Las perspectivas de futuro no son muy halagüeñas en un sector en el que no hay sitio para los nuevos y una start-up que busca creativos sin miedo a traspasar límites parece una salida factible a la precariedad en la que están sumergidos. Vale que el dueño parece un poco delirante y no se entiende muy bien de qué va todo el tinglado digital que ha puesto en marcha, pero qué más da. Ese es el comienzo de la trama de Contenido, la novela que Carlo Padial acaba de publicar en Blackie Books.

La start-up se llama Zenfire, su creador-líder es Israel de la Plata y sus oficinas están primero en un piso del centro de la capital catalana. Después, según aumenta el número de empleados, se mudan a un edificio más grande en el barrio Gótico y finalmente a otro enorme en el 22@ de Poble Nou. Es básicamente el recorrido de sedes en las que se ubicó PlayGround, el medio online fundado por Isaac Marcet en 2008 en Barcelona. Cualquier parecido de la novela con la realidad no es coincidencia, porque Carlo Padial fue director de reportajes y contenidos originales en dicha empresa por lo que fue testigo de su subida a la estratosfera y su desplome estrepitoso. 

Muchos de los que transitaron las diferentes redacciones de PlayGround ?desde el fundador hasta los trabajadores que se quedaron en la calle por el ERE final? podrán reconocerse en las páginas del libro. Pero Padial explica a elDiario.es que se trata de una ficción. “Toma muchas cosas de mi experiencia como realizador dentro de PlayGround, como director de vídeo del Grupo Z y también de muchas otras que me ha contado gente que estaba en Código nuevo o en otras empresas digitales que no necesariamente eran medios”, sostiene. También lo harán quienes se mueven en ciertos círculos barceloneses donde Isaac Marcet ?que, casualmente, acaba de publicar el ensayo La historia del futuro (Plaza & Janés) con su propia versión de los hechos? es un personaje de sobra conocido.

Precisamente, ese ambiente es objeto de algunos de los odios más feroces de Moisés, que no soporta que su pareja se mueva con fluidez en esos eventos en los que se da el fenómeno de mirar y ser vistos que él bautiza como "ojos locos". Se trata de una novela en la que la urbe funciona como un protagonista más de la trama, como ocurre en casi todos los trabajos de Padial. “No podría suceder en Madrid. Barcelona es una ciudad profundamente en conflicto entre una cosa y otra. Entre España y Europa, entre querer ser esto y aquello y lo de más allá. Mientras que en Madrid, en general, la gente está mucho más contenta y más segura de sí misma y del modelo de ciudad que quieren”, sostiene. Asimismo, considera que es un espacio totalmente literario y muy cinematográfico porque, según él, en la capital catalana se da “esa confluencia rara de ciudad mediterránea un poco decadente, llena de gente muy enfadada pero a la vez con un estilo del que, por ejemplo, Madrid carece. Tiene muchos fenómenos muy divertidos. Por ejemplo, la gente es muy antipática y eso siempre da mucho juego”.

Pero pese a los parecidos razonables, Padial insiste en que la novela va más allá de cualquier hecho concreto. “Al final escribir un libro, hacer una película o una serie cuesta mucho y si le vas a dedicar un par de años de tu vida, tiene que ser algo más que eso, algo que valga la pena”, afirma. “Es una sátira a la cultura española y al inmovilismo. Es una novela muy divertida, con situaciones muy graciosas que si yo me las encontrara en otro libro, celebraría”, comenta. Los sacos de quinoa que funcionan como pelotas antiestrés, la cama enganchada en la pared del miniapartamento en el que viven Moisés y Erika, las reuniones enloquecidas o la actitud rabiosa de los periodistas veteranos que no entienden el fenómeno de los 'medios milenials' –así los catalogaron en su momento– son algunas de las anécdotas más risibles de Contenido. “El libro es deliberadamente ambiguo en su posición, todo el mundo está incluido. Es decir, incluso puedes sumar esta entrevista si quieres”, dice el autor.

