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Pocos personajes femeninos y sexualizados, la investigación que muestra el machismo de la novela española

Son, además, numerosas las polémicas protagonizadas por algunos de sus integrantes en las que atacan con virulencia al feminismo y los avances en igualdad.

Arturo Pérez Reverte se ha mostrado, en numerosas ocasiones, reacio al lenguaje inclusivo al que define como una “soplapollez”, llegando incluso a insinuar que podría abandonar la RAE si la Constitución se revisaba para corregir el uso del masculino genérico. El desaparecido Javier Marías dedicó una columna al día de las escritoras definiéndolo como “una discriminación positiva más” y aprovechando esta efeméride para afirmar que si las mujeres solo son leídas por el 20% de los varones es porque los periodistas y críticos se han empeñado en elogiar de forma desmedida las creaciones de escritoras, generando desconfianza entre el público masculino. 

Hay quienes piden separar a la obra y el artista, pero también algunas voces se preguntan ¿cuánto de estos discursos y de esta forma de mirar el mundo habrán calado en sus novelas y personajes? Y de ser así, ¿qué efectos tiene para la sociedad, la literatura y para sus lectores y lectoras?

A estas preguntas ha intentado dar respuesta la socióloga Carolina Herrero Schell (Buenos Aires, 1988) durante los cinco años que ha estudiado las obras de los principales autores de las últimas décadas. Sus resultados, que ha trasladado al ensayo La heterodesignación en la novela española contemporánea (1975-2015) (publicado por Ediciones Complutense), fueron presentados en su tesis doctoral, premiada por la Universidad Complutense de Madrid como mejor tesis doctoral de feminismo y género.

Recuperando una genealogía que la lleva desde Virginia Woolf hasta Luna de Miguel y Raquel Presumido Arias, pasando por Simone de Beauvoir, Kate Millet y Joanna Russ entre otras, Herrero Schell analiza un total de 1.284 capítulos, pertenecientes a 20 novelas de 20 autores españoles, publicadas desde 1975 hasta 2015. Para seleccionar la muestra se han tenido en cuenta diferentes dispositivos de reconocimiento literario: premios nacionales, sillones en la RAE, la simpatía de la crítica literaria y la presencia mediática.

La idea era conseguir que su investigación no se centrara tanto en el análisis concreto de las obras, sino en identificar y poner en relación las reglas de juego que existen en el campo literario y cómo estas reproducen o no la dominación y la violencia hacia las mujeres. Por tanto, no es una cuestión de autores particulares sino de mecanismos y estrategias de la producción literaria en su conjunto, en tanto estos autores representan el canon y la vanguardia literaria.

Sexismo por exclusión

Los datos que obtuvo esta investigación son abrumadores: el 80,5% de los capítulos analizados tienen un protagonista varón, mientras que las mujeres solo representan el 11%. El 4,5% restante son capítulos sin un personaje con papel protagonista. Además, los autores eligen con mayor frecuencia coprotagonistas y secundarios del mismo género, de forma que la prevalencia masculina protagonista dificulta a su vez que se incluyan mujeres en el resto de los personajes. Esta infrarrepresentación es un ejemplo de lo que las sociólogas Marina Subirats y Amparo Tomé definieron como “sexismo por exclusión”, la discriminación de las mujeres por la ausencia o escasez de representación. 

Herrero Schell argumenta que la infrarrepresentación de mujeres y, por tanto, de sus historias puede resultar “desmoralizante para las lectoras, que no se ven identificadas ni reflejadas en estos textos, pero también para las escritoras, que ven como el canon premia igualmente este tipo de obras y a sus autores, lo que dificulta que encuentren referentes alternativos.” Este sexismo por exclusión tiene además consecuencias a nivel social, ya que, continúa, “supone la negación de la propia existencia de las mujeres, así como de su identidad y capacidad de agencia como sujetos y de su potencialidad como colectividad”. Así se refuerza la asociación de los varones con lo universal y la idea de que las mujeres y sus vivencias son menos valiosas, individual y colectivamente.

