Lo de Fe de etarras tampoco fue novedad. Hace exactamente 20 años, el Zinemaldia ardía por la presentación de La pelota vasca: la piel contra la piedra, el documental de Julio Medem. En él se entrevistaba, entre otros, a Arnaldo Otegi, lo que fue utilizado por el PP para negar la participación de cualquier miembro de su partido. La Asociación de Víctimas del Terrorismo pidió al alcalde de la ciudad, Odón Elorza, que participara en el largometraje, que retirase el filme del certamen. No se hizo, y pese a todo, fue un éxito absoluto en taquilla. De aquella situación, el director Imanol Uribe dijo que Medem sufrió “una caza de brujas”.
Sabía de lo que hablaba. Si alguien ha hablado de ETA es él. Lo hizo desde el documental, con El proceso de Burgos (1979). Una película que recibió hasta amenazas de bomba para impedir su proyección en diferentes provincias de España. También lo hizo desde la ficción, con La muerte de Mikel (1984) y Días contados (1994), por la que ganó la Concha de Oro en San Sebastián. Por todas ellas fue insultado y vivió la ira de la derecha. ABC publicó de El proceso de Burgos que era "apología del terrorismo". “Cosas peores dijeron”, dice con ironía recordando las iras que provocaron sus películas.
“Esto de escandalizarse antes de verla me recuerda a lo que viví con El proceso de Burgos. La película se pasó en San Sebastián en el año 79 y se organizó un pifostio… Parecía que se iba a caer el mundo. ¿Y cuál era el problema? Que nadie la había visto. El festival la había seleccionado por un copión meses antes, pero la copia final salió dos días antes del comienzo del festival. Y lo más terrible para todo el mundo es que nadie sabía qué era. Entonces eso puso nervioso a mucha gente. Me da la sensación de que ahora pasa un poco lo mismo”, relata sobre lo que ha ocurrido con No me llame Ternera.
No fue la única ni la última vez que le pasó. Con Días contados "no pasaron grandes cosas cuando se estrenó”, pero sí cuando llegó a la televisión. “Dio la casualidad de que un día antes de que la pusieran en Canal+ mataron a Múgica. Hubo un periodista que en una columna prácticamente me acusaba de haber apretado el gatillo. Dijeron cosas terroríficas”, cuenta. Uribe cree que por un lado “hay una explicación lógica” a lo que ha ocurrido, y es que “se causó mucho dolor y hay gente afectada todavía”, pero sobre todo cree que la dimensión de la polémica está provocada por “la utilización política del tema de ETA por parte del del PP y de Vox”.
“Creo que el tema del terrorismo en Euskadi es lo suficientemente importante como para que la literatura o el cine fijen su mirada en él. Después, ya una vez vista la película, que cada uno saque sus propias conclusiones, pero escandalizarse antes de verla… Se ha usado el tema como arma arrojadiza y se ha pasado por encima del dolor de las víctimas. A mí, desde luego, desde fuera me parece interesante, y más si es una cosa hecha por Jordi Évole”, zanja el director.
A Borja Cobeaga lo que le sorprende es que las películas “premolestan”: “Lo gordo de las protestas viene antes de que se vean, cuando aún no se han estrenado. Eso es lo más incomprensible del asunto, pero tiene que ver con ese frentismo y ese inmovilismo que tenemos tan arraigados. Creo que, si hay encarnaciones en pantalla de terroristas, da pánico que se les humanice. Uno está mucho más cómodo cuando el de enfrente es malo sin fisuras, es el demonio, tiene cuernos, rabo y huele a azufre. Pero si ves a una actriz o actor encarnando a ese supuesto diablo, te da pánico que lo que tú has definido como el mal absoluto sea una persona".
También asusta "la equidistancia, que la obra no tome un partido inequívoco en contra de ETA". "Por eso se montó un escándalo con uno de los primeros carteles de la serie Patria que, a ojos de algunos, hacía un paralelismo entre un atentado terrorista y una tortura a un etarra. Una película o una serie no suelen tener un discurso único, las buenas suelen ser ambiguas y estar sujetas a interpretaciones. Por eso, dar voz a un etarra o narrar su punto de vista suele estar considerado peligroso”, subraya el director de Fe de etarras.