La precariedad de los trabajadores es un elemento que no podía faltar en el retrato de una start-up a la española “cutre, sin ningún tipo de fundamento. Las start-ups de aquí son pura cultura del pelotazo pero teñidas de moderneo”, sostiene Padial. Moisés dedica su vida a producir vídeos en cadena para Zenfire y a escuchar las ideas cada vez más disparatadas de su jefe, que le llama o le escribe a cualquier hora. Cobra muy poco pese a ser un mando intermedio y trabaja mucho más de 40 horas a la semana, pero no se rebela. Erika le advierte de que se ha metido en una “secta digital”: hay un líder supremo, dedicación absoluta, la promesa de un futuro mejor y un espacio en el que se concentra todo. El camping de caravanas 2.0. Para Padial, esa falta de reivindicación de derechos laborales de Moisés es también un signo de aquellos tiempos postcrisis de 2008. “En este presente, cuando quieres reivindicar algo lo conviertes en un contenido también, ya sea un post en tus redes sociales o para un medio como hace él. O sea, Moisés entiende que su única salida es mucho más pragmática que todo eso: es ganar algo de dinero”.

En determinado momento, la compañía Zenfire pasa de generar contenidos para convertirse en contenido en sí misma para otra empresa que se dedica a producir contenidos. Es la rueda del hámster de la que no se puede escapar. “Se ha perdido la noción de contenido, es como un agujero negro que lo engulle todo y no hay nada, hay vacío de contenido, por decirlo de algún modo”, comenta Padial. La palabra contenido se repite constantemente de manera inevitable al tratar el tema porque no hay sinónimo que lo defina con la misma precisión. “Por eso creo que el título del libro es guay, es algo que solo engendra más contenido, generas piezas para poder generar más piezas. Y creo que eso ha provocado una especie de desengaño generacional brutal”, sostiene. Ve este problema en sí mismo y también reflejado en otros amigos creadores que trabajan años en proyectos de series o películas y después pasan desapercibidas cuando se estrenan. “Esa vivencia la tenemos todos: sacas algo y adónde se ha ido. Es un momento muy curioso, estamos viendo una especie de distopía de ciencia ficción, pero sin ciencia ni ficción”, afirma el autor.

Sin embargo y pese a las dificultades a las que se enfrentan los profesionales ‘que generan contenidos’ y al tono tragicómico del libro, Padial no sucumbe al pesimismo. “Para mí, escribir la novela ha tenido algo de catarsis y de exorcismo, no solo de mis experiencias como realizador en medios digitales sino también del escenario general”, comenta. Según su visión, en este momento hay muchas posibilidades de hacer cosas porque es más fácil que nunca poner en circulación una serie, un podcast o una newsletter pero el gran escollo sigue siendo ganar el dinero suficiente para poder vivir de ellas. “Hay gente que lo consigue, pero está la variable española, que es que el mundo cultural no da para mucho. Es decir, cualquier propuesta que se sale un poco de lo previsible lo tiene difícil por los condicionantes del país. Lo que en Estados Unidos le daría a la persona en cuestión para comprarse un piso y vivir holgadamente, aquí no te llega”, sostiene.

Por el momento, con sus obras puede permitirse tener unas cuantas totebags, esos sacos de tela contra las que echa pestes en su novela. La prenda icónica de una generación precaria que se define a través de las frases o logos estampados en esas bolsas que son incómodas, flojas y en las que es imposible encontrar nada en un espacio de tiempo razonable. Irónicamente, como casi todo en él, Padial ha publicado su libro en Blackie Books, el equivalente editorial a la totebag que, de hecho, tiene una propia con su logo del perrito estampado. “Que la novela vaya dentro de una totebag para mí es ideal. De hecho, me encantaría tener unas específicas que llevaran impreso ‘contenido portátil’, ‘contenido adicional’, ‘contenido en directo’”, dice. “A mí lo que me mueve es hacer un libro que te sacuda, pero que por el camino te haga reír, pensar un poco sobre tu vida y no tomarte tan en serio. Desgraciadamente, a veces no tengo más remedio que usar una totebag porque tengo que llevar las chaquetas o el libro de familia de mis dos hijos por si nos pasa algo. Me veo a mí mismo por la calle y me siento profundamente ridículo, pero no por ello dejo de llevarla”.