Han pasado tres décadas desde que se publicara en España esta primera parte de las memorias de Pasionaria que recorre su vida hasta el final de la Guerra Civil. Además, en esta ocasión se trata de la primera vez que el texto está acompañado de una edición crítica y completado con una selección de artículos de la líder y con las memorias de su hija, Amaya Ruiz Ibárruri.
El historiador y periodista Mario Amorós, autor de una monumental biografía de Pasionaria, No pasarán (Akal), y encargado de esta reciente edición, señala que El único camino ofrece la trayectoria de “un ama de casa, sencilla hija y esposa de mineros, católica, que acaba convertida en dirigente comunista”. “Sus memorias”, comenta, “explican su progresiva toma de conciencia social, a la vez que reflejan la vida de miseria y represión en los ambientes obreros a comienzos del siglo XX. Estamos, de algún modo, ante un retrato antropológico y sociológico de la España de la época”.
Así lo relata la autora en un pasaje de su libro: “Todos mis parientes, castellanos y vascos, fueron mineros. Mi abuelo materno murió en la mina, aplastado por un bloque de mineral. Mi madre trabajó en la mina hasta que se casó; mi padre, desde los dieciocho años, en que dejó el Ejército carlista al terminar la última guerra civil, hasta que murió a los sesenta y siete años. Mineros fueron mis hermanos y minero mi marido. Soy, pues, de pura cepa minera. Nieta, hija, mujer y hermana de mineros. Y nada de la vida de las gentes de la mina es para mí extraño. Ni sus dolores, ni sus afanes, ni su lenguaje, ni su rudeza”.
En esta línea, el testimonio de sus memorias no deja dudas de la influencia decisiva de Julián Ruiz, el minero socialista con el que Pasionaria se casó con 20 años. Sindicalista comprometido, protagonista de huelgas y claro admirador de la revolución soviética, el marido introducirá a su mujer en lecturas de obras marxistas, al tiempo que la implicará en su labor de agitación. Detenido en varias ocasiones, Dolores se verá obligada a ayudar a Julián y a sacar adelante como podía su casa y a sus hijos. “No hay duda”, afirma Amorós, “de que sin Julián Ruiz no hubiera habido Pasionaria. Dicho por ella misma. Ahora bien, su talento natural y su entrega la llevaron a publicar desde bien joven artículos en la prensa obrera y a preparar sus discursos. En uno de ellos, publicado en una Semana Santa, firmará por vez primera como Pasionaria. Aunque tenía estudios primarios, el autodidactismo de Dolores Ibárruri resulta asombroso. Nadie la ayudó a escribir sus arrebatadores y carismáticos discursos y contamos con miles de manuscritos con su sinuosa letra que así lo demuestran”. Mario Amorós ha dedicado años al estudio de Pasionaria y ha buceado de manera especial en el archivo histórico del Partido Comunista de España (PCE) y en el personal y familiar de la líder.
Esa imagen de madre doliente, de virgen laica, que proyectó siempre Dolores y que fue magnificada por la propaganda de los comunistas, parte de una tragedia real en su vida como fue la muerte de cuatro hijas a edades muy tempranas. En un país que en los años veinte del siglo pasado registraba altas tasas de mortalidad infantil, con escasas y precarias atenciones sanitarias entre la clase obrera y sin recursos económicos en la familia, solo dos hijos, Rubén y Amaya, sobrevivieron del matrimonio Ruiz e Ibárruri. El primero murió joven luchando con el Ejército soviético en la batalla de Stalingrado. Por su parte, Amaya, como relata en sus memorias, eligió una vida al lado de su madre. Casada y más tarde separada de un militar soviético, ahijado de Stalin, le dio tres nietos a Pasionaria y regresó del exilio en Rusia con su madre. De este modo relata Dolores el recuerdo de sus hijas fallecidas.
“Llorar… Llorar sobre nuestros males, sobre nuestra impotencia. Llorar sobre nuestros hijos inocentes, a los que solo podíamos ofrecer nuestras caricias empapadas de lágrimas. Llorar por nuestras vidas dolorosas, sin horizontes, sin salida. Llanto amargo, con una maldición permanente en el corazón y una blasfemia en los labios. ¿Blasfemar una mujer, una madre blasfemar? ¿Y qué tiene ello de extraño si nuestra vida era peor que la de los condenados?
Su dedicación absoluta a la política la llevó a aceptar una oferta de la URSS en 1935 para que sus hijos estudiaran allí y durante unos años no pudo verlos. “En sus discursos”, afirma su biógrafo, “está presente siempre esa condición de una madre que ha sufrido mucho y en buena medida el magnetismo de su figura y de su voz responden también a esa tragedia. Ella conectaba con el pueblo porque procedía de las clases populares. Ahora bien, también influyó en su creciente popularidad que el PCE pasó en los años republicanos de contar con apenas un millar de militantes a ser una fuerza con centenares de miles de afiliados durante la Guerra Civil. El PCE ya era un partido de masas con unas técnicas muy modernas de propaganda a través de la radio o de la cartelería”.
