Estos y algunos otros objetivos, como interpelar a públicos de otras edades, otros gustos musicales y otras procedencias geográficas, estaban especificados en las bases del concurso al que se debían presentar las empresas que quisieran gestionar la sala. No se trataba, pues, de una cesión de uso típica, sino de un encargo para el que el Ayuntamiento de Barcelona buscaba una empresa que antepusiera el factor sociocultural. La victoria fue para una alianza de tres modestos proyectos: la sala Upload, la cooperativa L’Afluent que ya gestiona la sala Vol y la cooperativa de producciones musicales Quesoni impulsora, entre otros proyectos, del veterano festival de músicas negras Say It Loud.
El traspaso de responsabilidad por un período de cuatro años no implica que el Ayuntamiento esté subvencionando la sala. De hecho, los gestores pagan más de 90.000 euros anuales además del IBI, luz, gas, nóminas... A cambio, deben dinamizar el uso de un local de tres plantas con aforo para 1.500 personas (977 en caso de usar butacas) que además dispone en la planta superior de otra sala con aforo para 120. Paral.lel 62 es un caso extraño de recinto con aspecto de teatro, pero uso musical y esa polivalencia lo hace muy solicitado. También es un caso insólito de sala de altas prestaciones técnicas cuya prioridad es atender a las necesidades socioculturales del barrio, articular el sector de la música en vivo y acoger todo tipo de iniciativas sea cual sea el estilo y el formato. Cumplir todo eso y garantizar la rentabilidad económica del local no es fácil: “No tenemos un modelo a seguir. Hay que inventarlo sobre la marcha”, intuye Cerdà.
Según cifras aproximadas del último Anuario de Estadísticas Culturales publicado por el Ministerio de Cultura, 1.200 de los 1.700 teatros de España son de titularidad pública, 4.900 de las 5.700 bibliotecas también lo son y lo mismo ocurre con 1.000 de los 1.400 museos existentes. El mismo estudio afirma que en España hay 1.290 salas de conciertos de las que 1.129 son públicas. Desde ACCES, la Asociación Estatal de Salas Privadas de Conciertos ponen esa cifra muy en duda. Entre otros motivos, porque “no se puede considerar como tal un espacio que no programe al menos dos conciertos al mes”, opina su presidente Alberto Grandío. Bajo este requisito, en España apenas hay 400. Grandío enumera alguna sala pública en Toledo, dos en Castilla y León y otro par en la Comunidad Valenciana a las que habría que sumar alguna más en Menorca y Girona. “El número de salas de conciertos públicas en España no llega ni de lejos al 10%”, estima.
Lo insólito de Paral.lel 62 no es que sea una sala de titularidad pública, ya que en municipios con escasa oferta musical hay equipamientos públicos que asumen el rol de dinamizar culturalmente el territorio: casas de cultura, centros cívicos y otros espacios multiusos. Lo insólito es que Paral.lel 62 nace en Barcelona, ciudad con una red de salas y una actividad musical muy por encima de la media estatal. Por lo tanto, su cometido, como sala pública no es activar una ciudad sin conciertos sino imaginar qué papel puede jugar la iniciativa pública en un sector como la música en vivo, tradicionalmente alimentado por la iniciativa privada. Y todo ello se ha especificado en las bases del concurso cuyo ganador ya no podrá explotarla comercialmente como si fuera una sala privada.
Paral.lel 62 es una sala ubicada en plena avenida del Paral.lel de Barcelona, a cien metros de la sala Apolo, y ha tenido más vidas que un gato. Fue un circo a finales del siglo XIX y en 1909 resucitó tras un violento incendio como Teatro Español. En 1980 se reconvirtió en discoteca de nombre neoyorquino (Studio 54) y fue también sala de conciertos. Por allí pasaron The Smiths, Depeche Mode y Grace Jones, entre otros. En los 90 vivió sus años más inciertos. Se llamó Chic Studio, se refundó como restaurante-espectáculo y a punto estuvo de convertirse en el mayor prostíbulo de España. Si no cristalizó este último proyecto fue debido a la fuerte oposición vecinal y, finalmente, al veto consistorial.
