Ahora, tras Los brotes negros. En los picos de la ansiedad (Anagrama, 2022), una dura crónica sobre un periodo en el cual la salud metal le traicionó (o él la traicionó a ella), regresa con Medianenas & milhombres (Anagrama, 2024), un compendio de sus textos sobre identidad de género en los que mezcla el relato con el ensayo, siempre con su particular estilo y su fino sentido del humor.
¿Cómo definiría usted Medianenas & milhombres? Porque es un libro complejo...
Se puede entender como un libro de estudios de las masculinidades. También es un libro en buena medida de sátira, de humor, un libro que hace caricaturas de los cánones que prefiguran lo masculino. Es también la consolidación de un proceso de trabajo que vengo desarrollando desde hace más de diez años, cuando escogí el título del libro como membrete para designar distintas actividades que he realizado, como conferencias, algunos cursos y trabajos como comisario de arte. Y bueno, los textos comprenden principalmente los artículos publicados en revistas, en diarios y en catálogos de arte en estos diez años.
Hay una gran diversidad de estilos narrativos. Ahí tenemos desde casi el relato a brutos de entrevistas que le han hecho.
En efecto, los textos manejan estilos y registros distintos porque ahí juego con la idea de que la creación de la masculinidad no solo es sustancia, sino que también es estilo; es una manera de hacer, una manera de vestir, una manera de actuar, de moverse... Además hay textos que requieren un estilo más cercano al relato para ser comprendidos, como por ejemplo el texto en el que trato de explicar una historia en la que un hombre se queja de que le han robado la cartera y que, tal como lo cuenta a otra persona, se encuentra con la misma clase de respuesta con que se han encontrado tradicionalmente las mujeres que han sufrido agresiones sexuales.
Leyendo ese texto no pude dejar de pensar en la víctima de Dani Alves.
Lo escribí específicamente en el momento en que salió la primera sentencia de 'la Manada'. Se lo propuse a varios medios y lo aceptaron en El Mundo en aquel momento. Evidentemente, todos recordamos lo que fue la primera sentencia: las manifestaciones, las protestas, etcétera, hasta que se hizo el segundo juicio. Era un momento en el que uno sentía una responsabilidad moral con lo que estaba pasando.
¿Por qué nos cuesta tanto asignar la responsabilidad al agresor en el caso de las agresiones sexuales? ¿Por qué siempre buscamos eximentes?
Yo diría que es una cuestión de educación, porque parte de lo que trato de analizar en el libro tiene que ver con la educación de género que los hombres hemos recibido. Creo que es parte de nuestra formación de género, al menos para los que estamos en la generación que estamos tú y yo, el tener una idea muy sexualizada del cuerpo de la mujer. Se nos ha inculcado una visión de la mujer que interpreta una larga serie de signos del cuerpo femenino, que muchas veces carecen de intencionalidad, como si fueran indicios de disponibilidad sexual o de erotismo.
Y eso es lo que nos lleva muchas veces a confundir la sensualidad con la propuesta sexual. En otro texto del libro hablo de cómo los tíos no tenemos que pararnos a pensar qué hacemos cuando parpadeamos, cuando muchas mujeres se encuentran con que tienen que pararse a pensarlo, porque lo que hagan puede ser interpretado como un avance sexual.
En varios escritos menciona el rock, en concreto el metal extremo. ¿No es el rock un tipo de música digamos estructuralista, y epítome de la masculinidad, que se ha visto superada por otras músicas menos significadas en este aspecto?
Desde luego. Hay toda una serie de códigos de virilidad que se han formalizado en los estilos duros y muy duros del rock, desde el rock and roll hasta, en el otro lado del espectro, el metal extremo o el hardcore. Y se podría hacer una gradación de las masculinidades en función del estilo musical que sueles escuchar.
Aún así, no podemos pasar de la generalización en este sentido: en una ocasión, en un festival en Murcia entrevisté a Patti Smith y le pregunté por la cuestión de ser mujer en un mundo tan masculinizado. Ella me dijo que no se había encontrado con ningún problema, que había sido aceptada desde joven como mujer en el mundo del rock.
En este sentido he elaborado otra pata del proyecto en forma de una lista de reproducción en Spotify con el mismo título del libro, en la que combino músicas que hablan de actitudes de virilidad dura con otras que aluden a lo que teóricamente llamaríamos sentimental o blandengue, para entendernos. Por descontado, se trata de una lista cargada de ironía.
En la línea de lo que de comentaba, y tal como incluyo en la lista, hay desde una canción hardcore que hace apología de la agresión sexual hasta otra de Fugazi [grupo también de hardcore, fundador del llamado estilo Washington D.C.] que pasa por ser el primer tema advierte sobre el date rape [violencia sexual en una cita o ejercida por un conocido]. También incluyo una canción del grupo punk Against Me! que versa sobre la disforia de género.
Vivimos en momento que casi podríamos decir que la teoría queer está de moda: vemos personas no binarias en series de televisión y en la calle, con libertad absoluta y sin ningún tipo de complejos... ¿Cómo explicamos su fulgurante éxito?
