En ese plan, el tío se ha marcado un libro de relatos que se titula La carretera muerta, un volumen testimonial donde los personajes surgen como de una viñeta. Casi ná. El libro de marras tiene sus años, pero es que ahora lo reedita Papelillo Editorial con prólogo del Paco Gómez Escribano, otro que tal baila. A ver si con estas cosas, el Gabi corre con toda la suerte que merece en este país donde se promociona a moñas que fingen como prostitutas, dicho por lo fino, un país de macaneo cultural donde nos camelan con mortadela como si fuera jamón de bellota. Ojana. Porque el Gabi es un autor de pata negra, de los que escriben con un cuchillo entre los dientes; un amador de este oficio de putas, ahora por lo grueso, sobre todo por estar a la altura.
Me he leído sus relatos de una sentada, historias de la calle, de cuchara quemada y vinagre de manzana; buco, pota y el brazo como un colador de tanto viaje. Para los adictos a la buena literatura, la que cuenta y la que nace de los adentros, el Gabi es un maestro; uno de esos tipos que uno lee y que enganchan; un cruce bastardo del Céline más guarro con la línea chunga de las viñetas de El Víbora, cuya colección el Gabi la atesoraba en su queli como merecen estas cosas. Hasta que un buen día, o un mal día, según se mire, en un arranque de generosidad, el Gabi va y se la pasa a un colega que se está desintoxicando. Para que se entretenga durante el mono y no se rasque tanto la cabeza. Y va el colega y se la pule, sí, la colección de El Víbora del Gabi. Así lo cuenta en el primero de los relatos.
Luego hay otro relato donde narra lo que pasó una vez que se fue de acampada con los colegas, una historia con la que todavía me estoy partiendo la caja y donde se aprecia ese humor de trazo grueso que se gasta el tío, con esa mala leche de la que hace gala cuando toca contar cómo se cuelan en un cementerio a estudiar lápidas.
En fin, sólo queda decir que a ver si Rocío, la gachí que lleva lo de Papelillo Editorial, se tira el pingüi y se enrolla y saca más cosicas molonas de este tío que, junto a David González y a Vicente Muñoz Álvarez, forma parte de la Santísima Trinidad del realismo sucio de nuestras letras. A ver si.