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Ángel Alonso, el creador contracultural que revolucionó la televisión con 'Planeta Imaginario' y el teatro con 'Historias de la puta mili'

Y más tarde acabó enlazando grandes éxitos comerciales en las tablas como la adaptación de Historias de la puta mili, el cómic de Ivà, que consiguió medio millón de espectadores en cinco años de gira continuada, o su adaptación de La extraña pareja.

Ha sido el director y adaptador de obras nada sencillas –El extranjero, Madame Bobary o Muerte accidental de un anarquista–, aunque muchos le conocerán por ser el realizador de uno de los programas televisivos más icónicos de los 80 (a la altura de clásicos como La bola de cristal). Emblemas para algunas generaciones, como Terra d'escudella o Planeta imaginari –que tras su estreno en catalán fue adaptado al castellano para todo el país como Planeta Imaginario–. Ahora, con más de 80 años y poco que demostrar, nos recibe en su casa del centro de Barcelona, ciudad donde ha vivido toda su vida.

Alto, con ojos oscuros y una cara angulosa, de una potencia impresionante que recuerda al autorretrato que Van Gogh hiciera de sí mismo en 1889, vive a sus 83 años en un piso aledaño a la plaza de Catalunya, rodeado de sus cuadros: desde un Úrculo a obra pictórica de Fernando Arrabal –uno de sus grandes amigos–, o dibujos y acuarelas de Nazario –otro gran compañero de vivencias–, hasta distintos pintores catalanes menos conocidos. También conserva numerosas fotografías de su vida, sobre todo de estrenos teatrales, de sus amigos, de su hijo e incluso de Albert Camus, a quien define como su referencia ética.

Se sigue calificando como un verso suelto, sin atarse a nadie. “En Francia, en los sesenta y setenta, era el partido comunista quien otorgaba los carnets de artista bueno, pero solo si eras del partido o cercano a él”, dice Alonso para reivindicar que él nunca fue cercano a ninguna organización política a pesar de militar la mayor parte de su vida en la contracultura. “Gente como Sartre en París, y Haro Tecglen, desde Triunfo, aquí eran los que dictaban qué era aceptable en la cultura”, añade.

Asegura que él, como muchos otros, nunca fue reconocido por la cultura oficial por esa falta de apego al poder político, y agrega, además, otra causa: “Mis grandes triunfos comerciales y de espectadores han sido comedias, Historias de la puta mili y La extraña pareja, y las comedias en este país de raíces judeocristianas no se aceptan como cultura; aquí hacer reír la gente no es cultura, la cultura debe ser sufrimiento”.

En 1972 se hacen usted y Rafael Gil con la gestión de la sala La Villarroel, ¿tenían experiencia teatral entonces?

Yo tenía experiencia en el teatro aficionado, había actuado en diferentes compañías de teatro dominical, que entonces en Catalunya era algo muy usual. Hay que pensar que aquí, a diferencia del resto de España, ya desde antes de la guerra había varias salas de teatro en cada pueblo: la del casino burgués, la del casal popular obrero y la del ateneo libertario. Esta densidad teatral no tenía parangón solo en España, sino también en el resto del mundo, así que existían muchísimas compañías de teatro. Mientras, el resto del país era un erial en este sentido. De hecho, cultura alternativa en el franquismo solo se hizo en Catalunya y en Andalucía, gracias a la influencia de la base de Morón.

Angel Alonso durante la entrevista con elDiario.es Angel Alonso durante la entrevista con elDiario.es

Una de las salas en las que solíamos programar teatro aficionado era La Villarroel, que era la sala teatral de la parroquia de Sant Josep Oriol y estaba gestionada por mosén Llopart, aunque durante la guerra había sido la sala de la CNT. Teníamos cercanía y un día nos propuso llevar la programación de la sala, con total libertad. Ahí empezó todo: nos hacíamos llamar como compañía el Galliner y empezamos a programar todo tipo de teatro alternativo y contracultural. Me viene ahora a la memoria el estreno de Quejío, la obra de Salvador Távora que mostró la cara real de una Andalucía castigada por las injusticias sociales.

Se estrenaron en La Villarroel la mayor parte de compañías de teatro catalán de la época...

