Seleccionado por la Agencia Española de Cooperación Internacional como uno de los autores jóvenes más destacados del panorama nacional, explora a través de su obra lo siniestro, lo cómico y lo fantástico de estar vivos.
¿Cómo se acaba viviendo de la literatura?
Gracias a la vocación. Cuando era adolescente leía mucha literatura. Era mi refugio y pasaba mucho tiempo solo porque me hacían bullying en el colegio. Al final, a fuerza de leer, acabé escribiendo; y, a fuerza de escribir, acabé descubriendo que esto era lo que quería hacer. Pero no fue algo lineal, tardé años en decidir que me quería dedicar a esto y otros tantos años en publicar y conseguir emprender una carrera.
Un dios con el estómago vacío es una tragicomedia. Hay una realidad presente muy pesimista envuelta por una atmósfera muy humorística.
Fue un libro que empecé a escribir en un momento bastante bajo de mi de salud mental. Me estaba planteando muchas cosas de mi vida personal, espiritual y laboral. La tragicomedia fue la salida más inteligente porque era como en aquel entonces veía el mundo. Aunque no creo que sea un libro tan pesimista como un libro con cierto pesimismo oscuro, que al mismo tiempo no duda en abrazar la ternura, el humor y la ligereza sin perder ese poso de la tragedia de la vida, de existir y de ser.
Supone una vuelta al relato corto. ¿Se siente más cómodo así, o en novelas como Fiebre?
Me siento más cómodo con los cuentos. Es un género al que siempre acabo volviendo por la libertad que deja en la escritura. El cuento es el género en el que puedes innovar, probar cosas nuevas y romper la estructura. La novela también, pero de otra manera. En 200 páginas es más difícil dar un salto al vacío; sin embargo, el relato tiene la ventaja de permitirte subir mucho la apuesta en muy poco espacio.
En la obra hay dioses, casas invisibles, elementos fantásticos... ¿Cuánta verdad hay?
Toda la parte fantástica del libro, toda esa realidad quebrada llena de grietas, en realidad sirve para que el libro hable de lo específicamente humano: la familia, la paternidad, el dinero, el trabajo, el sexo, la pareja. Por lo que es más bien un contrapunto que hace más fácil al lector entrar en el análisis de lo humano. Al final es una estética literaria y una tradición. Me gusta jugar a medio camino entre lo fantástico, lo ridículo y lo real.
¿No se debe mentir en la literatura?
En la literatura se debe mentir para decir la verdad. Uno tiene que disfrazarse incluso de personajes que no son moralmente perfectos. Forma parte de lo interesante de escribir, que uno puede disfrazarse y proponer otras moralidades, otras estéticas y otras realidades.
Matías Candeira, en la redacción de elDiario.esPorque los seres humanos somos mentirosos por naturaleza.
Ciertamente es un libro cuyos personajes se mienten mucho a sí mismos, igual que nos metimos todos. Son gente que intenta sostener una gran mentira para no desmoronarse, bien por su identidad, por su familia, por su autoridad o porque su trabajo se está haciendo pedazos. Muchas veces intentamos autoengañarnos y sostener una gran farsa para sentir que todavía tenemos el control, pero en la mayoría de ocasiones hace ya mucho tiempo que no lo tenemos.
Lleva al lector por un camino y luego todo gira hacia otra dirección. ¿Disfruta tomándole el pelo a los personajes y, por consecuencia, al lector?
Cuando empecé a escribir el libro tenía claro que quería mirar a los personajes desde lo más ridículo y lo más sublime. Hay veces que la voz abstracta de quien narra los mira con la máxima crueldad y otras en las que los mira con el mayor grado de ternura posible. En ese juego entra la ironía, puesto que si uno va a destrozar a un personaje, es mejor hacerlo desde ahí que desde el cinismo. El cinismo no me interesa, es una manera satisfactoria de escribir. Prefiero combinar la ironía y la ternura.
El lenguaje poético que predomina en la obra, ¿era prioritario sobre la trama?
Cada libro es un discurso en torno al lenguaje, una ideología, una propuesta de pensamiento. Para encontrarle sentido a esa propuesta de pensamiento, para mí es necesario que el lenguaje sea algo radicalmente importante. Pero tampoco se puede comer a todo lo demás, porque entonces solo estaríamos hablando de un ejercicio de estilo, así que me interesaban las dos cosas. Es un libro con un lenguaje que muchas veces roza lo poético, pero que no abandona las historias. Hay que intentar encontrar un equilibrio entre la forma, el fondo y el lenguaje.
No necesitamos una trama, sino sentir que hay una especie de hilazón, por mínima que sea, para vivir
La viñeta con la que abre el libro dice así: “Necesito urgentemente una trama”.
Expresa muy bien desde qué lugar hablan casi todos los personajes del libro. Han perdido una noción de realidad que les daba sentido y se encuentran en un vacío en el que sienten que necesitan una trama para avanzar. Aparte de eso, la viñeta le viene muy bien a la obra porque hay algunas historias que rompen esa idea tan canónica de lo que es una trama.
¿Todos necesitamos una trama?
