Aun así, la compramos. Lo que ocurrió en la segunda, no. Esmail se vino arriba y empezó a ofrecer patinazos escudados en un riesgo que nunca se veía compensado con el resultado final. El cliffhanger de aquella temporada fue tan patillero y cutre que había que frotarse los ojos para creerlo. Esmail pensaba que había hecho el final de El sexto sentido y se había quedado en Resines despertando en el de Los Serrano. De hecho, argumentalmente no se diferenciaban tanto. La serie cayó en picado y no muchos aguantaron hasta el final.
Su siguiente serie, Homecoming, volvía a jugar al thriller conspiranoico, esta vez con el ejército de EEUU como telón de fondo. Y volvía a ocurrir lo mismo. Esmail desperdiciaba una gran idea y a una gran actriz, Julia Roberts, en una sucesión de trucos narrativos y, sobre todo, visuales, que no venían a cuento. Esmail es de esos creadores que creen que dirigen mejor si no dejan quieta la cámara y juegan a cambiar al formato. Puede que no tenga sentido, pero queda bonito.
La confirmación de todos sus males como director llegaba con Dejar el mundo atrás, la película de la que todo el mundo habla y que está reventando los rankings de Netflix (casi 100 millones de horas de visionado en una semana). Repite con Julia Roberts en un reparto en donde también están Ethan Hawke y Mahershala Ali. Ellos son lo mejor de otro truco de mago de fiesta de niños pequeños que piensa que es David Copperfield.
Dejar el mundo atrás es, adivinen, un thriller conspiranoico. Y es, adivinen, un thriller tan efectista como vacío. Una tomadura de pelo que desaprovecha su punto de partida (un apagón que provoca el caos y el encierro de dos parejas de diferente etnia) en una película que construye la tensión a golpe de música machacona y en donde la cámara se mueve como si estuviera puesta de LSD todo el rato. No hay explicación para los planos aberrantes, los giros de cámara y esos movimientos que atraviesan paredes y techos (La habitación del pánico se rodó en 2002 y es mucho más sobria en sus juegos visuales).
La película es tan autoconsciente, se da tanta importancia, que cuando llega su (no) resolución uno se siente estafado. No porque no dé respuestas, sino porque tampoco ha planteado preguntas. No hay una reflexión sobre la geopolítica mundial, sobre los miedos de un país que amenaza a todo el mundo, ni tampoco explota la tensión racial entre los protagonistas encerrados en la casa. La trama solo le sirve para crear imágenes que quieren epatar al espectador y que ni siquiera sorprenden. La estampida de ciervos la vimos en The Ring 2 (mucho más terrorífica), y solo los Tesla de choque y el barco entrando en la playa ofrecen imágenes con cierto nervio.
Hay ideas buenas desaprovechadas (ese vecino redneck, los panfletos que caen del aire), pero que no interesan para rascar algo debajo de la superficie. Es todo efectismo. Un Nolan de marca blanca que confunde lo moderno con los fuegos artificiales. A Sam Esmail dan ganas de ponerle ese meme brillante sacado de un momento de Los Simpson en el que Homer no para de hacer monerías todo el rato para que su madre le mire. “Sí, sí, ya te vimos”, dice ella (y el meme), para que se calme. Sí, sí, Sam, ya te vimos.
Vistos los datos en su primera semana le vamos a ver mucho más. Y visto el éxito le veremos con las mismas formas, los mismos dejes y los mismos tics. Un cine que no reflexiona sobre su puesta en escena, que se la juega todo a los giros de guion y a que los medios expertos en clickbait hagan noticias con titulares como: "El final de Dejar el mundo atrás explicado". Spoiler, ya hay decenas de artículos con ese mismo titular. Sam Esmail se ha vuelto a salir con la suya.