La prueba más cercana estuvo en el pasado Festival de Cine de San Sebastián, donde a pesar de que la película que presentaba era la clausura, quiso vivir la experiencia del Zinemaldia desde el primer día. Lo hizo sin guardaespaldas y acompañado de un par de amigos con los que era normal verle pasear por las calles de Donostia o yendo a hacer surf a la Zurriola.
Cada vez que salía del hotel María Cristina, las hordas de gente que querían hacerse una foto con él se abalanzaban, y aun así cada día repetía la misma rutina. Salir sin seguridad, hacerse todas las fotos que podía y pedir con amabilidad que le dejaran continuar con su día. Acudió a un par de charlas con estudiantes de cine y el último día atendió a la prensa. Allí, como lleva años haciendo, reivindicó otro tipo de masculinidad. La película se lo ponía fácil. En Vivir el momento ―que ya se puede ver en salas de cine― da vida a un hombre que se plantea esas cosas.
Lo hace en medio de un drama romántico que protagoniza con Florence Pugh. Una película que bebe de los tópicos del género ―una historia de amor donde ella tiene una enfermedad terminal―, e intenta aportar algo nuevo a través de un retrato mucho más moderno de las relaciones, con una mujer feminista y progresista y un hombre que se plantea las nuevas formas de estar en un mundo donde hasta ahora solo había tenido privilegios. Lo hace de forma sutil, sin cargar las tintas, pero mostrando que hay otras posibilidades en películas que solían oler a alcanfor.
También hay un cierto jugueteo en “las formas en las que se desarrolla la película”, que el protagonista define como “novedosas” y que consiste en fragmentar la narración, que viaja de atrás hacia adelante, de la enfermedad a los momentos previos, haciendo que dialoguen entre sí escenas que, a priori, no tendrían nada que ver dentro de la clásica historia de romance: “Me pareció que la forma y el contenido se comunicaban entre sí de una manera muy interesante y que esa reordenación del tiempo, de los momentos capturados de esta relación, nos ofrecía la oportunidad de crear una película con un grado de complejidad emocional que muchas películas que tratan solo el romance o la enfermedad no suelen alcanzar”.
Garfield, al que hace poco se le pudo ver emocionado contando en Barrio Sésamo cómo afrontó la reciente pérdida de su madre, no le asusta mostrarse vulnerable. Lo hace su personaje, lo hace él, y lo reivindica sin dobleces. “Tengo muchos amigos de mi juventud, y cuando he crecido he sentido como si fuéramos de generaciones diferentes. Creo que cuando los hombres compartimos las cosas entre nosotros, cuando nos mostramos emocionalmente abiertos y disponibles hacia otros hombres, la vida se vuelve mucho más rica. La vida es mucho mejor cuando no tenemos miedo a revelar las partes más vulnerables de nosotros mismos, las cosas aterradoras que hasta ahora hemos mantenido en las sombras”, explica.
Para el actor por ahí pasa el cambio y el futuro. “Así es como nos convertimos de forma plena en los hombres que debemos ser. En nuestras vidas, pero particularmente con nuestras parejas, ya sean del mismo sexo o del sexo opuesto, o cualquier cosa entre medias”, dice en un gesto al género fluido y lo queer. “Creo que es vital hacerlo en este momento. Si no incorporamos esos aspectos de ternura terminaremos con una masculinidad brutal, y eso me parece detestable. Y obviamente eso es lo que ha causado la mayor parte de los problemas de nuestra civilización que los hombres han provocado en los últimos siglos”, zanja.
Las personas que ostentan el poder anhelan la división para seguir acaparando ese poder y seguir presidiendo el mundo de una forma muy controlada, manteniéndonos enfrentados y divididos
También reivindica otro valor, la empatía, que define como “un puente, un hilo invisible”, y en el que el arte juega un papel importante: “Estamos en una época en la que las personas que ostentan el poder anhelan la división para seguir acaparando ese poder y seguir presidiendo el mundo de una forma muy controlada, manteniéndonos enfrentados y divididos. En violencia unos con otros. La empatía acaba con todo eso. La empatía es el gran conector. Siento que el arte tiene una mayor responsabilidad en este momento para ayudarnos a tener más empatía entre nosotros, pero también con nosotros mismos, para perdonarnos y perdonar a los demás en un intento de estar atentos a los hilos invisibles que nos conectan a todos en este tipo de misteriosa vida en comunidad”.
Garfield ha construido su fama en torno a esa nueva masculinidad, y se enorgullece enseñándola y reivindicándola públicamente. Puede que ello le aleje de cierto tipo de papeles, pero eso no le ha quitado de trabajar con cineastas como Martin Scorsese en Silencio, y con quien se rumorea que volverá a trabajar en A Life of Jesus. Es esa fragilidad la que le convirtió en un excelente Spider-Man, que no cuajó al no estar todavía integrado dentro del Universo Cinematográfico de Marvel, pero que fue reivindicado en la última película de la saga, donde el multiverso obró el milagro de juntar en una misma escena a los tres actores que han interpretado al hombre araña en el cine, un personaje que siempre ensalzó al chico en los márgenes, al bueno de la clase en vez de al rebelde sin causa.