Lo he leído a ratos, alternándolo con otras lecturas, y ha habido momentos descacharrantes, sobre todo cuando Vila-Matas cuenta la anécdota de Borges en aquellos tiempos yeyés en que los Beatles causaban furor y Victoria Ocampo se trajo de Londres su primer disco junto a una peluca que era una imitación exacta de la cabellera de John Lennon. Tan pronto como Victoria llegó a Argentina dio una comida para presentar su descubrimiento musical, invitando al almuerzo a su hermana Silvina y a Adolfo Bioy Casares, que llegaron acompañados de Jorge Luis Borges.
Parece ser que Victoria ponía una y otra vez el famoso primer disco de los Beatles, un trabajo explosivo para la época y que incluía Love me do o la versión de La Bamba que el conjunto inglés tituló Twist and shout y que hizo que los invitados no parasen de mover los pies bajo la mesa. No hubo tregua durante el almuerzo ni tampoco durante la sobremesa; llegado el momento de los postres, Victoria Ocampo sacó su peluca de John Lennon y cuando fue a ponérsela a Borges, este no se dejó. Por favor, Victoria, hasta ahí podíamos llegar.
Años después, un periodista preguntaría a Borges que a quién prefería, si a los Beatles o a los Rolling Stones; una disyuntiva que siempre fue un recurso fácil para los entrevistadores que no se han preparado la entrevista. Ante tal pregunta, Borges respondió con mucha elegancia: “En lo que se refiere a esta cuestión tan trascendental, lo que yo siempre quise llegar a ser en la vida fue un músico lo más parecido posible a John Lennon. Pero creo que ya es demasiado tarde para lograrlo”.
Muy fino, Borges abandonaba toda esperanza de ser lo que una vez pudo haber parecido ser durante un rato. Porque cuando alguien con el talento de Borges pierde la esperanza, tira del hilo de la memoria como recurso y es, agarrado a ese mismo hilo, donde yo me sostengo ahora, escribiendo estas cosas mientras vuelvo a aquellos días de frío en Madrid en los que un libro abrigaba más que un arma de fuego. Eran de Alianza, y sus cubiertas -obra de Daniel Gil- explicaban con ingenio lo que te podías encontrar dentro.
Eran los libros que yo leía entonces, ya digo, cuando iluminaba las noches con luz de cine y me pasaba los días calentando mis manos al fuego de El halcón Maltés, El libro de arena o ese otro de Jack London donde aparecía una pistola en la cubierta y cuyo título me impactó desde un primer momento: Asesinatos S.L, la novela que London dejaría inconclusa y que terminó Robert L. Fish; un juego de espejos donde el personaje acaba enfrentándose a sí mismo, igual que Borges con su pasado cuando se encara a un hombre que pudo parecerse a John Lennon mientras de fondo suena La Bamba cantada en inglés. Son cosas que se me pasan por la cabeza antes de salir a comprarme unos pantalones de rapero al estilo de ToteKing.