Lo hicieron gratis, por sorpresa y sin robar a nadie el protagonismo. Un último álbum, Más de lo mismo en 1998, y un inesperado epé en 2019, Menos de lo mismo Vol.1 –que a alguno dejaría a la espera de sucesivas entregas–, servían para cerrar la persiana.
Pero la retranca punk de Los Nikis, a sus sesenta años, ni se crea ni se destruye. Su fórmula de tres acordes, historietas en dos minutos y distorsión –no por poco original menos efectiva–, pervive en generaciones más jóvenes: de Airbag a Los Punsetes, de Fundación Francisco Frankenstein a Kokoshca, de Mediapunta a los mismos Carolina Durante. Ya sea por este efectivo traspaso de poderes o por proteger el oído de Joaquín que no tolera más ruido –dice haber perdido 30 decibelios en agudos–, el legendario grupo se marca ahora un abracadabra musical con cambio de tercio.
“Ellos han conseguido revitalizar eso, lo cual está muy bien, pero a nosotros nos pilla ya un poco desfasados de edad y ponernos a hacer punchinpun, guitarra distorsionada y tal a estas alturas, pues como que no”. Los Nikis se han transformado así en Los Nikis de la Pradera. No todos. Atrás quedó Emilio: “Se retiró porque él no es muy musical. Se lo pasó muy bien con Los Nikis, pero no es melómano y, sin ningún problema, le cedió el paso a Mauro”, asegura.
Joaquín se refiere a Mauro Canut. Quien formara parte de Los Vegetales junto a su hermano Nacho y, más recientemente, de Los Acusicas con el mismo Joaquín, se hace cargo aquí de la voz en sustitución de Emilio. De los originales siguen Rafa y Arturo como batería y guitarra acústica respectivamente. Y, al pasar Joaquín a la guitarra eléctrica, entra al bajo Nacho Biosca del grupo de culto, perteneciente también a la movida, Ataque de Caspa. Todo muy endogámico, si se tiene en cuenta que tanto Los Vegetales como Ataque de Caspa fueron teloneros de Los Nikis en más de una ocasión y existe entre ellos una relación pseudofamiliar.
Con esta alineación Los Nikis dicen adiós a los Ramones y se lanzan a las praderas de Algete –imposible no visualizar a Chiquito de la Calzada–, para, sombrero vaquero en mano, arrancarse por tonadas country, estilo al parecer más adecuado a esos 300 años que dicen reunir entre los cinco. Lo que empezó con unas clases de banjo, varios encuentros para hacer bluegrass y la grabación en 2019 de un tema para El Sótano con Dani Dicostas –hija de Silvino y Rosa de Aerolíneas Federales–, ha acabado en algo más sólido. Y la elección no podía ser más propicia: justo cuando Beyoncé, Lana del Rey o Ed Sheeran le guiñan un ojo al género de Hank Williams.
“Nosotros empezamos con el country y luego se apuntaron ellos. Beyoncé nos ha copiado”, se burla entre risas Joaquín. Algo de razón no le falta. De hecho, ya hicieron sus pinitos en una fugacísima formación de hace 40 años: “Siempre nos ha gustado el country. A todos. Pero Mauro y yo hicimos un grupo en los 80 que duró un ensayo y nada más. Hicimos solo una canción. Éramos Los Osos Montañeses, como la serie aquella de dibujos animados de Hanna-Barbera sobre unos osos en mecedora que disparaban un fusil todo el rato. Y aunque no llegó a nada, siempre lo hemos tenido en la cabeza”.
Era, pues, el típico proyecto a desempolvar durante una tediosa pandemia. “Ahí fue donde nos pusimos a hacer canciones como locos. Y me pasé del banjo a la guitarra, que es más versátil y te da pie a hacer canciones diferentes entre sí, no solo bluegrass. Así es como Mauro y yo sacamos un estilo propio, no muy pretencioso, y una manera de tocar que llamamos ‘el trote cochinero’, que Los Nikis ya lo teníamos, que es eso que te pones a ensayar y te enganchas con una sola nota”, cuenta Joaquín.
Había una discoteca en Madrid que, para pasar de la sesión infantil a la nocturna, ponían ‘El imperio’ y todo el mundo la cantaba con el brazo en alto. No me lo podía creer
El resultado de ese proceso es una ristra de 52 canciones de las cuales 15 acaban de publicarse con El Volcán Música, conformando el primer álbum homónimo de Los Nikis de la Pradera. Un volumen desenfadado, sin grandes aspavientos técnicos, de texturas fronterizas, ademanes rockabilly y con Johnny Cash y Patsy Cline en su santoral. “Johnny Cash siempre me ha gustado mucho” –confiesa– “y también el country así clásico, paleto y antiguo. El de estadio en plan Garth Brooks, por ejemplo, no nos gusta nada. También hemos descubierto mucha gente joven haciendo un country independiente, que está muy bien, como Theo Lawrence, Kassi Valazza o Daniel Romano”.
Desconocen cuál será la reacción de sus fans de siempre. ¿Se sentirán traicionados al igual que los de Bob Dylan en el Newport Folk Festival o los de Dover tras sus devaneos estilísticos? En realidad, ni siquiera confían en tener un abultado público en una escena tan desangelada como la del country en España. “Hay mucha afición a lo de bailar y muchos sitios que dan clases y donde se baila los fines de semana, pero lo que son grupos de country tocando, muy pocos. Y menos cantando en español. Por eso tenemos la absoluta certeza de que vamos a ser un grupo minoritario. Aunque a nosotros nos da igual, hacemos esto porque nos gusta”, recalca Joaquín.
