Muy mal pronóstico. “Habíamos estado hablando media hora antes, no me lo podía creer”, recuerda en conversación con elDiario.es. Ana Isabel García Llorente, Gata Cattana, fallecía horas después. Era el 2 de marzo de 2017. La causa de la muerte, repentina, se debía a una reacción anafiláctica. Tenía 25 años.
A partir de ese momento, la vida de Villar y de todos aquellos quienes la conocían quedó marcada. Ana para ellos, y Gata para el mundo, todavía no era famosa. La fama, como a muchos, le llego póstuma, rápida. Entonces era reconocida en los circuitos underground madrileños y andaluces. Había lanzado dos LP: Los siete contra Tebas (2012), -que marcó el inicio de su carrera musical mezclando influencias literarias y culturales con el trap- y Anclas (2015) -que incluía temas como Lisísitrata o Los puñales y que la convirtieron en una pionera de la última ola feminista años antes de su estallido-. Ana, Gata, estaba a punto de publicar un nuevo trabajo: Banzai (2017). Iba a grabar el videoclip de su canción homónima ese mismo fin de semana, pero no le dio tiempo. Días antes había dado su primer concierto en la madrileña sala El Sol.
“Lo tenía todo a punto, la niña, y no pudo ser. Recuerdo hablar con sus amigos y dudar sobre qué íbamos a hacer con su obra póstuma. ¿Nos la guardábamos o lo lanzábamos al mundo? ¿Qué hubiera querido ella?”, cuenta su madre, también Ana, a este periódico. Lo publicaron, claro, y su éxito ha sido exponencial. El disco acumula en torno a los 7 millones de reproducciones en Spotify y, en Youtube, las canciones del álbum y los videos relacionados suman entre 3 y 5 millones de visitas (dependiendo de cómo se contabilicen las distintas publicaciones oficiales y no oficiales). Para muchos, Banzai es uno de los discos más importantes del rap en español.
Ana, Gata, se interrumpió de repente en la veintena apenas terminada la que sería su mayor obra. Como Cecilia, joven y prometedora, lo que se la llevó fue un accidente. Distinto, pero accidente. Como Cecilia, que le cantaba a la violencia de género en su ramito de violetas y emanaba política en su España viva, su España muerta, Ana Isabel García Llorente llevaba el feminismo y la protesta en la entraña y la tragedia, similar, acabó por convertirla en una suerte de Cecilia milenial.
“Me maravilla que su música haya seguido creciendo aún cuando ella ya no está”, continúa su madre, “todavía hay gente que la descubre y la escribe porque hacer una colaboración. Gente que no sabe que ella se fue”, añade emocionada.
Una vida de alto voltaje políticoCuenta Nacho A. Villar que conoció a la mujer con la que compartiría su vida durante casi dos años en su propia casa. “Estaba grabando música en el salón con mi compañero piso. Aquella tarde estuvimos hablando de política durante horas”, recuerda. Ana Isabel Llorente, Gata Cattana, había estudiado Ciencias Políticas en Granada y toda su obra tiene un alto voltaje de análisis sociopolítico. “Cuando le preguntaban de dónde sacaba sus letras, o de dónde venía su inspiración, ella respondía que con un telediario tenía material suficiente para un disco”, cuenta la madre con una sonrisa.
Juancho Marqués, rapero y amigo íntimo de la artista, recordaba el pasado 9 de diciembre en la presentación de la reedición del poemario de la poeta y rapera andaluza -Poesía completa (Aguilar, 2024)-, que ‘La Gata’ podía pasarse horas hablando del conflicto en Siria y Oriente Medio. También de feminismo. “Ella fue un ejemplo para los hombres y mujeres del mundo del rap. En un entorno masculinizado donde todas las chicas que querían entrar jugaban a ese mismo juego, Gata Cattana se desmarcó. No se masculinizó, fue ella misma quien, con un talento que nos daba mil vueltas a todos, nos mostró lo que se estaba haciendo mal. Y que había otra manera”, explicaba Marqués.
