Alguno de los 'despidos' se escudaba en la cláusula decimoprimera de su contrato. El tercer punto de esa cláusula advierte que el acuerdo se podrá extinguir “a instancia de Altafonte y sin necesidad de alegar causa (…) con un preaviso por escrito de al menos 60 días”. “Nuestras relaciones se basan en acuerdos flexibles, transparentes, justos y personalizados para cada proyecto, buscando siempre un modelo de beneficio común”, se puede leer aún en la web de Altafonte. Sin embargo, el calificativo flexible queda en entredicho visto lo ocurrido. Además, hasta el día en que expire definitivamente el contrato, seis meses después de recibir ese email, ninguno de los artistas despachados podrá subir nuevas canciones. Si alguno estaba a punto de publicar disco, deberá maniobrar rápido y encontrar una distribuidora que acoja su poco rentable cancionero.
Miguel Martorell, director gerente de Altafonte, asume que se están “llevando todos los palos por haber sido los primeros en tomar esta decisión”. Y, precisamente por el revuelo causado, quiere explicar los motivos. “La aparición de la distribución digital ha supuesto una democratización sanísima para la música, pero estamos inundando las plataformas. Hay grandes compañías que se dedican a la pesca de arrastre; es decir, a distribuir a cualquier artista para irse quedando cuota de mercado”, diagnostica. Y ante ese panorama, Altafonte ha optado por centrar sus esfuerzos en artistas consagrados o con potencial de crecimiento. “No podemos competir en un mercado que busca el volumen. Si el mercado va hacia el volumen, nosotros queremos ser una compañía boutique que se dedica 100% a sus artistas. Y para eso necesitamos optimizar recursos”.
El director gerente de Altafonte aclara que no es una decisión puramente económica, sino empresarial, estratégica y largamente meditada. “Hemos estudiado cada una de esas cuentas”, afirma. “Se ha decidido cerrarlas porque ya no podemos aportar el trabajo que necesitan esos músicos”. Cuando Martorell habla de estudiar las cuentas se refiere a analizar “la actividad de los últimos años, la interacción con el público, si mueven sus redes sociales, cuántos conciertos ofrecen al año, si tienen mánager y agencia de promoción, si se lo toman en serio o es un hobby”. Publicar pocas canciones al año penaliza, actuar poco en directo penaliza, ser soso en redes penaliza: ser un aficionado penaliza. Aunque, claro, siempre será muy difusa la línea que separe al artista profesional del amateur.
“Parece que distribuir música es pulsar un botón, pero hay un coste de trabajo, un equipo de operaciones, otro de contabilidad, el de marketing y promoción, un sistema de soporte…”, enumera Martorell para justificar la decisión de Altafonte. “También hay un equipo de operaciones que revisa que los metadatos sean correctos y que no se está haciendo nada ilícito como publicar un cover sin permiso, que no estás generando una canción de Drake por Inteligencia Artificial o que no estás publicando una canción que no te pertenece”, pone como ejemplos. Cabe señalar que los artistas 'despedidos' por Altafonte no pagaban nada por subir su música a las plataformas. Ahí está la clave del asunto.
En España operan una veintena de distribuidoras digitales. La Cúpula es una de ellas y, a diferencia de Altafonte, su modelo de negocio pasa por cobrar al artista 2,99 euros por cada canción que suba. Un único cobro de por vida que permite sufragar los costes. Si Altafonte aspira a ser una distribuidora boutique, el modelo empresarial de La Cúpula es algo diferente. “Nacimos con la idea de que cualquier persona que quiera subir música a Spotify pueda hacerlo. Trabajamos con gente que quiere hacer música y tiene todo el derecho a hacerlo, pero eso comporta un coste y lo repercutimos en el artista”, explica su director Ricardo Álvarez. Por eso la idea de despedir a alguno de sus 30.000 artistas no entra en sus planes “ni a corto, ni a medio ni a largo plazo”.
