Lo hace gracias, sobre todo, al duelo actoral que mantienen Laia Costa y Hovik Keuchkerian, que ganó la Concha de Plata a la Mejor interpretación de reparto en el pasado Festival de San Sebastián. Es Un amor la obra más árida y austera de Coixet, que demuestra que sabe despojarse de recursos estilísticos que parecían ligados a su obra y que ahora maneja mutando y triunfando en la compleja traslación del texto a la pantalla.
Sabe de la complejidad que implicaba, pero en 35 años de directora ha aprendido a soportar críticas que muchas veces han excedido lo profesional. A pesar de ello ha seguido haciendo lo que ha querido, diciendo lo que ha querido y rodando el cine que le ha dado la gana. Y lo seguirá haciendo. Ya prepara una serie para el canal Arte inspirada en su vida y una nueva película en donde volverá a traicionarse a sí misma, ya que adaptará a Elena Ferrante con Penélope Cruz como protagonista.
Un amor no es la novela más fácil para adaptar, ¿por que decidió hacerlo?
Bueno, yo creo que he adaptado cosas más difíciles…
Philip Roth –le adaptó en Elegy– no fue fácil, imagino.
No fue fácil, no. Creo que al final una novela se abre camino en ti y tienes una sensación de que realmente quieres hacerlo. Quieres hacer este texto y no quieres hacer ese otro que te gusta también. A mí lo que más me gusta del mundo es leer, y soy muy profesional leyendo. Es decir, puedo leer sobre cualquier cosa. Puedo leerme hasta los prospectos de las medicinas con todas sus contraindicaciones. Pero yo no buscaba un texto para adaptar, es más, buscaba no adaptar ningún otro texto literario, y sin embargo este se abrió camino y me fascinó. Me hipnotizó. Todas las novelas de Sara Mesa me habían gustado mucho, pero esta me tocó una fibra y sentí que tenía que hacer esta película. Sabía que iba a ser difícil, que es un personaje que la gente va a juzgar, como juzgan al de la novela… Sabía todos los fregados en los que me estaba metiendo, pero sentía que quería hacerlo.
Desde que se presentó la película en San Sebastián le he oído decir que se identifica con ese personaje, ¿en qué sentido?
En todos. En el raca raca este de la cabeza, en esta conversación constante que tienes contigo, en las contradicciones que tiene Nat, en ir hacia algo de lo que tú ves que no vas a sacar nada bueno e ir a pesar de eso. En ese estar muy cómoda siendo un outsider, pero la vulnerabilidad que te da el hecho de que en el fondo tú querrías que te aceptaran…
¿Hay muchas más Nat de lo que parece?
Yo creo que hay muchísimas. Por eso me sorprende el juicio. Me sorprende cómo la gente juzga a este personaje desde una especie de atalaya de superioridad moral, desde una estupidez que me alucina. Yo pienso: ¿pero qué clase de vida perfecta tienen para permitirse juzgar? Yo soy una persona que juzga mucho, pero creo que siempre, antes de juzgar, intento entender. Una vez has entendido sí que creo que puedes juzgar, pero primero hay que intentar entender o, al menos, suprimir ese entendimiento, porque yo también digo que entender demasiado las cosas hace la mente perezosa.
¿A ese personaje se le juzga más por ser mujer?
Absolutamente. El drama de los personajes de Nat y de Andreas no es tan diferente. Los dos son outsiders, a los dos les gusta la soledad hasta cierto punto. ¿Cuál es la diferencia entre ellos? El alemán es un personaje que está tranquilo en su casa, no quiere dramas, no quiere saber nada del mundo. Le da igual que no le inviten a la barbacoa de los vecinos. Nat, en cambio, también está bien en su casa. Está perdida, pero todos estamos perdidos, y el que no esté perdido me preocupa. Pero en el fondo, ella quiere ser aceptada. Y eso sí que es jodido. Porque ahí es cuando eres vulnerable y ahí es cuando te atacan todos.
Hay muchas Nat, pero también hay muchos Peter.
Es que Peter es tanta gente que conozco, tanta gente con buenas intenciones. Gente que te dice cosas como ‘pero si yo quiero que estés bien’, ‘¿y tú cómo estás?’… Eso implica que estás mal. Gente que te impone su ayuda sin que tú la hayas pedido. Esa gente que asume que no sabes cosas. Esa persona que todo el rato intenta que te enfrentes a tus carencias.
No sé si son más peligrosos los Peter, los falsos aliados, que los machistas a cara descubierta como el casero.
A mí, al que no ves venir y el que te coloca el rollo agresivo-pasivo, para mí ese es muy peligroso porque no hay manera humana de reaccionar. No te deja margen. Es muy difícil de aniquilar el poder de esa gente. Como dice Hugo Silva, si reconocéis un Peter en vuestra vida, echadlo de ella o echad a correr.
