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Patrick Boucheron: "Frente a los bulos no basta con el 'fact checking', hay que crear un relato de la verdad que emocione"

Acaba de publicar en España y en la misma editorial, Anagrama, dos libros muy diferentes. Uno es un pequeño opúsculo, un ensayo corto que llama a no dejarse vencer por el pesimismo ante el auge de la extrema derecha en el mundo, si bien advierte que ya vamos tarde en la reacción. Se titula El tiempo que nos queda.

El otro es Fechas que hicieron historia una obra de mayor calado, con 550 páginas en las que se aborda 30 casos o sucesos que han marcado, de un modo u otro, el calendario de la historia occidental. En ellos destapa los equívocos, las manipulaciones, las mixtificaciones y en general lo voluble que puede ser la historia como ciencia si se abandona el rigor y la metodología.

Boucheron estuvo hace unas semanas en Barcelona, en Palau Macaya de Fundació La Caixa, para debatir con el filósofo Josep Ramoneda sobre los casos que señala su libro.

Esta es la conversación que mantuvo con elDiario.es y que ha sido editada para facilitar su comprensión.

Llama la atención el título, 'Fechas que hicieron historia', porque recuerda a 'Momentos estelares de la humanidad', la famosa obra de Stefan Zweig, que venía a ser una mitificación de fechas importantes para Occidente. ¿Hay una intencionalidad en ello?

No la hay, aunque te reconozco la idoneidad de citar a Zweig, pero en referencia a El tiempo que nos queda, porque él fue de los primeros en advertir de la emergencia del fascismo en la Europa de los años 30 y podemos sacar muchas lecciones de lo que contaba entonces.

Pero volviendo a Fechas que hicieron historia, sí es cierto que hay un contraste entre la obra de Zweig que citas y la mía, porque él como escritor, quiso literaturizar aquellos eventos y en cierto modo mitificarlos. En mi libro yo los abordo con la intención de relativizarlos y en ocasiones de explicar que no fueron creados en base a descubrimientos científicos sino a narraciones de artistas románticos o hábiles políticos.

Así ocurre, por ejemplo, con Vercingétorix, uno de los mitos nacionales franceses, pero también con la crucifixión de Cristo, de la que tenemos el relato de los evangelios, escritos y reinterpretados muchas generaciones después por gentes que no conocían al profeta judío del que hablaban.

También pasa lo mismo con los temores del año mil, que fueron inventados muchos siglos más tarde por los poetas románticos del siglo XIX. Describen un pánico generalizado al cambio de milenio absurdo, pues aquellas gentes no tenían conciencia de vivir un cambio de milenio, no había entonces calendarios.

Parece que en España el libro, en particular el capítulo referente al descubrimiento del continente americano, no ha sentado bien entre algunos intelectuales. El exministro de Cultura César Antonio Molina le ha dedicado una dura reseña en la que le llama “historiador de pacotilla” e “impostor”.

En Francia publiqué hace un tiempo un libro llamado La historia mundial de Francia en el que planteo, ante la obsesión que tenemos los franceses por nuestra historia nacional, una lectura de la historia de Francia que implique las relaciones de la nación con otros países del mundo, una revisión de nuestra historia para adaptarla al mundo globalizado, con otras fuentes y puntos de vista.

Lo que te quiero decir es que eso vale también para lo que me comentas: la resistencia de algunas personas a releer la propia historia con los puntos de vista que hoy disponemos, no solo en Europa. La manera en que la contamos hoy en día no se trata de reducirla solo al marco nacional, tampoco de un posicionamiento de principios o combativo, sino de un posicionamiento metódico y en base a datos comprobados. Es así como se explica la historia actualmente.

Patrick Boucheron, en un momento de la entrevista. Patrick Boucheron, en un momento de la entrevista.

Por eso en el libro, al final de cada caso, tenemos el apartado “Y qué ocurría en el mundo mientras tanto”, porque pasaban cosas. Por ejemplo, 60 años antes de 1492 había caído el imperio Jemer de Ankgor, en la actual Camboya, tras casi cuatro siglos dominando el sudeste asiático.

Del mismo modo planteo cómo se celebraba el cuarto centenario del descubrimiento en Chicago y en Madrid. La primera era una antigua colonia que entonces, en 1892, gozaba de una vitalidad pujante. La segunda era la capital del imperio colonial más grande jamás habido, pero ya en una pronunciada decadencia. No podemos conferir a la historia, hoy en día, un solo punto de vista.

Se habla mucho últimamente de la descolonización de los museos. ¿Debemos descolonizar también la historia?