Las mujeres no participan como dueñas de sus cuerpos ni tampoco de su sexualidad, lo que supone una nueva forma de dominación masculina en el ámbito literario

Carolina Herrero Schell — Socióloga

“La caja del hombre blanco es el mundo entero”, afirmó Siri Husvedt. Dicho de otro modo, la ausencia de mujeres protagonistas en la literatura dificulta el protagonismo de las mujeres en lo social. Porque la lectura no es solo un placer y una actividad que alimenta nuestro universo cultural, simbólico y lingüístico, sino que también moldea nuestra identidad y nos traslada de forma naturalizada modelos socioculturales concretos. 

Una encuesta realizada por la página de críticas literarias Goodreads en 2014 concluía que los autores varones cuentan con un público paritario, mientras que las autoras son leídas en su amplia mayoría, un 80%, por mujeres. Como afirmó la recordada escritora Almudena Grandes: “Los escritores no dudan en ningún momento de que el producto de su mirada tenga un valor universal, de que en su literatura se puedan reconocer por igual hombres y mujeres. La mayoría de las escritoras tampoco lo dudamos, pero a menudo somos las únicas convencidas de que es así”.

Personajes femeninos, personajes florero

“La única forma que tenían de aparecer en televisión era exhibiendo su cuerpo”, dice una de las citas más memorables de un nuevo documental sobre ´las mujeres florero´ de la televisión de los 90 a las que todo el mundo recordamos como una especie de complemento estético de los presentadores. Si las mujeres protagonistas, coprotagonistas, o secundarias de los novelistas estudiados en esta tesis pudieran ser entrevistadas responderían algo similar. Lo curioso es que ambos productos culturales, tan alejados en cuanto a la percepción de la crítica, no distan tanto cuando se analizan sus prácticas en relación a la representación de las mujeres.

Una forma muy sencilla de representar estas dinámicas es a partir del test de Bechdel. Este test creado por Alison Bechdel tiene tres sencillos requisitos: que aparezcan dos personajes femeninos y tengan nombre propio, que estos personajes hablen entre sí en algún momento y que la conversación no trate sobre un hombre. Solo un 8,4% de los capítulos que analizó Herrero Schell pasaban el test.

Las escasas ocasiones en las que las mujeres aparecen e interactúan con otras mujeres esta interacción orbita, en un 60% de los casos, en relación a un personaje varón. Para la socióloga “los autores introducen a los personajes femeninos como una forma directa de caracterizar a los personajes masculinos”.

“Tampoco está nada mal la otra chica, se dice viéndolas juntas de nuevo, el esbelto cuerpo de una rozándose con el de la otra mientras cuchichean, a buen seguro, indiscreciones sobre él”. Este fragmento de Karnaval, de Juan Francisco Ferré (Anagrama, 2012), recoge diferentes fórmulas de manifestación de un recurso habitual de las novelas contemporáneas escritas por varones, la cosificación de las mujeres. 

Este tipo de prácticas cosificadoras y sexualizadoras, afirma Herrero Schell, son problemáticas “porque las mujeres no participan como dueñas de sus cuerpos ni tampoco de su sexualidad, lo que supone una nueva forma de dominación masculina en el ámbito literario”. La diversidad sexual está poco representada, los pocos personajes no heterosexuales que aparecen suelen ser personajes femeninos que despiertan el interés sexual de un personaje varón. Estas mujeres lesbianas y bisexuales son representadas además, independientemente de su orientación y relación sentimental, como receptivas a ese interés sexual. En el caso de los personajes racializados, también escasos, las mujeres son representadas desde una hipersexualización exotizada con profundas raíces coloniales. 

Son numerosos los ejemplos de actitudes machistas en el relato literario, desde comentarios paternalistas hasta insultos, pero resulta especialmente significativo que cuando la violencia explícita contra las mujeres aparece no aporta, en la mayoría de los casos analizados, contenido a la narración. “Por tanto, si no tiene un reclamo para la trama o un interés literario, estamos ante un elemento que resulta aleccionador, a través del cual se naturaliza el lugar subordinado que le corresponde a las mujeres mediante la representación de personajes que pueden ser vejados o agredidos” concluye la socióloga en su investigación. La escritora Margaret Atwood ya nos puso sobre aviso de que “no existe la novela sin ideología”.