Creo que es su película más austera, la más seca. La puesta en escena, la escasa presencia de música…
Música hay poca. Está puesta con cuentagotas. Subrayar ciertas cosas cada vez me cuesta más. Me parece que no hace falta y creo que el espectador no necesita que le digan qué pensar y qué sentir. Me molesta como espectadora. Hay unos cuantos temas y hay una canción de Max Rabee, Es word wieder gut, que para mí es un icono. Creo que era una historia que pedía este tratamiento sensorial. Con ideas fílmicas podemos contar este diálogo constante de una persona con sus dudas, sus sentimientos, sus emociones… quería que el espectador sienta la humedad. Creo que hay un trabajo de sonido increíble. Me gusta mucho toda esa presencia de esa casa que se derrumba, porque para mí la casa es Nat. Y el perro también es Nat, y por eso es el único que la puede acompañar.
Cuando ganó el premio a la Mejor interpretación de reparto en San Sebastián, Hovik Keuchkerian destacó que con usted el rodaje se acababa a la hora, que no alargaba las jornadas, que todo era fácil… Me sorprendió que se reivindique lo que debería ser normal.
Se lleva otro tipo de director torturador. Cecil B. DeMille ha hecho mucho daño y Kubrick también. Yo creo que hay una manera muy tranquila de dirigir. Para mí una película sí es una cuestión casi de vida o muerte, pero para eso no hace falta ni torturar a los actores, ni hacer 200.000 tomas de algo. Yo he tenido la fortuna de conocer a gente que ha trabajado con Kubrick estrechamente. Tuve un proyecto con el guionista de Eyes Wide Shut, que me contó muchas cosas de Kubrick y yo le pregunté: ¿pero de todas las tomas que hacía, cuál era la toma que realmente aprovechaba? Y me dijo que la primera o la segunda, que lo otro lo hacía porque le complacía torturar a los actores y decía: así se crean los mitos.
Por eso hay muchos más mitos de hombres directores que de mujeres. Claro, luego está Agnès Varda, que estaba por allí, aparecía… porque no necesitas hacerte notar. Decía: ‘A mí me da igual que venga un equipo de la televisión neozelandesa, que no sepa quién es el director y que piense que yo soy un cámara. A mí me parece bien'. A mí me resulta mucho más fácil admitir que alguna cosa no la sé que montar un argumento para decirle a un actor que lo haga como yo quiero.
¿Es un patrón masculino? Porque os escucho a las directoras reivindicar la duda.
Yo es que dudo todo el tiempo, pero también te digo que yo en un rodaje no tengo la menor duda. Yo en un rodaje soy una especie de Mary Poppins mezclada con Patton. Sé realmente lo que quiero a un nivel que a veces pienso que no puede ser que lo tenga tan claro. Siempre me imagino mi cabeza como un cubo de Rubik cuando estoy en un rodaje y yo creo que por eso soy tan feliz en un rodaje, porque por un momento soy como Mazinger Z. Pero claro, luego salgo a la calle y la vida no es así. Tú dices ‘corten’ y nadie se para, y si dices 'vamos a hacerlo otra vez’ nadie te hace ni puto caso.
¿Ha tenido algún rodaje infernal?
Sí. Es curioso, porque en el rodaje que más sufrí me rompí tres costillas, entré en una depresión que me quería morir… fue un rodaje donde no me pagaron y probablemente ha sido la película con críticas más atroces que he hecho. ¿Moraleja? No hay que sufrir.
Estoy leyendo en estos momentos La escritura como un cuchillo, de Annie Ernaux, y cuado se le pregunta por ‘las mujeres escritoras’, dice que tiene una relación ambigua con el término. Por un lado piensa que no entiende esa categoría, que nunca se refieren a ‘los hombres escritores’, y por otro que para ella su escritura está marcada por ser mujer y las cosas que ha vivido y sufrido por serlo. ¿Qué piensa usted, sufre esa dicotomía?
No. Yo estoy directamente en el coñazo, porque tú lo que quieres es hablar de una cosa muy específica y de repente toda la mochila de ser una mujer que llevas encima tienes que desbrozarla. Pero ya lo asumo con resignación, cristiana o no cristiana. Evidentemente, si no me hubieran pasado las cosas que me han pasado en la vida… Muchas por ser mujer, otras por ser como soy, por tener también un espíritu libre, por ser un verso muy libre, pues igual no haría películas. Pero claro, el problema es que yo estoy muy contenta en un rodaje, porque allí todo es solucionable.
Hace poco leía una columna que escribió en donde decía que hay personas que parece que están predispuestas a que se metan con ustedes. Es una columna que me pareció muy dura, pero también muy valiente.
