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Ni Mariah Carey ni Bisbal, los reyes de la navidad son Ojete Calor
Uno del que nadie puede escapar. Parece que la navidad solo se puede vivir de una forma, con unas solas canciones y un solo espíritu. Ya saben, si no uno es un grinch, un amargado etc. 

Este año a Mariah Carey se la ha unido David Bisbal, con sus villancicos y su Burrito sabanero, confirmación del pelotazo navideño, tan rentable si se sigue con las normas establecidas. Hasta Isabel Díaz Ayuso se ha rendido al burrito de marras y Bisbal ha hecho un concierto el pasado jueves cantando sus canciones en plena Puerta del Sol y presentado por ella misma, como si fueran unas uvas adelantadas para celebrar el espíritu de la navidad (ya saben, nada de felices fiestas). 

Menos mal que el pasado sábado llegó Ojete Calor para demostrar que ni Mariah Carey ni Bisbal, que ellos son los auténticos reyes de otra navidad posible. Que hay más de ese espíritu navideño en su subnopop que en las canciones prefabricadas hechas para forrarse. El ambiente que se vivía en el WizinkCenter desde una hora antes del comienzo, con una lista de canciones “historia del Subnopop” (con temas de Viceversa o el Maricón de España de Martes y Trece) era un chute de optimismo y buen rollo. Pelucas de colores, gorros de cowboy rosa, camisetas con la palabra 'Mocatriz'... 

Aquel estadio era un reducto para las mamarrachas, para pasárselo bomba, para no tomarse en serio, para no cantar Los peces en el río a cinco voces. Un sitio libre de panderetas. Porque Ojete Calor ha reivindicado la mamarrachería. Ya no es un insulto, el subnopop ha venido para quedarse, y el lleno del Wizink de ayer lo confirma. No son un fenómeno de risas quemado a la primera de cambio, sino que han conseguido que sus éxitos se conviertan en himnos donde se mezcla la diversión con la crítica. Porque ojo, hay mucha política y mucha mala leche en sus letras, y los azotes ayer de Carlos Areces y Aníbal Gómez; perdón, de Carlos Ojete y Aníbal Calor: así lo demuestran. 

En esta ocasión hubo dardos para la boda de Almeida, para Ana Rosa, para lo sucia que está Madrid “tan fea como esta ciudad no la hay”… y todo eso sin perder la sonrisa. Perdían la voz, porque se ahogan. Porque realmente no vamos a escuchar sus voces. Carlos y Aníbal son dos showmans que suben y hacen dos performances poderosas, hilarantes y contagiosas con las que envuelven sus temazos, ya parte del imaginario popular para una generación que ellos han llamado “hijos del subnopop”.

A ellos les dedicaron su apoteósico comienzo, con Miguel Ríos cantando Bienvenidos y cambiando su letra para decirle a “los hijos del Subnopop, Bien -ve - ni -dos”. El cantante hasta tropezó y cayó al suelo en un pequeño momento de pánico nada más comenzar. Pero no pasó nada y ya salieron las dos estrellas vestidas como dos divas. Carlos, como María Jiménez, con su mítico pavo real en la cabeza; Aníbal como Björk, con un traje azul de tul, volantes y vuelo. 

El concierto “solo para gente guapa” que se marcaron demostró que la fórmula funciona, y solo tienen que ajustarla un poquito cada vez para que cada concierto sea un poco diferente al anterior. Saben que la gente va a verles a pesar de repertorio corto, pero que eso no les importa, porque lo que quieren es su rato de petardeo y subnopop. También quieren sus clásicos. Uno se sentiría decepcionado si va a ver a Ojete Calor y no se tiran en sus colchonetas hinchables para que el público les lleve en volandas. Si al principio lo hacían a ritmo de Quién maneja mi barca este sábado hicieron una competición para llegar hasta un vinilo de Julio Iglesias. 

Pequeños cambios, como dónde colocar a la orquesta filarmonguer, que en esta ocasión le toco a una versión de Sinceridad no pedida. Es como los cameos. Cada vez tienen más complicado sorprender con la presencia de amigos que van a apoyarles al concierto. Ayer faltó Ana Belén para el mítico Agapimú que llega, obviamente, casi al final, pero a cambio hubo sorpresas como la de Anne Igartiburu, que salió para reírse de todo con Gente que imita mal los acentos. Allí estuvieron también Carmen Morales, que cantó Sopa de amor y el clásico de su madre Rocío Dúrcal, La gata bajo la lluvia. También Fran Perea, incluido a modo de gag en un in memoriam y que salió a entonar su Uno más uno son siete para encadenarlo con Mocatriz, porque para Ojete Calor él representa a la perfección eso de “Modelo, cantante y actriz”. 

Los cameos se completaron con Jeannette, que cantó Soy rebelde y Porque te vas, Bustamante, con el que cantaron Superman y Vete a tu casa y la presencia virtual de Ramon García, Ramonchu, que en un vídeo se quejaba de que tardaban los bises. También viejos conocidos como su “amiga Maribel”, que siempre se queja de sus dolores en otro de sus himnos, Qué bien tan mal, y a la que llevaron a una tuna para cantarla emocionándola hasta las lágrimas y sacarla en camilla. 

Pequeñas novedades (como la ducha de Carrie con la que llenaron a dos personas de sangre falsa) para ofrecer lo de siempre, ese derroche de letras llenas de actualidad política disfrazadas en canciones simplonas -es sorprendente que Opino de que sea tan actual y fuera escrita hace más de siete años-. La mejor expresión es uno de sus últimos éxitos, Extremismo mal, que se ha convertido en su particular hit llena estadios. El clásico pelotazo que la gente corea haciendo “ohohoh” al final del tema como si fueran Coldplay. La diferencia es que aquí lo hacen después de una canción que critica el extremocentro y no posicionarse con frases que son dardos como “fascismo es excesivo y democracia también” o “ni nazis ni judíos”. 

Ojete Calor ayer se convirtieron en reyes de otra navidad posible. Una menos acartonada, menos falsa y mucho más divertida. Porque ellos son como Lola Flores, no cantan, no bailan, pero no se los pierdan.

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