No quiero que la gente piense que mi libro, que aunque lo firme yo es una reflexión colectiva, hecha por el equipo de la serie documental Cuando la historia hace fechas para el canal ARTE, tiene una intencionalidad política o de provocación mediática. Es un trabajo sereno y serio.

Quizás sea necesario aplicar una cierta descolonización al campo de la historia para lograr un relato más ecuánime y realista que hable de todos, no solo de los europeos.

Pero, en efecto, quizás sea necesario aplicar una cierta descolonización al campo de la historia de las naciones, aunque también podríamos hablar de mundializar o globalizar; de integrar los relatos de todos puntos de vista para hacer una sola historia más ecuánime y realista, pero sobre todo que hable de todos, no solo de los europeos.

Un ejemplo: en Occidente la figura de Mansa Musa, el rey de Malí en el siglo XIV, considerado uno de los hombres más ricos de todas las épocas, apenas es conocida. Solo el Atlas Catalán habla de un rey negro inmensamente rico. En cambio, en la otra orilla del Mediterráneo son abundantes las fuentes que nos hablan de este personaje que viajó hasta la Meca causando gran impresión. Que Occidente no hablase de él era como decir que no había existido. Ahora esto no ya es admisible.

Hablemos de dos mitos que antes comentaba: Vercingétorix y Jesucristo. ¿Existieron realmente?

Existieron, pero su dimensión histórica se debe sin duda a las mitificaciones realizadas a posteriori; en el caso de Vercingétorix casi 2000 años después. Porque de este caudillo galo apenas sabemos por lo que nos cuenta Julio César en sus escritos sobre la guerra de las Galias, donde además infla mucho sus méritos para fortalecer su curriculum frente a otros generales que, como él, deseaban el poder en Roma.

Así, César nos habla de un caudillo valeroso al que venció, y llevó a Roma para su ejecución, que se llamaba Vercingétorix. Nadie vuelve a nombrarlo jamás. Pero en el imaginario histórico francés, aquella derrota ante un enemigo muy superior enciende la llama del sentimiento nacional, aunque sea de una nación vencida.

Y no es hasta otra derrota, la de Napoleón III en Sudán en 1870 a manos de los prusianos, cuando el mito renace con fuerza. Porque el emperador quiso verse a sí mismo como en su día Vercingétorix: el caudillo de Francia. Es por ello que ordena erigir una estatua del rey galo con melenas y un largo bigote... ¡Pero es mentira! Esa era la cara de Napoleón III. Y bien esa visión llega a alcanzar incluso los cómics de Astérix, no tenemos ningún dato sobre cuál era el aspecto de Vercingétorix.

¿Y en cuanto a Jesús, el Nazareno?

Pues sabemos poquísimo de primera mano. Su historia fue escrita por los evangelistas varias generaciones después de su muerte y, claro, no sabemos cuánto hay de inventado. Sabemos por las crónicas de Flavio Josefo que hubo un predicador y milagrero llamado Jesús de Nazaret. En cuanto al momento de su muerte o su nacimiento, en realidad no hay nada seguro.

Por supuesto debemos hacer 'fact checking' con los bulos, pero solo con eso los historiadores no ganaremos la batalla al populismo

Pero el dato que nos hace pensar que en efecto Cristo existió es su atroz muerte en la cruz. Era un castigo muy excepcional e ignominioso, que solo se aplicaba a los esclavos que se revelaban. Era muy inusual en Judea y menos a un ciudadano libre. Por tanto, esta muerte fue muy reseñada en las crónicas y da consistencia a la tesis de que Jesús de Nazaret existió.

Para terminar y engarzando con su otro libro, El tiempo que nos queda: estamos viviendo un auge de los populismos en el que los bulos tienen mucho peso para ganar adeptos a las causas de extrema derecha. ¿Qué papel debería jugar la historia para combatirlos?

En primer lugar, la historia nos enseña que no debemos menospreciar nunca la potencia de los bulos, por muy disparatados que nos parezcan, ya que no están apelando a la razón de las personas sino a sus emociones, y ahí es muy complicado llegar con razonamientos. Y menos ahora que los que yo llamo “ingenieros del caos”, como Elon Musk y otros dueños de plataformas digitales, pueden amplificar mucho su potencia.

Por supuesto debemos hacer fact checking con estas mentiras o medias verdades, pero tenemos que tener muy presente que solo con eso los historiadores no ganaremos la batalla al populismo. Tras rebatir los bulos es necesario articular un relato sobre la verdad que pueda llamar a las emociones de la gente como lo hacen los bulos.

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