Sí, hubo amigos llamándome y preguntándome que por qué lo había escrito, que me estaba exponiendo… y lo escribí porque en ese momento sentía… Lo escribí porque leí que a una de estas influencers que se habían metido con ella porque estaba gorda o porque había engordado y que esto era una gran tragedia, y tenía mil personas que le habían entrado a Instagram insultando. Entonces ella hacía como un post llorando y oye, si la chica quería llorar, que llore, no pasa nada. Pero por otro lado, pensé: yo llevo 35 años donde he tenido que aguantar que me digan de todo y a un nivel muy salvaje.
Acaba de morir un crítico que pidió directamente que me cortaran la cabeza y las manos. Yo entiendo que es un trabajo y puede no gustar una película o puede que le caiga mal. Yo lo de caer mal también lo entiendo, pero ya el insulto a niveles tan heavies… Yo no me recreo en esto, el victimismo me da como cosa, pero también me han pasado cosas muy heavies y horriblemente desagradables. ¿Y por qué? No sé, igual soy yo, que caigo mal a cierta gente, a lo mejor ven en mí algo de ellos mismos que no les gusta, que también puede ocurrir.
Mencionaba el otro día Paula Ortiz que a ella se le tachó de cursi, de moñas, de esa palabra que se usa de forma peyorativa cuando se usa para una mujer, intensa. Algo que vinculaba al tipo de cine que hacía, alejado del realismo que parece el lugar donde una directora es aceptada. ¿Se ha sentido atacada también por eso?
Yo creo que hay una panoplia de razones, pero me parece asombroso que alguien pierda cinco minutos de su vida insultando de una manera tan bestia a alguien porque le ha visto en una foto y le parece que tiene el flequillo muy largo. Que yo puedo pensarlo también pero desde luego ni lo voy a escribir ni lo voy a publicar ni nada. Yo también tengo muchas manías. Si la gente supiera lo que pienso de ellos, desde luego se quedarían pálidos.
¿Y si lo escribiera?
Si lo escribiera... Vamos, se les caen los palos del sombrajo. Pero no, no lo voy a hacer. Sí que de vez en cuando pienso: ¿ya vale, no? Porque además, cuando tú piensas que tienes la piel curtida y que nada te va a asombrar, sucede algo que dices: otra vez. Tengo días que me lo tomo a cachondeo, digo aquello de 'ladran, luego cabalgamos', pero es que yo no quiero ya escuchar ladridos. Tampoco tengo la obsesión de que me alaben, porque también me pone muy nerviosa. Yo soy de esas personas que piensan que si te dan un premio no te lo mereces. Y si no te lo dan, pues también. Es también una situación un poco tonta, no sé.
Un amor habla de la complejidad del deseo femenino. Lo hace en un año en el que también se ha estrenado Creatura, que aborda también el tema. ¿Se está derribando el tabú respecto a ese asunto?
Creatura es una película muy interesante, y que hable del deseo también en los niños y las niñas es importante. Yo creo que es un tema que ya lo he tocado, y tampoco me parece que sea como ‘el tema’. Yo creo que lo bueno de Un amor es que tiene muchas capas que tienen que ver con muchas cosas y muchos dominios diferentes. Y el del deseo desde luego está. Cómo se transforma ese deseo, cómo de alguna manera cada escena de sexo de la película es una puerta hacia otra cosa y hace que ella cambie y hace que ella explore y hace que ella se vaya adentrando en algo que no sabe muy bien lo que es porque no puede ni nombrarlo. Está bien que se hable de estas cosas.
¿Cree que hay una nueva sensibilidad como espectadores hacia las escenas de sexo?
Pues no lo sé. Yo creo que igual estamos un poco cansados. Yo estoy cansada de que sean escenas de gimnasia, de sexo aburrido… una de las cosas que me he esforzado es para que la representación del sexo no fuera aburrida, porque yo como espectador también quiero ver otra cosa. Yo en las escenas de cama pensaba, sobre todo, qué aporta esta escena respecto a las otras, y en ese sentido sí que me he esforzado en hacerlo lo menos convencional que he podido.
Volviendo al tema de las mujeres directoras, una de las cosas que están pendientes son los grandes presupuestos. ¿A usted le gustaría hacer una peli muy grande? ¿Se haría un Marvel?
Un Marvel no, pero un Oppenheimer sí, un biopic. En realidad yo lo que querría hacer es una comedia, como una que hizo Ben Stiller después de Zoolander, que esa es una obra maestra, ya lo sabemos… Thunder…
¿Tropic Thunder?
¡Esta! Yo querría hacer una como esta, de guerra. Me encantaría. Además, sabría hacerla, ya te lo digo yo. No sé si sería buena o mala, pero yo saber hacerla, sabría.
¿La tiene ya pensada?
He pensado una y me encantaría. Sí, sí, ya estoy un poco harta. Ahora hay un tipo que califica las películas de mujeres de cine menstrual. Pues mira, no lo pensé, pues igual tiene razón y tenemos que hacer cosas diferentes, ¿no?
Vídeo: Clara Rodríguez