o Chelsea (de Álex Cooper), con “textos arriesgados y originales”.
El periodismo musical, en cambio, parece en horas bajas. “Los periodistas son siempre los mismos, la mayoría chicos, desgraciadamente, y muchos ya recubiertos de un cinismo y una vanidad muy difícilmente soportables”, afirma, entre risas. “Ahora hay mucho menos dinero en la industria musical y todo se ha vuelto todavía más precario, más miserable, si todavía era posible. Trabajas nueve horas al día y cobras una mierda, que se va con las declaraciones por ser autónomo. Antes, por lo menos, viajabas gratis y te daban vinilos bonitos, algunos hasta acompañados de botellas de vino con las que olvidabas la pobreza. Ahora, ni eso”.
A pesar de todo eso, y en este campo de la literatura musical, aún cree que hay muchas historias sin contar: “¿Qué hacían con el dinero todos esos grupos de los ochenta que cobraban un millón de pesetas en actuaciones en pueblos de 400 habitantes? ¿Por qué todos los chicos de los grupos de La Movida eran tan increíblemente guapos? ¿Por qué todos los genios, o casi todos, de la música española están muy relacionados con la heroína? ¿Por qué se escribe tan poco sobre la increíble importancia del heavy en los barrios obreros españoles de los ochenta? ¿Para cuándo un gran libro sobre ese maravilloso hip hop español de los noventa y qué fue de sus integrantes, al estilo del magnífico Pequeño circo de Nando Cruz? Uf, y paro ya”, reflexiona, sin aliento.