Dolores Ibárruri significó una excepción entre las españolas de la vanguardia de las décadas de los veinte y los treinta del siglo XX. Como obrera de orígenes humildes, su trayectoria hasta llegar a la primera línea de la política tuvo poco que ver con las abogadas Clara Campoamor y Victoria Kent, las escritoras María Lejárraga, Margarita Nelken y María Teresa León, la actriz Margarita Xirgu o la pintora Maruja Mallo, por citar mujeres simbólicas del periodo republicano.
Todas ellas procedían de una clase media-alta ilustrada y habían podido contar con una sólida formación intelectual. De hecho, Pasionaria no mantuvo apenas amistad con otras pioneras, salvo quizá con la también comunista María Teresa León. Por contra, fue muy notoria su rivalidad con Margarita Nelken, más rebelde que Pasionaria, una vez esta diputada socialista abandonó el PSOE e ingresó en el PCE poco después de comenzar la Guerra Civil. No obstante, Ibárruri ejerció una notable fascinación sobre otras líderes vanguardistas. En su libro Una mujer por caminos de España, la escritora y diputada socialista María Lejárraga dedicó este párrafo a Dolores: “Ha nacido en la tierra vasca, en la región minera; en la tragedia de aquella hora, los rebeldes, los vencidos, los muertos, los encarcelados, los atormentados eran los suyos, pueblo como ella, sangre de su sangre (…) El pueblo que la oía, y especialmente las mujeres, arrastrado por ella, hubiera marchado sin vacilación, si ella hubiera iniciado la marcha, a morir o matar”.
Nunca se declaró Dolores feminista porque entendía que el comunismo englobaba también la lucha por la igualdad entre los géneros. No obstante, sus memorias subrayan su labor desde una secretaría femenina del PCE o desde la Agrupación de Mujeres Antifascistas. O revelan que Ibárruri se mostró favorable a la concesión del voto para las mujeres en la Constitución de 1931 y criticó a los que achacaron la derrota de la izquierda en las elecciones de 1933 a un supuesto sufragio conservador femenino. La dirigente comunista Marga Sanz, directora de Nuestra bandera, la revista teórica del PCE, señaló en una presentación pública de la biografía de Pasionaria que “ella se enfrentó al oscurantismo de la Iglesia, al paternalismo del PCE hacia las mujeres y reivindicó el papel de las comunistas en el franquismo”. “Nadie puede negar los esfuerzos de Dolores a favor de los avances de las mujeres”, manifestó Marga Sanz. A juicio de Amorós, fue “una pionera en el feminismo, aunque ella no se reconociera como tal”.
El biógrafo y editor de las memorias reconoce que Pasionaria mencionó muy poco su vida privada y su faceta amorosa tanto en su libro como en sus declaraciones públicas. Separada en la práctica de Julián Ruiz desde que ella marchó a Madrid en 1931 para trabajar como redactora de Mundo Obrero, no se divorció nunca, aunque pudo hacerlo en la etapa republicana. Considerada como una figura casi religiosa para los comunistas, el PCE ocultó su relación de años durante la guerra y la posguerra con Francisco Antón, un camarada 14 años más joven que ella. Revelada esta silenciada historia por la escritora Almudena Grandes que la narró para el gran público en su novela Inés y la alegría. De hecho, el libro El único camino no hace ninguna mención a Francisco Antón que, en plena etapa estalinista en los años cincuenta fue depurado con el apoyo de su antigua pareja. Durante el estalinismo, Ibárruri fue secretaria general del PCE hasta 1960, cuando fue sustituida en el puesto por Santiago Carrillo. Antón fue enviado a un campo de trabajo en Polonia junto con su nueva pareja y sus hijos.
Desde aquella época, Dolores Ibárruri ocupó la presidencia del partido, un cargo más honorífico que ejecutivo. Por entonces escribió estas memorias en 1962, redactadas casi en un estilo de periodismo narrativo, con multitud de anécdotas y diálogos y con una carga alta de análisis político. En los años siguientes apenas se inmiscuyó en las tareas cotidianas del PCE y se mantuvo en su exilio en Moscú, donde la URSS le brindó todo tipo de honores y le facilitó comodidades de acuerdo con su estatus de mito de los comunistas de todo el mundo. Si bien siempre permaneció leal a los soviéticos [Pasionaria falleció en Madrid apenas unos días después de la caída del muro de Berlín], la invasión de Checoslovaquia por los tanques rusos en 1968 la obligó a condenar aquella acción. Empeñado como estaba en la restauración de las libertades en España, el PCE no podía dejar de censurar esa represión de la primavera democrática de Praga. Y Pasionaria se sumó a esa condena.
El periodista e historiador Mario Amorós (Alicante, 1973) está convencido de que la mejor forma de explicar un periodo histórico pasa por el hilo conductor de una biografía como la de Pasionaria, que abarcó casi un siglo. Vinculado con Chile y autor de biografías de referencia del político Salvador Allende y del músico Víctor Jara, señala que “el equilibrio entre el contexto social y política y una vida tan intensa como la de Pasionaria resulta fundamental para comprender una época”. Venerada por sus partidarios y odiada por sus enemigos, cantada por poetas como Miguel Hernández y Rafael Alberti, esta líder comunista nunca dejó a nadie indiferente. Ni siquiera hoy. Por ello, sus memorias suponen un acercamiento a Dolores Ibárruri, a la mujer y al personaje.