Para transitar este polvoriento camino han prescindido de la distorsión, ganando sus integrantes en salud auditiva pero desaprovechando esa utilísima cortina de ruido que tan bien camufla el error. “Con la distorsión, si eres un mal instrumentista como éramos nosotros, se disimula mucho. Aquí se nota cada fallito. Entonces, bueno, no tenemos canciones muy complicadas pero hay que tocarlas bien. Ahora es todo mucho más exigente, por eso ensayamos bastante”.
Los Nikis de la Pradera junto a Carlota CossialsSin embargo, no todo se ha perdido. El corazón de Los Nikis de la Pradera sigue latiendo en términos punk, algo que se intuye desde el mismo arte de la portada: una fotografía de Hank Williams atravesada por unos recortes fanzineros a lo Sex Pistols. Sí, quedan las letras. “Estamos todo el día diciendo tonterías. Desde 3º de BUP, que es cuando nos conocimos, hasta ahora. Eso no ha cambiado nada”. Joaquín, quien siempre las firmó en el grupo seminal, continúa ejerciendo de letrista en la nueva formación. Inspirado, fundamentalmente, por un humor de tipo gag, al más puro estilo Ibáñez –aunque cite también la serie británica The IT Crowd–, en el que la chanza sirve para radiografiar el clima social en que se desenvuelven ahora los de su generación.
Así alternan temáticas como el odio en las redes de El hater, el abuso de los neologismos –con la voz invitada de Emilio– en El imbécil, el aburguesamiento en Mis amigos se han echado a perder o la necesidad de desconectar del drama de la actualidad en Soy tan feliz. “No es que me resbale todo pero es que no puedo hacer nada desde mi casa. Podría poner una foto en Instagram como hace la gente pero, ¿eso ayuda?, no lo sé. Yo me preocupo por la familia, amigos cercanos y ya está. E intento no amargarme”, argumenta Joaquín respecto de la última.
También dan cabida al melodrama criminal en Me disparó y me morí, un dueto a lo Johnny Cash/June Carter, con la colaboración de Carlotta Cosials de The Hinds. Se trata de la única pieza romanticona, aunque lo sea en clave de tragicomedia, que alberga el álbum. Joaquín rápidamente matiza: “Si hacemos canciones de amor son dramáticas. Igual que en Los Nikis, que tenían todas final catastrófico. Y como en Mortadelo y Filemón, que siempre les explotaba la bomba. No hacemos canciones de amor. Tampoco queremos hacer canciones con los estereotipos country de, por ejemplo, los caballos, los tractores o el bourbon… Así que, si quitas todo eso, ¿qué te queda? Pues te queda todo lo demás. Abres un periódico y piensas, pues mira, de esto se puede hacer una canción”.
No es que me resbale todo lo que pasa, pero no puedo hacer nada desde mi casa. Podría poner una foto en Instagram como hace la gente pero, ¿eso ayuda?, no lo sé
En realidad, no es tal cual. De ese periódico, Joaquín habría excluido las susceptibles de interpretarse desde postulados políticos. Los Nikis siempre se mantuvieron al margen de acalorados posicionamientos. Y así sigue siendo en este álbum. Ni rastro de adhesiones en uno u otro sentido. En cualquier caso, y a pesar de esa abanderada neutralidad, la polémica no dejó de perseguirles hasta ser tildados de conservadores e, incluso, de fascistas. Especialmente a raíz de la publicación de El Imperio Contraataca que, elevado a himno patriota, llegó a utilizarse como sintonía en la web del partido de ultraderecha España 2000.
“Eso y muchas otras cosas.” –agrega Joaquín– “En una caseta de Vox también querían que fuéramos a tocar. Son malentendidos que surgen con la canción ya postmortem. Salió en el 86. El videoclip lo hicieron en TVE y por supuesto no fue idea nuestra, pero acertó con el enfoque porque era, pues eso, la tontería de que España era un imperio. Veía los mapas del siglo XV y todo estaba pintado del mismo color. Y a partir de entonces cada vez iba a menos. Y me acuerdo que a mí eso, en el colegio, me daba rabia. Y a partir de esa idea tan naíf hice la canción. Y ya está, otra tontería más. Y se sacó de madre a finales de los 90. Fue entonces cuando una de mis sobrinas me dijo que había una discoteca en Madrid que, para pasar de la sesión infantil a la nocturna, ponían ‘El imperio’ y todo el mundo la cantaba con el brazo en alto. No me lo podía creer”.
“A partir de ahí ya empezó a ser como un himno de la extrema derecha o algo así”, recuerda Joaquín, quien se esfuerza por mostrarse sincero y, al mismo tiempo, no dar oportunidad a equívocos: “Realmente es un himno patriota, pero como cuando juega la selección y mete un gol Iniesta y todo el mundo se alegra. Eso es la canción, un patriotismo no politizado, porque quieres que España gane las Olimpiadas y el Mundial. A partir de ahí, lo puedes malinterpretar todo lo que quieras”. En el caso concreto de España 2000, cuenta Joaquín que, en cuanto se enteró, les obligó a retirar su canción de la web: “Escribí al tío y le dije ‘oye, primero págame autores y segundo pídeme autorización, que te voy a decir que no’” explica, a lo que añade para concluir, “si fuera una web de queso con membrillo envasado, la autorizaría, pero una web así, ni de un lado ni del otro”.