La limpieza de catálogo de Altafonte ha resultado traumática para algunos artistas, pero la alternativa es sencilla. “Siempre va a haber una opción para que un artista pueda publicar su música en algún agregador”, celebra Martorell. Para el directivo de Altafonte, no estamos ante el inicio de una restricción masiva del acceso los artistas a internet: “Se ha abierto una puerta en la democratización de contenidos que va a ser muy difícil de cerrar”, diagnostica para evitar visiones apocalípticas. Sin embargo, tras su decisión empresarial, pionera en España, subyace una advertencia: la vida de un artista en internet puede cambiar de la noche a la mañana en virtud de una decisión unilateral de su distribuidor. Y, por mucho que patalee, el artista no tendrá armas para evitar que le den la patada. Este verano, se ha conocido la lucha en común de diversos artistas y bandas afectadas por los impagos del agregador digital RockCD, que además de fabricar, ofrece el servicio de colocar las canciones en plataformas y recoger los royalties, aunque debido a su endeble situación financiera no está trasladando estas ganancias a los autores.
Si en algo coinciden los directivos de La Cúpula y Altafonte es en que el ritmo de publicación de canciones no deja de crecer. La primera empresa sube una media mensual de 4.000 canciones; Altafonte, mas o menos la mitad. Pero eso no es nada. Un estudio de la compañía de análisis de datos Luminate calculó que en 2022 llegaban a Spotify y demás plataformas 93.400 pistas de audio cada día. A mediados de 2023 esa cifra había ascendido a 120.000. Eso significa que cada mes se incorporan 3,6 millones. A final de año serán más de 43 millones. En 2018 ‘solo’ se subieron 16,4 millones de canciones. En cinco años se ha casi triplicado esa cifra. Nunca en la historia había tanta música nueva. Aunque no todo son canciones; de ahí el uso del término "pistas de audio". Algunas, cada vez más, son sonidos de la naturaleza, audios para concentrarse o estudiar, o ruidos de lluvia, trenes, lavadoras…
En ese contexto de sobreproducción musical, y coincidiendo con el email masivo de Altafonte deshaciéndose de sus artistas menos rentables, saltó otra noticia: un acuerdo entre la plataforma de escucha Deezer y la discográfica multinacional Universal para poner coto a las pistas de audio no musicales y generar un reparto de royalties más beneficioso para los artistas. El cambio de reglas ya se ha hecho efectivo en Francia y debería aplicarse en el resto de países a partir de enero. Si lo de Altafonte fue una decisión unilateral, esta también lo es, pero su impacto en el sector es mayor: afecta automáticamente a todas las distribuidoras digitales y a cientos de miles de autores.
Ainara LeGardon es músico, experta en propiedad intelectual y asesora y divulgadora de este y otros laberintos de la relación entre creadores e industria desde el podcast Autoría. Su primera reflexión es que “los grupos deberían ser conscientes de lo que han firmado para que a nadie le pille por sorpresa”. La segunda, que “se está vinculando directamente la calidad con los números. Eso nunca es sano en el ámbito artístico, pero es lo normal en el ámbito industrial. No debemos olvidar que las plataformas trabajan para sí mismas. Aunque nos parezca que debería ser un servicio público universal, el acceso a la música está controlado por muy pocas empresas que se deben a sus accionistas”.
“Es una pirámide de subordinación: los y las millones de artistas independientes están en manos de unos cientos de distribuidoras, estas están en manos de unas decenas de plataformas, y estas, ahora mismo, a merced de las decisiones de las tres multinacionales, que son las titulares de los grandes repertorios a los que las plataformas no se pueden permitir renunciar”, diagnostica LeGardon. “Universal pacta con Deezer unas condiciones, Deezer las aplica a todo el mundo y a nosotros nos llegan impuestas”, lamenta el director de La Cúpula. “Dicen que tras un estudio han concluido que estas condiciones serán beneficiosas para los artistas, pero a mí, que represento a 30.000 artistas, me gustaría saber si eso es realmente beneficioso para mis artistas o no. Creo que el acuerdo tiene cosas positivas y justas, pero me gustaría que hubiera más transparencia. Que hagan públicos los términos de la negociación, por lo menos a las distribuidoras. Que sepamos cómo han llegado a esa conclusión”, reclama Álvarez.