Ante la deriva del edificio, el ayuntamiento abrió un concurso para ceder su gestión y lo ganó la SGAE, que en 2010 rebautizó el espacio como Artèria Paral.lel. Esta cesión tampoco satisfizo las expectativas del vecindario que esperaba recuperarlo como equipamiento de proximidad. Aunque el contrato de explotación era por 10 años, la crisis de la entidad de gestión de derechos de autor obligó a la junta de Teddy Bautista a ceder el timón solo dos años después. Ya con Antón Reixa al mando de la SGAE, el objetivo era quitarse la sala de encima cuanto antes. La promotora catalana The Project tomó las riendas del local, esta vez bajo el nombre de sala Barts, entre 2012 y 2020. La idea de abrir un nuevo concurso para su gestión se retrasó un año por la pandemia, de modo que el traspaso de llaves no se consumaría hasta la primavera de 2022.
Paral.lel 62 no vive al margen del mercado. Tiene suscrito un contrato de patrocinio con una cervecera (Estrella Galicia), pero la marca no está presente en el escenario –”evidentemente”, remarca Cerdà– y el acuerdo no les impide vender cerveza artesana o vino. Lo que no dispensan es Coca-Cola, sino Frixen, un refresco de cola de comercio justo fabricado por una cooperativa de Zaragoza. La tiquetera de la sala cobra un mínimo de un euro y un máximo de dos por gastos de gestión de venta de entradas, dialogan con los promotores para que su política de precios sea razonable y les especifican que en su sala no pueden haber Golden Circles ni zonas VIP; aunque alguno se la haya colado ocasionalmente.
En un momento en que las grandes salas de conciertos sobreviven gracias a su oferta de discoteca, Paral.lel 62 descarta esta baza. Algún día que esté justificado por el tipo de música que ha sonado en el concierto, pueden retrasar el horario de cierre hasta la una de la madrugada o incluso programar una jornada de baile muy puntual que se alargue hasta las cuatro. Son casos contadísimos que en ningún caso suponen vaciar la sala de público para volverle a cobrar entrada media hora después. “No queremos ser como esos multicines que cuando acaba la película te echan para pasar la escoba y empezar el siguiente pase”, compara. O como hacen tantas salas de conciertos que, 10 minutos después de la última canción, echan no solo al público sino a los músicos. Las salas eran espacios de encuentro y conversación postconcierto y Paral.lel 62 quiere volver a serlo.
Otro objetivo que tiene entre ceja y ceja el equipo gestor de la sala es feminizar su plantilla. Y año y medio después de cambiar de gestores, Paral.lel 62 supera con creces los estándares del sector. Actualmente un 70% de las trabajadoras son mujeres. Lo son las dos directoras, las técnicas de sonido y luces y las jefas de programación, producción y comunicación, entre otras. Puestas a cambiar dinámicas, están planteándose hacer público el precio de alquiler de la sala en un ejercicio de transparencia totalmente inédito en este gremio. “No los tenemos colgados en la web, pero no descartamos hacerlo algún día”, apunta Cerdà.
La contratación de artistas y trabajadores en las salas de conciertos ha sido durante años un tema tabú. Aún lo es, pero empieza a cambiar. Paral.lel 62 ha cogido el toro por los cuernos. Entre las 26 personas fijas en plantilla hay dos trabajadoras de limpieza, dos técnicas de sonido, una de luces, el maquinista y cuatro fijos discontinuos. Nadie rebasa la jornada laboral de ocho horas, de modo que a veces se buscan refuerzos. También los músicos son contratados. Y no solo los que programa la sala. “Exigimos a las promotoras externas que los contraten y nos den la garantía de que lo han hecho. Si es una asociación amateur, más que exigirlo, les asesoramos sobre cómo hacerlo. Ahí haces más pedagogía que exigencia, pero con una promotora grande es sí o sí”, insiste Cerdà.
Por ahora, el hueso más duro de roer es el mismo que tiene el resto de salas y discotecas del país: el personal de seguridad. “Estaría muy bien tener personal de atención al público y que no fuese de seguridad, pero hay que ser realista y estamos en una esquina con mucha circulación de gente que a veces ni siquiera viene a nuestra sala”, constata Cerdà. En su opinión, “las empresas del sector son mejores que años atrás, pero aún hay mucho margen de mejora”. Es un problema, el perfil agresivo y poco dialogante de algunos porteros o vigilantes que nadie ha resuelto aún. El sueño de Paral.lel 62 sería tener un equipo propio integrado por gente del barrio que pudiera trabajar para otras salas y teatros de la zona. Internalizar un equipo de seguridad resulta, por ahora, económicamente inviable.
