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Frank Zappa, el padre del invento

Yo solía pasarme las tardes allí, mirando discos y dándole la brasa al dependiente: “oye, ponme este disquito, a ver qué tal, oye, ponme este otro, a ver si...”. En ese plan, iba descubriendo músicas hasta entonces desconocidas para mí. La música de Frank Zappa fue una de ellas. El primer disco suyo que escuché fue Tinseltown Rebellion. La portada era toda una declaración de sucias intenciones; un collage colorido al estilo del Sgt. Pepper’s pero en plan punkarra y con las letras del título garabateadas a mano. La figura de Frank Zappa aparecía en el centro, tan pequeñita que tenías que fijarte mucho para verla. Iba con esmoquin y tocaba la guitarra.

El primer corte era un reggae en plan cabaretero. Hasta entonces no había escuchado yo algo parecido; una rara mezcla de estilos donde el punk se agitaba con el blues y con la música contemporánea, todo ello llevado hasta el gamberrismo. Me lo pillé. Luego siguieron los demás. Recuerdo el día que me hice con Joe’s Garage, una ópera rock donde Zappa coge trozos de otras composiciones suyas y las corta y pega a la manera de un collage. Llamé a una amiga que sabía inglés para que me tradujese las canciones a medida que iban sonando. La cosa iba de groupies y de cachondearse de todo, desde las religiones hasta de las bandas de garaje. Pero sobre todo lo demás, Joe’s Garage era una crítica al puritanismo que todo lo censura por sistema. Después de esta locura, me pillé Sheik Yerbouti disco doble que venía marcado por la polémica de sus letras.

Fue entonces, con ayuda de un diccionario, cuando me puse a pillar el sentido a todas aquellas canciones que las revistas de entonces –Popular 1, Sal común, Vibraciones– señalaban como transgresoras e irreverentes. Hoy, gracias a Libros del Kultrum, puedo conocerlas a fondo; acaban de ser editadas en gran formato con traducción al castellano por parte de Manuel de la Fuente que es quien también prepara la edición de esta Obra lírica completa; así se titula el volumen.

La sátira. La guasa; la actitud jocosa e hilarante de uno de los grandes músicos de la historia capaz de demostrar que la música no entiende de géneros ni de clasificaciones. Y todo eso queda expuesto en cada una de sus páginas. Porque nunca es tarde para escuchar a Zappa; en sus discos podemos apreciar cómo los estilos se acoplan unos con otros en adecuada armonía; el ska con la ópera italiana o el reggae con la música clásica, como tuve ocasión de comprobar yo mismo, en directo.

Fue durante su memorable concierto madrileño, a finales de los 80, cuando dio la espalda al público y cogió la batuta para dirigir a sus músicos, orquestando el Bolero de Maurice Ravel al estilo jamaicano. Todavía resuena en mi cabeza.

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