Algo en lo que coinciden muchos de sus allegados: “Ella predicaba con el ejemplo, te señalaba los rasgos machistas que tú podías tener desde el colegueo, desde el cariño. Te decía socarrona '¡pero tú te has visto!', y te ibas a casa pensando en que, joder, Ana llevaba razón”, señalan sus amigos.
Ella fue un ejemplo para los hombres y mujeres del mundo del rap. En un entorno masculinizado no se masculinizó. Nos mostró lo que se estaba haciendo mal. Y que había otra manera
Como muchos artistas, al morir joven, prometedora, inesperada, su fama se acrecentó casi al instante. La prensa le puso el foco. Mucha gente comenzó a escucharle de golpe y sus letras copan sin descanso pancartas en las manifestaciones feministas año tras años.
Buena parte de su contenido “en vivo” está recopilado en videos de YouTube de dudosa calidad, pixelados, temblorosos, grabados por colegas y conocidos de forma desenfadada, a modo de típico recuerdo que uno deja olvidado en un rincón de la memoria de un teléfono viejo para no volver a ellos. Lo que no sabían entonces es que esas grabaciones, la mayoría de lecturas de poesía en micros abiertos, ayudarían a congelar en el tiempo la imagen de una poeta de enormes e inquisitivos ojos verdes. Su video recitando Como aman los pobres en YouTube tiene más de 300,000 visualizaciones hasta la fecha.
El contexto andaluzNacida y criada en Adamuz, un pueblo que se le quedó chico hasta el final de su vida, donde había vuelto a mirar a la raíz, la cordobesa Ana Isabel Llorente representaba a una generación llena de talento y marcada por la migración forzosa. “Ella representa muy bien a la cultura popular andaluza”, explica Juanma Sayalonga, amigo de la artista y director del documental sobre su figura, Eterna (2023), que puede verse en la plataforma Filmin. “Vivió un momento en el que los artistas y creadores en Andalucía tenían una precariedad cultural enorme y que hoy seguimos arrastrando”, continúa para añadir que era algo que hablaba mucho con ella. “Era una generación también marcada por la falta de inversión en educación y empleo”, afirma.
Sayalonga la conoció cuando ambos eran adolescentes a través del chat de Terra. “Nos hicimos muy amigos y aunque a ratos perdimos el contacto cuando fuimos adultos, siempre tuve claro que estaba delante de un genio”, afirma. Para él, y para todos los entrevistados, fue vanguardia, una adelantada a su tiempo, una mujer y una artista que rompió estereotipos.
Pintadas de homenaje a Gata Cattana“Hacer el documental ha supuesto un viaje muy emocional, nos ha reunido a muchos que la conocimos y hemos visto crecer su figura a medida que rodábamos”, explica. “Anas hay muchas, tantas como personas la conocimos, pero Gata Cattana solo hay una”, añade Villar al recordar la figura de quien fue su pareja.
El documental, que transita la vida de Ana Isabel Llorente antes de convertirse a Gata Cattana, lleva al espectador al mundo del flamenco, a los intereses de una joven que empezó como cantaora y acabó como rapera conocida por todo el territorio nacional. “Hay algo que ella y yo hablamos en un momento en el que, quizá, andaba yo algo pedo”, dice el graffitero e ilustrador, Don Iwana, desde la pantalla, “Le dije, Ana, tía, la gente como nosotros hemos vencido ya la muerte. Si nos pasa cualquier cosa, ya hemos hecho historia. Ahora, lo que podemos hacer es mejorar la huella. La huella la tenemos, pero la gente no se ha dado cuenta todavía”, continúa para concluir con que ahora no sólo está seguro de esas palabras, si no que tiene pruebas. Con sus ojos grandes y el verbo afilado como una Cecilia milenial, la trayectoria de Gata Cattana se interrumpió muy pronto, pero su legado no ha dejado de crecer.