No se sabe si todo eso es cierto, pero alguna vez los actores sí han soltado alguna pista sobre ese perfeccionismo. El mismo Downey Jr. dijo en una entrevista: “Creo que soy la persona perfecta para trabajar para Fincher porque entiendo los gulags”. La rumorología de Hollywood hizo el resto. El rumor más bestia dice que Downey Jr. dejaba en el set de Zodiac jarras con su propia orina como señal de venganza.
Lo que sí es real es que el perfeccionismo de Fincher encarecía las películas. Un thriller como su adaptación de Millenium en Los hombres que no amaban a las mujeres hubiera costado con un cineasta del montón apenas 30 millones (una cifra de presupuesto medio para Hollywood). Con Fincher, costó 90 millones. Eso sí, la película que entregó estaba lejos de ser un encargo del montón, era un thriller estilizado, lleno de ideas visuales y con su particular sentido del ritmo y la puesta en escena.
Tras su excelente Perdida, Fincher estuvo seis años sin dirigir un largometraje, y solo regresó gracias a la serie Mindhunter, con Netflix. Fue la plataforma la que le rescató y le ofreció un contrato para desarrollar películas con ellos. La primera fue Mank (2020), su mirada a la censura de Hollywood premacartismo y las primeras fake news gracias a la historia del guionista de Ciudadano Kane. Ahora llega a la plataforma El asesino, la adaptación de la novela gráfica del mismo título de Alexis Nolent y Luc Jacamon (Norma Editorial).
Un título con el que regresa a uno de sus temas favoritos, los asesinos en serie y que ya desarrolló en Seven, Zodiac o Mindhunter, pero que aquí invierte para colocar al espectador en la mente del asesino. La puesta en escena de Fincher introduce al espectador en la cabeza de Michael Fassbender, y lo hace con un juego de sonido y fotografía tan delicado y estilizado que uno sabe que el perfeccionismo del director sigue intacto. A eso sumen a The Smiths como banda sonora y tendrán el thriller más divertido y frenético del año.
Quien se ha convertido en su mano derecha desde hace ya unos cuantos años es Erik Messerschmidt, su director de fotografía de confianza desde Mindhunter. Ambos definen el estilo visual de cada película y la desarrollan en una colaboración que le ha proporcionado a Messerschmidt un Oscar por Mank. Desde San Sebastián, donde vive desde hace unos años, Messerschmidt atiende a elDiario.es y da su opinión sobre si Fincher es tan perfeccionista como dicen las leyendas urbanas de Hollywood.
“No sé… Creo que eso de su ‘perfeccionismo' se ha dicho en exceso. Sabe lo que está buscando e intenta con todas sus fuerzas conseguirlo. Supongo que algunas personas llamarán a eso perfección. Yo creo que es mejor llamarlo 'intención', o 'búsqueda de la intención'. Es lo más intransigente posible para lograr lo que quiere, lo cual creo que es algo bueno. Ojalá hubiera más cineastas que tuvieran tan altos estándares para sí mismos, para el equipo y las interpretaciones”, dice del cineasta. Si tuviera que definirle él, en vez de perfeccionista usaría la palabra “extraordinario”. “Es un ser humano poco común. Alguien que amplifica a todos los que lo rodean, y eso es algo muy especial”, añade.
Comenzó como gaffer (coordinación de iluminación) en Perdida, y ascendió a director de fotografía en Mindhunter. Reconoce que esa primera vez estaba “nervioso, por supuesto”, pero que pronto se dio cuenta de que “David es un colaborador increíble”. “Te empuja a hacerlo lo mejor que puedas todo el tiempo, pero al mismo tiempo es una experiencia muy gratificante y muy agradable trabajar con él. Cada vez que suena el teléfono y él llama, estoy encantado de hacerlo”, subraya.
Destaca de él su capacidad de esfuerzo y cómo “impulsa la tecnología” para realizar su trabajo. Un director que “toma riesgos creativamente más que nadie”. “Cuando hicimos Mank fue un cambio importante estéticamente. Era una película muy diferente para él. Pero él está en constante evolución, trata de mejorar el proceso creativo e intenta ver el cine de una manera diferente. Siempre está moviéndose, pero no de una forma lineal”, dice sobre su evolución como cineasta en estos años.
Para El asesino no hablaron mucho de “un estilo” visual concreto, pero sí sobre “el ritmo y la estructura”. “Miramos la novela gráfica, pero más desde la inspiración en términos de localizaciones y analizamos cómo se construyen narrativamente las novelas gráficas. La mayoría de las conversaciones que David y yo tuvimos al principio fueron sobre cómo pasar de estos momentos tranquilos, para luego acelerar la película y después ralentizarla de nuevo. Ver cómo iba a ser eso en términos de fotografía. De modo que cuando [el montador del filme] Kirk Baxter tuviera el material, pudiera editarlo con esa intención en mente. Se trataba en gran medida de una cuestión de ritmo mientras que el estilo surgió casi en su totalidad por necesidad”.
Uno de los elementos más sorprendentes del filme es que en una escena Fincher apuesta por la cámara en mano, una técnica que ha usado en escasas ocasiones y que choca con el estilo tan preciso y los movimientos de cámara quirúrgicos que suele utilizar. Erik Messerschmidt desvela que originalmente “la idea era hacer casi toda la película con cámara en mano”. “Hicimos tomas de prueba y terminamos por no usar ninguna cámara en mano en la película. De hecho, esa escena de cámara en mano se ha hecho digitalmente”, explica contando el truco. En esas pruebas se dieron cuenta de que, en un momento dado, el operador de cámara se cansaba y eso “afectaba a la narración”. “No queríamos que eso se convirtiera en un factor en la fotografía, así que optamos por rodar toda esa escena en un dolly [una plataforma para rodar travellings] y luego se ha ajustado meticulosamente en postproducción”.
Una de las referencias para El asesino es El silencio de un hombre (Le Samourai), el filme de 1967 de Jean-Pierre Melville con Alain Delon. Una influencia que confirma Messerschmidt y que describe como “una referencia excelente en cuestión del tono”. “Es un trabajo espectacular y ciertamente fue una referencia, pero no era algo que pretendíamos. No fue algo que usáramos mucho. En realidad, fue más bien una conversación inicial”, añade.
Muchos directores de fotografía acaban saltando a la dirección, y aunque Erik Messerschmidt no lo descarta de forma tajante, sí que asegura que su “parte favorita del proceso es colaborar con el director”. “Amo lo que hago, pero tal vez algún día sí que lo haga”. Eso sí, de momento tiene claro que si suena el teléfono y es Fincher, dirá que sí: “Si David llama ni siquiera pregunto qué es lo que vamos a hacer, solo le digo que sí”.