Todo ocurrió hace tan solo unos días. Las borrascas Ciarán y Domingos habían dado buena cuenta del árbol del paraíso que gobernaba la plazoleta del pueblo. Lorenzo Chico, el guardián de La Barbolla, había colaborado en la recogida de las ramas desbrozadas por los operarios. Era miércoles, 8 de noviembre. La cubierta de San Barbolomé de la Barbolla se encontraba aún en pie. Al fin y al cabo, había sobrevivido a los (mucho más violentos) embates de Filomena, en enero de 2021. El edificio románico merecía una fecha más señalada para doblar la rodilla y le pareció que la jornada siguiente, 9 de noviembre, sería recordada con mayor facilidad: la caída de La Barbolla y del Muro de Berlín, juntas en la misma casilla del calendario. Así que cuando Lorenzo regresó a la mañana siguiente, halló con una enorme cicatriz donde se encontraba el tejado intacto tan solo unas horas antes.
Doloroso, pero no sorprendente. Desde 2020, el colectivo Románico sin techo —compuesto por profesores e historiadores de edades dispares, recién licenciados y ya jubilados, y por entusiastas del patrimonio soriano— ha hecho bandera de la situación terminal de San Bartolomé, único edificio de un inventario de más de 40 que todavía podía ser rescatado. “En La Barbolla solo permanecen en pie los edificios que cuida Lorenzo Chico, los demás van cayendo como fichas de un dominó”, relata, muy gráficamente, Pastor. Pero velar por que la iglesia siguiera en pie in aeternum era una empresa demasiado ambiciosa para una sola persona.
La noche del 8 al 9 de noviembre, las vigas que soportaban el peso del tejado entre el ábside y la nave principal —la parte más débil— terminaron por venirse abajo. Como consecuencia, uno de los tres retablos barrocos que se guarecían en el interior ha quedado parcialmente a la intemperie. Los otros dos —uno de ellos ya desmontado y almacenado; el otro, el retablo mayor— se cobijan bajo el ábside, todavía sano y seguro. “El peligro es que ahora en Soria está lloviendo constantemente, como en el Cantábrico”, describe Luis Carlos Pastor. Agua inoportuna que se cuela hacia el interior sin mayor obstáculo, como si lloviera dentro, y especialmente dañina para uno de los muros, que luce una tremenda grieta y que, con el empuje de las vigas que todavía quedan en la cubierta, puede agravar el desastre.
“Lorenzo Chico tiene miedo de que roben la pila bautismal, o que se la lleve la diócesis, que al fin y al cabo es lo mismo”, asevera sin titubeos Pastor. “Para el feligrés, lo mismo da que la pila desaparezca o que acabe en un museo o en un almacén, donde ya no volverán a verla”, explica. En cuanto a Cirila, que ha dedicado buena parte de su vida a cuidar el templo en el que su padre ejercía las labores de sacristán, la noticia no debe de ser menos cruel. “Ella lo vive con mucho sentimiento y siempre ha deseado que, a pesar del abandono del pueblo, al menos quedara en pie la iglesia”, revela el portavoz de Románico sin techo. Tras lo ocurrido, San Bartolomé está ya más cerca del suelo y el deseo de la vecina, más lejos de cumplirse.
“Nuestro objetivo era que no se cayera y se ha caído parte de ella. Si no se hace nada, en dos o tres años puede desaparecer la portada y la pila bautismal”, advierte Pastor. No exagera ni alarma. En absoluto. En Soria ya han visto demasiadas cosas. El profesor de Historia jubilado recuerda cómo a mediados del siglo pasado, el escritor local Avelino Hernández afirmaba que Tierras Altas —comarca situada al norte de la provincia soriana— se estaba convirtiendo en un cementerio de pueblos. “Ahora, toda Soria, con más de mil despoblados, es un cementerio de pueblos”, comenta, lapidario, Pastor. “En los años sesenta, se caía una iglesia y no pasaba nada. Ahora, en 2023, con toda la sensibilización que existe, no es normal que caiga una iglesia románica”, añade.
Desde que el colectivo Románico sin techo se hiciera eco del derrumbe parcial de San Bartolomé, la noticia, las imágenes, han circulado a una velocidad vertiginosa por las redes sociales. En los perfiles de Twitter sobre patrimonio, por ejemplo, no se habla de otra cosa. En Instagram aparecen fotografías diversas del estado actual del templo; algunas tan espectaculares como las que José Ramón Esteban ha colgado en la cuenta Recorriendo Soria. “Ha tenido una repercusión muy alta porque hay muchos grupos sobre el patrimonio en las redes sociales, y se han hecho eco”, explican desde Románico sin techo. Lo que sorprende es que la respuesta —al menos, hasta la fecha— haya sido solo silencio por parte de las instituciones y de la propia sociedad. “¿Dónde van a parar las ayudas a la despoblación?”, se pregunta, escéptico, Luis Carlos Pastor.
Tras lo sucedido, lo que ahora reclama el colectivo es que las instituciones —la Junta de Castilla y León, la Diputación de Soria, el Ayuntamiento— impulsen “un plan para salvar La Barbolla”. “No ha pasado nada que no se pueda solucionar”, asevera, aún esperanzado, Pastor. No ha pasado nada… todavía. En Soria tienen una innegable experiencia en ser olvidados. Y este 9 de noviembre, popular fecha de la caída del Muro de Berlín, se ha convertido en una prueba más: es la fecha del final de San Bartolomé, si no se hace nada.