¡Todos empezaron en La Villarroel! Els comediants, Els Joglars, Dagoll Dagom... La Villarroel fue en los setenta el motor del teatro no solo catalán, sino también español; éramos la puerta al público para compañías de Madrid y otras ciudades que no podían estrenar por el franquismo asfixiante que se respiraba en ellas. Pero claro, aquello daba pocos espectadores y poco dinero, así que nos financiábamos como podíamos. Como compartíamos el patio con la iglesia de la parroquia, cuando mosén Llopart hacía algún bautizo nosotros preparábamos un catering por 75 pelas [pesetas] para los invitados. Servíamos bocadillo y cerveza y con eso pagábamos la sala [risas].

Cultura alternativa en el franquismo solo se hizo en Catalunya y en Andalucía, gracias a la influencia de la base de Morón

También estrenamos a Fernando Arrabal, que es de largo del dramaturgo español más representado de la historia y además un gran amigo con el que he compartido muchos momentos, buenos y no tan buenos. Es una pena que en España se le recuerde solo por ir borracho a un programa de televisión, pero así somos aquí. Es lo que te comentaba antes de quién reparte los carnets, y como Fernando nunca se ha adscrito a ninguna ideología, está en el olvido para la cultura oficial.

¿Qué pasó con toda esa efervescencia teatral catalana?

Se profesionalizó; se perdieron compañías, pero se ganaron actores. Hoy hay actrices y actores catalanes en todas las series y todas las películas que se ruedan con capital de Madrid, en proporción más que de cualquier otro sitio, y eso se debe a esta gran tradición. Ahora, si me preguntas por el teatro más experimental, aquí es verdad que no queda nada apenas, ya no interesa, no queda tiempo para la reflexión. Ahora mismo he terminado un monólogo que es una adaptación de El extranjero de Camus y me está costando Dios y ayuda poder llevarlo a un escenario.

Pues suena raro, porque usted ha ganado mucho dinero en el teatro...

Y también me he arruinado, por ejemplo con Madame Bovary.

Pero Historias de la puta mili logró estar cinco años en cartel.

Sí, y conseguir alrededor de medio millón de espectadores en esos cinco años, desde 1990, primero de La Villarroel y luego de gira por todo el país. Fue una historia en la que nadie creía y para poder producirla hipotequé el piso, pero fue un gran éxito. A mí siempre me ha gustado el cómic, pero no el de El Víbora, a pesar de ser amigo de Nazario e Ivà; me iba más el rollo Robert Crumb.

Pero es que Ivà era un genio de la concreción de las tensiones ambientales y sociales, sabía como nadie transformarlas en humor, y el tema de la mili en los noventa estaba muy candente, con un creciente número de objetores e insumisos. Ivà sabía resumir en una viñeta la bestialidad y el absurdo que suponía el servicio militar obligatorio y hacía que te murieras de risa, lo exorcizaba.

Claro, los de la cultura oficial te dirán que eso no es cultura porque era cómic, pero Ivà es de los artistas más brillantes que he conocido. Así que me lancé con él a adaptar la obra y aquello fue la hostia; de repente nos llegaban miles de cartas de antiguos reclutas con anécdotas de sus milis que nos servían para tener un fondo bestial para ir renovando la obra. Aquello iba viento en popa hasta que tuvimos el accidente en La Rioja; él se mató y a mí me dejó machacado, dos años tardé en recuperarme. La gira siguió, pero ya no fue lo mismo.

Es una pena que en España se recuerde a Fernando Arrabal solo por ir borracho a un programa de televisión, pero así somos aquí

Su otro, y mayor, gran éxito fue La extraña pareja.

Con el accidente quedé bastante fuera de juego, así que me centré en el trabajo de adaptación. Yo había dirigido años antes a Paco Morán en La muerte accidental de un anarquista, un proyecto arriesgado porque Paco venía de la comedia ligera, pero cuajó. Así que cuando me propuse adaptar el texto de Neil Simon, que en Estados Unidos habían llevado al cine Walter Matthau y Jack Lemmon como protagonistas, pensé en Paco y en Joan Pera, que en Catalunya eran muy conocidos por sus dotes cómicas.

La obra la habían intentado llevar antes al cine Pajares y Esteso sin éxito, y también otras tentativas teatrales habían fracasado. Me di cuenta de que precisaba de una severa adaptación al ambiente español del momento; a los protagonistas, en lugar de reporteros de The New York Times los hice de El Mundo Deportivo y, en lugar del amigo policía, que aquí suena muy inusual, coloqué a un segurata simplón. Con estos cambios y otros por el estilo, la obra fue como un tiro durante muchos años, hasta tuvimos que quitar gags porque la gente se reía tanto que perdía el hilo de la historia. Con decirte que la última representación la hicimos en el Palau Sant Jordi y vinieron autobuses de Bilbao para verla...