No necesitamos una trama, sino sentir que hay una especie de hilazón, por mínima que sea, para vivir. Pero muchas veces no es así. Es absurdo porque ni la vida ni nuestro conocimiento funcionan de forma lineal. Lo que pasa es que nosotros hacemos ese ejercicio de construir relatos y narrarnos, construir relatos de nuestra vida para que tenga sentido. Pero, en realidad, visto desde un lugar más crítico, no tenemos ni la menor idea de dónde está la trama de nuestra propia vida.
Un dios con el estómago vacío resalta la magia de la cotidianidad. ¿Es la vida menos normal de lo que parece?
Es que la vida es bastante rara si te pones a mirarla con un prisma distante. Las relaciones de pareja pueden ser muy raras, la cotidianidad puede ser incómoda. Los códigos en los que nos movemos, desde la familia, la paternidad hasta la pareja, pueden llegar a ser muy extraños o incluso muy violentos. El libro no trata sobre la cotidianidad, pero la mira como algo ciertamente incómodo y, a veces, hasta ciertamente torcido. Por eso es un libro más sobre lo humano que sobre lo fantástico. Lo fantástico es un contrapunto que ayuda a mirar más radicalmente la extrañeza de muchas cosas.
Muchas veces intentamos autoengañarnos y sostener una gran farsa para sentir que todavía tenemos el control, pero en la mayoría de ocasiones hace ya mucho tiempo que no lo tenemos.
¿Y por qué hacerlo a través de este tipo de personajes? Me da la impresión de que todos están hasta las narices: desde el hombre de la inmobiliaria que desea quitarse de encima una casa hasta la muerte que se sube a un autobús porque está cansada de su trabajo.
Porque todos vivimos en un mundo en el que estamos muy aplastados por ciertas cosas: por el trabajo, por el dinero, por el capitalismo, por los discursos sobre nuestro cuerpo y sobre cómo vivimos... Estos personajes, que pueden resultar familiares e incluso tiernos, al mismo tiempo pueden resultar abyectos o monstruosos. Me interesa que los personajes den un golpe de timón y hagan que los lectores se enfrenten a un comportamiento que no es exactamente el que creen que estos personajes tendrían.
“El amor les ha negado a los ojos. Igual que una enfermedad de sangre caliente y almíbar”. ¿Es el amor lo que más indefensos nos hace estar a los humanos?
Si entendiera de verdad el amor, no escribiría sobre ello. Me gusta particularmente enfocarme en las torceduras del amor, en las parejas que no lo son, en esas miserias que permiten meter el dedo en la llaga. Además, el amor romántico también permite hacer muchísima ironía, ser ácido, que no cínico. Ser ácido en el análisis permite escarbar y sacar bastante material literario.
La obra indaga mucho en la masculinidad. ¿Por qué?
Ahora mismo, y sobre todo desde hace diez años, se ha convertido en uno de los grandes temas a explorar. Todos los hombres hemos tenido que pensar sobre esto, pensar en cuál es el lugar en el que hemos de colocarnos. Puesto que es un tema que genera muchas preguntas a nivel personal, también genera mucho material para escribir sobre ello, y da buenos resultados a nivel narrativo.
La literatura es una vía para decir y comunicar, para situarnos a nosotros mismos en el mundo y conseguir entender mejor quiénes somos.
Dice en el segundo cuento: “En mi experiencia, es inevitable acabar comunicándose sin abrir la boca” y “Casi al instante, me viene a la cabeza todo lo que debería decirle a mi primogénito y no le digo porque no me atrevo”. Ante la falta de palabras, ¿estamos obligados a encontrar otras formas de decir lo que sentimos?
Totalmente. De una forma u otra, todos hablamos de nosotros en nuestros libros, aunque nos disfracemos de otra cosa. Los personajes de Un dios con el estómago vacío tienen bastantes problemas de comunicación. Son hombres que no saben comunicarse, que se mienten, que se engañan, que callan. La literatura es una vía para decir y comunicar, para situarnos a nosotros mismos en el mundo y conseguir entender mejor quiénes somos.
¿No cree que los personajes de la obra serían más felices si aceptaran que el tiempo se acaba?
Lo cierto es que todos aceptamos muy tarde que el tiempo se acaba. Nos pasamos la vida entera peleando contra nosotros mismos y contra nuestra asustadiza personalidad. A medida que te vas haciendo mayor, te vas dando cuenta de que cada vez tienes menos tiempo para todo. Es mejor aceptarlo que andar atravesado por el terror existencial.
En el cuento Una rabieta escribe lo siguiente: “A la madre ahora le da miedo levantar la cabeza, porque sabe que si lo hace verá eso, la grieta, el abismo final”. ¿Cuáles son las grietas a las que se enfrenta un escritor?
Principalmente, escribir cuando no quieres escribir o saber qué es lo que quieres escribir. Que no se te agoten las ideas, que tus grietas sean lo bastante interesantes como para saber trabajarlas a pesar de ti. Porque el ego es mucho menos importante que la capacidad para reinventarte a través de nuevas formas de escritura. Con este libro, la grieta fue la crisis que atravesaba con la literatura, pero me puse a prueba y me situé en lugares desde los que nunca antes había escrito. Quería que mi propia escritura me sonara nueva y diferente, que sintiera que estaba naciendo desde otro lugar.