El cupo catalán (o como se llame, que aún no sabemos el nombre y los detalles de lo que realmente han pactado los socialistas con ERC para la investidura de Salvador Illa como president), el debate migratorio, la elaboración de los Presupuestos para 2025, los obligados retoques en el Gobierno por la salida ahora de José Luis Escrivá hacia el Banco de España y previsiblemente en un par de meses de Teresa Ribera hacia Europa, los runrunes de moción de censura de la derecha (incluido Junts) contra Pedro Sanchez, el 41º Congreso del PSOE, los primeros pasos del nuevo CGPJ y otros muchos asuntos de actualidad tensos y/o polémicos nos están trayendo un comienzo de curso político lleno de lluvias torrenciales, fuertes vientos e inundaciones.
Antaño, a los arranques de curso político tensos los denominábamos en la prensa otoño caliente, especialmente si había movilizaciones en la calle. Ignoramos aún el calendario de movilizaciones de la oposición, pero no creo que tarde mucho en saberse. Hace mil años, cuando yo era muy joven, los cursos académicos comenzaban suave, piano, pensados para no hacernos pasar de un salto traumático del dolce far niente del ferragosto a una intensidad devastadora. Había incluso profesores que seguían el principio del prima non datur et ultima dispensatur, latinajo por el que hasta ellos, no solo los alumnos, se jugaban la primera y la última clase del curso.
Los tiempos han cambiado tanto, sobre todo en la política, que ahora apenas hay ferragosto ni dolce far niente, ni primera ni última clase del curso fumadas, sino un continuo sinvivir de DANAS y de gotas frías que enlazan temporada a temporada… al menos hasta que la derecha vuelva al poder, que entonces será el tiempo siempre bonancible, todos seremos felices y comeremos perdices y jijí y jajá.