Consagrados Vs Vanguardia

¿Es una cuestión del pasado, de aquellos autores considerados consagrados, que los novelistas 'de vanguardia' han rechazado? Para Herrero Schell responder a esta pregunta le permitía saber cuánto había de estilo generacional y cuánto de parámetros sociales que responden a cuestiones estructurales fuertemente arraigadas que se instalan en las creaciones literarias de diferentes épocas.

Para encontrar una respuesta comparó la generación de “escritores consagrados” nacidos entre 1940 y 1960, entre los que se encuentran autores como Juan José Millás o Arturo Pérez Reverte, y la denominada como “generación Nocilla” o “generación Afterpop”, nacidos en torno a 1970. Estos últimos son considerados escritores de vanguardia y son descritos como inconformistas ante el mundo literario convencional, aquí estarían autores como Agustín Fernández Mallo, Álvaro Colomer o Manuel Vilas.  

Las lectoras no se ven identificadas ni reflejadas en estos textos, y las escritoras ven cómo el canon premia igualmente este tipo de autores, lo que dificulta que encuentren referentes

Carolina Herrero Schell — Socióloga

La conclusión que obtuvo en su investigación es que mientras la generación más joven mostraba elementos de vanguardia en relación con el estilo narrativo, no incluían ninguna ruptura con las representaciones estereotipadas y sexistas de sus antecesores. Su transgresión se limitaba a las formas literarias, pero se mantenían del lado del orden social patriarcal en cuanto a la representación de las mujeres, la única diferencia significativa era a qué elementos del reportorio de la dominación masculina iban a dar más peso. 

La generación de “escritores consagrados” reproducía, de forma más relevante, estereotipos que representaban a las mujeres como seres débiles y dependientes que necesitan de la sobreprotección masculina y las situaban principalmente en el ámbito privado y doméstico llevando a cabo tareas relacionadas con los cuidados y asociadas a figuras como “la buena esposa” y “la buena madre”. En la generación de los “escritores de vanguardia”, por su parte, eran más numerosos los episodios de violencia contra las mujeres y estas eran además frecuentemente representadas como personajes disponibles sexualmente, que cumplen con las fantasías de la mirada masculina, pero que ni trasgreden los estereotipos de género ni tienen agencia de forma independiente a la figura del personaje varón. 

Cómo acabar con el machismo en la escritura

Si esta realidad es tan evidente, ¿por qué existe tanto rechazo a la revisión y la crítica? “Ampliar el canon, representar otros imaginarios, dar lugar a nuevas voces, implica que quienes siempre han ostentado el poder en el campo literario tengan que compartirlo o puedan llegar incluso a perderlo. Ante la posibilidad de perder estos privilegios, se instauran como 'guardianes del grupo', desprestigiando las obras escritas por mujeres y disidencias y no atendiendo a las críticas que señalan que la literatura no es un campo neutral y, por tanto, presenta una realidad subjetiva que resulta revisable y cuestionable”, responde Herrero Schell. 

La socióloga recoge el testigo de Joanna Russ en su obra Como acabar con la escritura de las mujeres (Editorial Dos Bigotes) y nos hace partícipes de romper este pacto intergeneracional de escritores: “Creo que es importante adoptar un enfoque crítico con aquello que leemos, hacernos preguntas que vayan más allá de la calidad literaria de un texto y que ahonden en lo que se está representado y cómo: ¿Quién escribe la novela?, ¿quiénes aparecen en el relato?, ¿en qué contextos?, ¿qué actividades realizan?, ¿con quiénes se relacionan los personajes?, ¿qué tipo de vínculos y relaciones se establecen entre ellos?”. Queda mucha tarea pendiente.

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