No hemos hablado de su faceta como realizador televisivo.

Empiezo en los estudios de televisión española en Catalunya a principios de los setenta. Entonces no estaban todavía los estudios de Sant Cugat. Hice diversas actividades hasta que me coloqué de realizador, bajo el mando de Sergi Schaaff. Nos encargábamos de pasar noticias de Catalunya a Madrid para sus noticiarios y también de realizar algunos programas que desde la capital no querían hacer. Como a nadie le importaba demasiado lo que hacíamos en la periferia, y eran programas para horas de bajas audiencias, yo lo hacía todo a mi manera, con un ánimo muy contracultural.

Hicimos 'Planeta imaginario' en catalán con un presupuesto de 500 pesetas, pero cuando Madrid quiso extenderlo al castellano y para todo el país, me lo subieron 20 veces

A Sergi no le gustaba demasiado el enfoque que yo le daba a los programas, él quería cosas más profesionalizadas, así que me daba los encargos menos apetitosos. En estas me cayó el proyecto de un programa infantil de unos 20 minutos con un presupuesto de 500 pesetas por programa, ya en el año 81, creo recordar. Yo partía de la idea que un programa infantil para niños no quiere decir para idiotas, que los niños son personas y tienen curiosidad, intereses. Así que con ese presupuesto, mucha creatividad y tirando de los carpinteros de los estudios, montamos los primeros episodios de Planeta imaginari para Catalunya.

Teníamos el precedente de Terra d'escudella, otro programa infantil mítico en el que participaban Els Joglars, Els Comediantes, etc., pero queríamos ir un poco más allá. Trajimos a Alaska para que hiciera malabarismos, pusimos una apertura de programa con el Arabesque n.º 1 de Debussy en la versión de Isao Tomita, un compositor japonés que mezclaba clásica con sintetizadores; además, dedicamos los programas a Magritte, a Picasso, a Miró, Julio Verne, Lewis Carroll... Aquello enganchó a los niños de cierta edad, menores de diez o doce años, fue un éxito en Catalunya.

¿En Madrid se enteraron?

En Madrid se enteraron, así que me mandaron a un certamen de programas infantiles de la UER en Suiza. El programa no tenía el nivel, sinceramente, en Europa se hacían cosas con mucho dinero y muy potentes; nosotros, como era en catalán, 500 pesetas. Pero tuvimos suerte de conocer al jefe de la UER, que era un tipo peculiar, millonario y comunista, con un búnker nuclear lleno de botellas de vino. Nos llevó al búnker e hicimos amistad, así que nos programó un pase del programa fuera de certamen y triunfó, le dieron una suerte de premio especial por su originalidad.

La mili solo la podría querer instaurar un gobierno de derechas con mayoría absoluta, en el resto de situaciones sería un suicidio electoral

Cuando se enteraron en Madrid, inmediatamente multiplicaron el presupuesto por 20, hasta las 10.000 pesetas por programa, y nos pidieron hacerlo a la par en catalán y castellano. Nos pusimos y resultó un éxito también a nivel estatal, marcó a toda una generación de niños que ahora deben tener unos cincuenta años.

Y entonces usted lo dejó, ¿por qué?

Por diversas razones; en primer lugar, aquello ya exigía mucha estandarización, había dejado de ser contracultural y a mí ya no me interesaba, quise hacer otras cosas. Además, yo seguía con mis producciones teatrales en la Villarroel. De todas formas seguí en televisión unos cuantos años más, hasta que Ivà y yo tuvimos el accidente.

Volviendo al asunto de 'Historias de la puta mili' y el contexto antimilitarista en el que se representó la obra: ahora se habla de recuperar la mili, ¿lo cree sensato?

Eso es cosa de los periodistas, pura especulación, porque ya me contarás qué partido político se arriesga a ir a las elecciones con una propuesta tan impopular, sería un suicidio demoscópico. Ningún chaval va a querer perder un año de su vida en un cuartel rodeado de militares. Eso solo lo podría reinstaurar un gobierno de derechas con mayoría absoluta. Fíjate que, de hecho, fue Aznar en 2001 quien quitó la mili: de derechas y con mayoría absoluta.

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