Así, para cumplir su promesa, Saturno devoró a cada uno de los hijos que tuvo con Ops. El director Daniel Tornero, amante de la mitología, pensó sin dudarlo en Saturno cuando descubrió, en 2018, que su abuelo había cometido varios delitos de pederastia. Aquel año le detuvieron. Su padre le llamó y le contó lo que había sucedido. Aquella noticia fue “un shock”, y comenzó a pensar y a analizar cómo aquella figura patriarcal, en la cúspide de la pirámide familiar, podía haber marcado a todas las generaciones posteriores.
¿Sería su padre como su abuelo?, ¿es él como su padre?, ¿se puede escapar de una herencia como aquella? Muchas preguntas que procesar y una herramienta para ello, el cine. Con todo ese material incendiario el director ha realizado Saturno, un documental que coge el nombre del mito para realizar una película que no se centra en lo morboso ni en el manido true crime, sino que prefiere radiografiar las estructuras familiares, la paternidad y la masculinidad heredada. Lo hace con elegancia, dando hueco y construyendo un universo visual casi de limbo donde coloca a su familia real.
Desde que conoció la noticia, comenzó un “proceso realmente complicado de aceptación, de integración”. “Hay un shock inicial y hay un recorrido que tenemos que hacer y que nos lleva al día de hoy. Durante un año y medio tuvimos que procesar emociones diversas y complejas como el miedo, la vergüenza, el dolor… de alguna manera tienes que reorganizar tu percepción de la estructura familiar”, cuenta el cineasta.
En ese trayecto decide realizar el documental, y tras ese año procesando todo, habla con todos los miembros de su familia. Ahí coloca la cámara, pero antes siempre se pregunta qué quería captar y cómo. “La idea era retratar a la familia desde un lugar sensible, escapando en todo momento del morbo y no relacionándonos con el efectismo, sino todo lo contrario, buscando esa complejidad y esas aristas. A nivel estético hemos querido también plantearlo desde ahí, generando planos largos, no interviniendo el montaje, permitiendo que los personajes viajasen en la película. La ética y la estética son indisociables, el vínculo es permanente. Ha habido mucha reflexión previa, durante y después”, confiesa.
Para ese retrato poliédrico decide también hablar con su abuelo, confinado en una casa de campo mientras espera entrar en prisión (donde se encuentra actualmente). Daniel Tornero siempre tuvo claro que “era importante poder contar con su presencia”. “No quería establecer su imagen casi como una entelequia formada a partir de las conversaciones con el resto de mi familia, sino poder generar esa complejidad emocional también a partir de mi encuentro con él. También había un impulso personal por mi parte. Yo llevaba tres años sin ver a mi abuelo y sentía necesario volver a encontrarme con esa persona y volver a reordenar de alguna forma la imagen que yo tenía de mi abuelo hasta ese momento”, explica el director.
Ese encuentro es uno de los momentos más duros del documental. Uno escucha a un hombre que no acepta lo que ha hecho y que incluso llega a culpar a las víctimas. Un momento que el director define como “doloroso”. “Ha habido momentos dolorosos en la película. Claro que hemos pretendido buscar el camino hacia la luz, pero no se correspondería con la realidad negar que ha habido momentos duros. Los ha habido. Y este es uno de ellos”, dice con sinceridad y añadiendo que cree que este filme ha servido para “ponernos delante del espejo y poder revisitarnos”.
Llevaba tres años sin ver a mi abuelo y sentía necesario volver a encontrarme con esa persona y reordenar de alguna forma la imagen que yo tenía de mi abuelo hasta ese momento
Ese revisitarnos pasa por ver cómo la familia termina siendo ese “marco de referencia, donde uno crece y recibe su primera educación”, y cómo en esta familia había “una serie de sombras y ecos que se estaban proyectando en el presente”. “Me parecía un lugar interesante desde el que establecer una película que pudiera reflexionar sobre las relaciones paternofiliales, sobre la manera en la que nos relacionamos entre nosotros”, subraya.
Saturno también acaba hablando de “la masculinidad” y su evolución. “Hay una vieja, representada por mi abuelo. Luego está mi padre, que de alguna forma se ha formado con él y está en una especie de limbo. Un limbo emocional en el que tiene emociones entre el amor y el odio por su padre. Pero también en un limbo entre generaciones, entre maneras totalmente opuestas de entender la gestión emocional, las relaciones humanas. Por eso mi padre también, de alguna manera, se convierte en el pilar fundamental de la película. Y luego está la siguiente línea, que ya se relaciona de una manera diferente con la masculinidad. Es un tema que creo que es importante revisitar, porque creo que ahí también tenemos un camino que andar. Hay muchos cambios generacionales y es bonito, pero creo que no hemos llegado al lugar de destino, si es que eso existe”, zanja.
No considera esta película “terapéutica”, prefiere la palabra “transformadora”, porque “se establece esta relación entre la película y la vida”: “La película se ve afectada por el viaje de los personajes, que son las personas de mi familia, pero a la vez la propia película tiene un poder transformador sobre las personas que la habitan. Esa relación horizontal tiene un poder muy transformador”.