Entre las nuevas reglas acordadas e impuestas por Deezer y Universal está dejar de pagar royalties a ese creciente y preocupante porcentaje de pistas sonoras de ruido y hacer que los artistas con más de mil oyentes mensuales cobren más que los que no llegan a esa cifra. Se trata de, en palabras del director ejecutivo de Deezer Jerónimo Folgueira, “eliminar incentivos que inviten a la gente a subir una tonelada de basura sin apenas valor para los verdaderos oyentes”. “Si la medida de Deezer empieza a funcionar, el resto de plataformas la integrarán”, teme Álvarez. De ser así, el margen de maniobra de las distribuidoras será escaso. “Podría retirar mi catálogo de Deezer, pero en La Cúpula tenemos muchos artistas autogestionados y no es una decisión que pueda tomar por mi cuenta. Tendría que consultar a 30.000 artistas y gestionar la decisión de cada uno”, especula. Un jaleo administrativo descomunal en el que nadie quiere ni pensar.
Las plataformas están cada vez más desbordadas y las costuras del negocio empiezan a resentirse. Altafonte ya ha movido ficha y también lo ha hecho Deezer. Son casos paralelos, no necesariamente conectados, pero que responden a un mismo contexto. “Deezer actúa en base a ese colapso”, sostiene Martorell. “El dinero que reparte Spotify no es infinito, pero tiene que repartirlo entre todos los artistas y canciones. Y si todos los meses se suben tres millones de canciones, ese reparto se diluye. Las plataformas tienen que empezar a ver hacia dónde va ese dinero”, analiza. Por ello, avanza que “la industria tendrá que hacer una reflexión sobre el volumen de contenidos que se están publicando y el ritmo al que los estamos publicando”. Por otro lado, habrá que atender a la derivada medioambiental. “Cada vez hay más capacidad de almacenamiento, pero, ¿a qué coste? Los servidores consumen una energía brutal”, advierte Álvarez.
El debate en torno a la sobreproducción de música está sobre la mesa desde hace tiempo, pero a esa mesa se sientan muy pocos comensales. Por ahora, lo único que pueden hacer las distribuidoras es esperar y especular. Su mayor miedo es la reacción de Spotify. “No sé si seguirán queriendo coger toda la música o si algún día darán un golpe de timón porque los porcentajes de canciones que apenas se escuchan en su plataforma son muy altos”, advierte Martorell. “Y ese porcentaje seguirá creciendo al ritmo que se incorporen nuevas canciones”, profetiza. “Ahora las plataformas están centradas en el ‘cuanto más contenido, mejor’, pero si alguna gran plataforma cierra el grifo, la industria vivirá un gran cambio”, aventura el directivo de Altafonte. En cierto modo, Deezer ya está maniobrando en esa dirección. E influida por la mayor multinacional del planeta.
Sobrevolando esos movimientos tectónicos en la industria musical, el músico madrileño Jonston, uno de los cientos de artistas afectados por la retirada de canciones de Altafonte, suma otra reflexión: “La música indie, underground o como queramos llamarla, siempre había tenido sus canales de distribución y escucha, pero ahora hay un mismo canal para todo el mundo. Igual no deberíamos estar en Spotify. Igual deberíamos tener nuestros propios canales. No sé si me aporta mucho estar en Spotify. Dinero, ya sé que no me aporta. Podría contactar con cualquier otra distribuidora que sé que no me echará, pero es posible que no lo haga y me quede en Bandcamp”, especula aún desconcertado por la situación.
La plataforma estadounidense Bandcamp es vista por muchos melómanos como un espacio más amable y justo en esta jungla de la distribución digital de música. Pero mientras Jonston valora qué hacer con sus canciones, también la modesta Bandcamp vive sus propios seísmos. La semana pasada saltaba la noticia: Bandcamp, que ya fue adquirida en 2022 por el portal de videojuegos Epic Games (los creadores del videojuego Fortnite), ha sido revendida a la plataforma de gestión de derechos de autor Songtradr. El gran río de la música digital anda más revuelto que nunca. Y como dice el refrán: a río revuelto, músico que se ahoga.