La teoría queer empezó como como una teoría académica que funcionaba en círculos universitarios y que en primera instancia parecía tener una capacidad de difusión escasa, pero se ha popularizado mucho más de lo que yo hubiera predicho. Yo creo que porque es necesaria, porque es útil y sobre todo porque muchas personas se sienten encarnadas en esta teoría. Yo diría que en muchos casos es la vivencia personal la que lleva a construir una personalidad sobre esta teoría.
Un amigo mío me contó en una ocasión que cuando tuvo que pasar por los protocolos de reasignación de género, en 2015, el psiquiatra que le había hecho las primeras preguntas resultó tener una concepción de lo que es la masculinidad absolutamente dura y extrema, muy de milhombres. Mi amigo se quejaba de que parecía que para que le dejaran transicionar tenía que aspirar a ser como Torrente. Y precisamente esta concepción de la masculinidad es algo que la teoría queer desarma.
¿Como lograr que sus fundamentos calen en mentes que tradicionalmente han estado ancladas en la visión clásica de lo masculino? Me refiero a gente mayor, tal vez con poco acceso a medios formativos universitarios, etc.
Pues me contaba un día la socióloga Amparo Lasen, amiga mía, que sus padres habían llegado a comprender y empatizar con el debate queer y de las identidades trans a través del programa televisivo First Dates [en Cuatro] porque algunos de los concursantes estaban en esta circunstancia. Creo que la gente tiene más permeabilidad y sensibilidad a estas cuestiones de lo que tendemos a imaginar.
¿No cree que nos pueden afectar en estos avances eventuales regresiones y reacciones contrarias?
Sin duda, ya lo estamos viendo en la existencia de algunos partidos que aunque se llaman de extrema derecha, son más de captar la protesta y el rebote frente al PP, pero también desde otros espacios como Forocoches o en las web de incels [célibes involuntarios, que acusan a las mujer de su sufrimiento sexual].
Es una contrarrevolución en curso, una contrarreforma sexual encarnada en el victimismo de la masculinidad herida, por el cual muchas personas se han autoconvencido de que son los perdedores de la revolución sexual o de las sucesivas revoluciones. Es el caso de los incels, que creen que tienen un derecho natural al acceso al cuerpo femenino.
Usted se resiste a emplear en el libro el término "machismo" y se refiere siempre al "sexismo", ¿por qué?
En primer lugar porque la palabra "machismo" en este sentido solo se emplea, que yo tenga conciencia, en castellano y catalán, en el resto de lenguas se alude al "sexismo" como concepto, así que lo considero más acertado. De otro lado, el término "machismo" está demasiado cargado de connotaciones de clase trabajadora o del lumpen proletariado, y se entiende más bien como una cuestión de modos o de estilos. Y claro, los estilos son importantes, pero los cambios culturales de los que hablamos no pueden resolverse simplemente con una cuestión de modales más o menos rudos.
Para terminar le cito tres artistas y, si le parece, analizamos sus masculinidades, que creo que son muy distintas si bien las tres muy típicas: Clint Eastwood, que vendría a ser la masculinidad reivindicada; Michel Houellebecq, que sería la reactiva ante los cambios, y Emmanuel Carrère, que correspondería a la crisis de esos valores de lo masculino.
Clint Eastwood ha trabajado tradicionalmente en los derroteros del wéstern crepuscular, que normalmente quiere representar la última generación de grandes hombres, los auténticos, después de la cual vendrá un cambio y el fin del hombre recio. Pero, claro, algunos de esos wésterns crepusculares tienen cuarenta años y podemos comprobar por el tiempo pasado que el sol nunca llegó a ponerse; las nuevas generaciones masculinas se han ido adaptando a los cambios y, a su vez, algunos de ellos se han vuelto a reivindicar como los últimos hombres auténticos. Y de nuevo los jóvenes se adaptarán.
En cuanto a Houellebecq, creo que retrata la miseria sexual de las sociedades desarrolladas, de las grandes metrópolis francesas. Y, lógicamente, ahí entra el tema que comentábamos antes de los perdedores de la revolución sexual y de cómo se reorganizan. Ahí la gran pregunta es si en Houellebecq eso tiene estatus de denuncia o si lo leemos como reivindicación de masculinidad. Yo creo que él es muy hábil literariamente y sabe caminar por el filo de esa dicotomía para que sean los lectores quienes decidan.
Finalmente de Carrère me interesa sobre todo la metáfora que esconde su novela documental El adversario (Anagrama), donde nos explica el caso de un supuesto e importante médico, un cargo de la OMS en Ginebra y un amante padre cumplidor, un patriarca en toda regla. Pero el protagonista es en realidad un usurpador, alguien que monta una fábula de si mismo completamente falsa y vacía. Y cuando está a punto de descubrirse la farsa, mata a su mujer y sus hijos antes de que se enteren. Me parece una gran metáfora de las masculinidades que estamos tratando.