En poco más de un año, ha corrido la voz lo suficiente como para que en la misma sala se haya celebrado una gala del año nuevo chino y un concierto de un grupo de folclor boliviano, una misa de electrónica trance y una velada de ritmos Bollywood, el fiestón feminista y no mixto más grande de la ciudad y, justo al día siguiente, un concierto de Café Quijano. Pero para abrir la sala a jóvenes promotoras y colectivos amateur ha habido que atajar ciertas inercias. “Hay promotoras que, por ejemplo, quieren todos los viernes de octubre porque saben que les funcionan. Y las reservan antes incluso de tener artistas que programar. Otras piden tres fechas y no desbloquean dos hasta que saben qué día exacto estará el grupo en la ciudad. Nuestra obligación como sala pública es escuchar todo tipo de propuestas, pero esas dinámicas limitaban las opciones a promotoras pequeñas. No dejaremos de trabajar con grandes promotoras, pero si antes tenían 20 fechas, ahora tienen 13. Y las otras siete serán para otra gente”, aclara.
Una sala pública, en efecto, puede ser una herramienta clave para renovar la banda sonora de una ciudad. O, mejor dicho, una sala será una herramienta sociocultural de primer orden cuando su programación sea un reflejo fiel de la banda sonora de la ciudad. Algunos colectivos de afrodescendientes o migrantes latinoamericanos que empezaron organizando sesiones en la sala pequeña ya están asomando la cabeza por la sala grande. A menudo lo hacen en fiestas en las que suman esfuerzos (y públicos) dos o tres colectivos. Es otra de las funciones de Paral.lel 62: conectar grupúsculos afines, asesorarles en sus primeros pasos como promotores y, si lo desean, brindarles la oportunidad de dar el salto.
Para encajar todos estos encargos de carácter social, algunos de los cuales implican muchas horas de conversaciones, sin desatender la programación profesional ni olvidarse de generar ingresos no hay fórmulas mágicas. “Alquilar algún día la sala para un evento privado que no es lo que más ilusión te hace en el mundo te permite, con ese dinero, dejarla gratis para una fiesta de fin de curso de una escuela del barrio o cobrarle solo unos extras”, pone como ejemplo la codirectora de la sala. Fuera del horario de conciertos, en Paral.lel 62 se han rodado videoclips, se han ensayado óperas y giras de Rigoberta Bandini y Morad, se han celebrado galas y hasta una asamblea del Sindicat de Llogaters, colectivo que lucha por frenar la desbocada especulación inmobiliaria que sufre la ciudad.
El deseo de integrarse en el barrio y ayudar en lo que haga falta queda explicado en los dos siguientes ejemplos. Xamfrà es una entidad socioeducativa del Raval que desarrolla labores de inclusión social a través de la danza y la música. También tiene un proyecto radiofónico que ahora graba los programas en una habitación de Paral.lel 62 que llevaba años en desuso. Abarka es una cooperativa de personas migrantes y racializadas que ofrece caterings y otros servicios relacionados con la gastronomía y cuyo crecimiento les había obligado a buscar una cocina más grande. Paral.lel 62 también tiene una cocina en desuso. Xamfrà y Abarka tienen llaves del edificio; son vecinos de confianza. A veces, Abarka incluso se encarga de preparar el cáterin para eventos que se celebran en la sala.
Más allá de las actuaciones, Paral.lel 62 está acogiendo y planificando actividades relacionadas con la música como becas para grabaciones y filmaciones de videoclips, talleres de discjockey para mujeres, sesiones de escucha colectiva o programas de formación para, por ejemplo, aprender a contratar a músicos. Y es que uno de los objetivos más ambiciosos de Paral.lel 62 es rebatir esa inercia que está llevando a tantas salas a transformarse en simples espacios de alquiler al mejor postor; locales sin apenas personalidad que el público ya no percibe como lugares de socialización sino de estricto consumo de música en vivo.
Cerdà asume que el proyecto aún está en obras, pero este apunta hacia una suerte de “espacio de articulación de saberes donde puedan reunirse los profesionales del sector. Una especie de centralita de información que reparta juego y comparta aprendizajes”. Aunque inicialmente Paral.lel 62 generó suspicacias entre otras salas privadas que la veían como un competidor desleal, la propuesta de la codirectora es tajante y transparente: “Quien pueda tener recelos, que venga a reclamar porque esta sala es pública y por lo tanto también es suya”.