Menciona otra polémica reciente: la de la serie Patria, la adaptación de la obra de Fernando Aramburu, quien precisamente ha firmado el manifiesto contra el documental de Évole sin verlo. Mientras que la novela se convirtió en un fenómeno transversal capaz de convencer desde a Mariano Rajoy a Belén Esteban, la serie apostó por mostrar las torturas policiales. Lo hizo, además, en un cartel enorme, colgado en Madrid, con la frase: “Todos somos parte de esta historia”. Su creador, Aitor Gabilondo, considera que estamos viviendo “una batalla por el relato”. Coincide con Cobeaga en que “hay pánico a los matices”, y cree que “hay quien intenta imponer un relato único, el de vencedores y vencidos, el de ‘nosotros pusimos la nuca y ellos la pistola’, como si se dudara de la capacidad de los espectadores para comprender las complejidades de aquella realidad o de discernir el bien del mal". Su opinión es la contraria: “Cuantas más voces distintas, mejor”.
El mostrar las torturas tuvo consecuencias. La Guardia Civil les negó su colaboración. “Teniendo en cuenta lo que hicieron en la realidad, la violencia policial que aparece en Patria es casi anecdótica”, asegura Gabilondo que cree que, aunque suene “duro”, “que una obra hiera a las víctimas no justifica su cancelación”. “Nuestras libertades chocan y hay que aceptarlo”, concluye y asegura que le parece bien que la gente proteste, “que se indigne”, que una obra genere “controversia”, pero “lo que no se puede consentir es la censura promovida por partidos políticos o por asociaciones afines”.
La polémica de la lona de Fe de etarras la vivió Borja Cobeaga junto a su amigo y coguionista Diego San José. Ambos habían estado años escribiendo y haciendo chistes sobre ETA desde la televisión pública ETB en Vaya semanita cuando la banda terrorista estaba todavía en activo. Nadie se había quejado, pero una publicidad de su nueva película en San Sebastián les puso en el ojo del huracán. Recuerda que aquel lío “llegó a estamentos altos”. “Nos pasó lo mismo que creo que les está pasando a Jordi Évole y a Màrius Sanchez. Si tú estás seguro de lo que has hecho, que es algo a lo que has dedicado años, eso te tranquiliza, porque sabes que puedes sentarte a defender moralmente lo que estas diciendo y puedes explicarte. Creo que a ellos les pasa lo mismo y que además, cuando se vea el documental, se va a anular la polémica”, recuerda de su experiencia.
Ese 'explicar su película' considera que en un momento dado puede ser importante para alguien que pueda sentirse ofendido, pero también que es “como si un mago tiene que explicar su truco". “Explicar el chiste es el mayor fracaso de la comedia”, apunta, y ahí da otra clave del caso de Fe de etarras. Por si fuera poco atrevimiento hablar de ETA, más todavía era hacerlo desde la comedia: “Si encima lo haces desde la comedia, el cóctel de desprestigio es absoluto, se da por hecho, y nadie se plantea ni verlo para criticarlo, que si es de comedia es que te estás riendo ‘a costa de’, no para reflexionar ni para superar. El humor es el más cuestionado de los vehículos para hablar de un tema dramático como este”.
San José cree que el audiovisual siempre ha usado “una especie de atajo moral para entender todo aquello que nos perturba la convivencia”: “Todo lo que consideramos malo, el terrorista y muchas mas cosas, nos conviene y nos hace sentir mas cómodo si lo entendemos en blanco y negro. Siendo nosotros lo blanco y todo lo demás, lo negro. No queremos entender que se parezcan en nada a nosotros, es como si vinieran de otro planeta, como si fueran monstruos que no vienen del vientre de nadie, de lugares que no cocemos y parece que nos da miedo tener algo en común o entender qué hay detrás de ellos. Cuando se cabalga en ese terreno, en mostrar motivos, en entenderlos, que no quiere decir que compartas esos motivos, todo eso es más peligroso”.
Ocurre con el terrorismo, pero Cobeaga va más allá, y cree que esta “actitud condescendiente no solo pasa con ETA, sino en otros temas” y “no solo pasa con los más conservadores, sino con los supuestamente más progresistas”. “Es presuponer que la gente no va a tener criterio para formarse su propia opinión sobre lo que ve, pensar que un discurso es contagioso solo por exponerse a él. Nos infantilizan y creo que estamos bastante más avanzados de lo que muchos políticos y periodistas piensan”, dice con dureza. Todos ellos ya pasaron la polémica, los insultos y las acusaciones de ‘blanquear’ a ETA. Sus obras hablaron por ellos, ahora les toca el turno a Jordi Évole y Màrius Sánchez con su No me llame Ternera, que el viernes vivirá su momento más importante.