Es extraña la tienda de merchandising que no tenga su particular figura con La gran ola de Kanagawa estampada, ya sea una taza o un póster. Pero ¿en qué contexto surgió esta obra tan icónica? Formó parte de una serie que renovaría la temática de estampas japonesas (llamadas ukiyo-e) grabadas sobre madera: Treinta y seis vistas sobre el monte Fuji.

Hokusai sustituyó las ilustraciones de actores de teatros y mujeres hermosas (geishas) por el paisaje, el cual se convirtió en el principal protagonista. "Trabajaba para editores que pretendían que las estampas se vendieran muy bien entre las clases medias. Por eso, llamó la atención sobre aquellos lugares más pintorescos de los que la gente quería lo que llamaríamos ‘escenas de postal", explica a eldiario.es David Almazán, profesor de historia del arte en la Universidad de Zaragoza y encargado de una reedición de las Treinta y seis vistas sobre el monte Fuji recientemente publicada por Sans Soleil Ediciones.

Como el propio nombre de la serie indica, el artista utilizó como común denominador uno de los paisajes más comunes de la época: el monte Fuji. Estaba a medio camino de las dos ciudades más importantes de entonces, Edo (actual Tokio) y Kioto. Y, precisamente por no tener montañas a su alrededor, el gran macizo de 3.776 metros de altura podía ser contemplado desde muchos lugares de las dos provincias.

"La estampa japonesa se adelantó a cómo consumimos la cultura actual: no estaba destinada a las grandes élites, sino que era un arte comercial como lo es hoy el cine de Hollywood, sin que esto tenga nada de negativo", señala el docente sobre el sentido comercial de esta serie.

Pero las ilustraciones de Hokusai no fueron simplemente paisajísticas: también sirven como enciclopedia visual de la sociedad japonesa. "Para Hokusai el paisaje no es un tema ajeno a la vida de las personas. El elemento humano forma parte de este y son muy raras las estampas donde solamente aparece la montaña. Casi la mitad están hechas desde centros urbanos y el artista aprovecha para mostrarnos un abanico social muy amplio: ancianos, mujeres, niños, campesinos… etc.", aprecia Almazán.

Treinta y seis vistas sobre el monte Fuji no es una obra temprana. El artista realizó las 46 xilografías (el número fue ampliado debido al éxito) entre 1831 y 1833, con más de 70 años. "Ya era toda una personalidad. Aun así, trabajó muchísimo hasta el final de su vida porque el sistema social de la época estaba muy jerarquizado y ellos se encontraban en la parte baja de la sociedad", asegura el especialista en arte. La cúspide de la estructura de clases estaba dominada por los samuráis, seguidos de los campesinos, los artesanos y, en último lugar, los comerciantes.

El pintor del pueblo

"Hokusai tenía un estatus muy diferente al de cualquier otro pintor que relacionemos con las clases altas. Era más bien como un Francisco Ibáñez: alguien de gran talento e imprescindible para la cultura española, pero que nadie pondría al lado de Goya o Velázquez", pone como ejemplo el profesor.

No ganaba demasiado dinero, pero las ventas de sus ukiyo-e reflejaban justo lo contrario. Después de las 36 vistas del monte, que entre otras cosas gozaron de gran éxito gracias al tratamiento del color, el pintor retornó al blanco y negro para hacer otra serie: las Cien vistas sobre el monte Fuji. ¿El motivo? Pasar a un formato más asequible para llegar todavía a un mayor público. "Ya no buscó tanto el efecto del color. Se fijó en el dibujo o las formas, dando lugar a otra obra maestra y uno de los mejores libros jamás editados", apunta Almazán. Estuvo dividido en tres volúmenes, y en ellos trabajó prácticamente hasta el final de su vida.

La rutina del artista consistía en levantarse temprano y acostarse tarde, tratando así de hacer suficientes dibujos para poder llegar a final de mes. "El viejo loco por la pintura", como él mismo se definía en el prefacio de esta serie, era un obseso de su trabajo que falleció a los 89 años pensando que todavía se encontraba lejos de alcanzar la perfección. "A los noventa años penetraré en el misterio de las cosas; a los cien ya habré alcanzado sin duda una fase maravillosa y, cuando cumpla los ciento diez, todo lo que haga – ya sea línea o punto – estará vivo", continuaba diciendo en el texto.

A pesar de tratarse de un artista "menor", puede decirse que Europa vio por primera vez qué era el arte japonés gracias a Hokusai. "En la segunda mitad del siglo XIX Japón se abrió comercialmente al mundo y estas estampas empezaron a llegar justo en la época del arte impresionista, cuando se buscaba el color. Por eso muchos artistas, como Monet o Van Gogh, coleccionaban ukiyo-e", observa el docente. Se produjo entonces una anomalía: Occidente no conoció el arte japonés a través de los cuadros que eran considerados importantes y estaban dentro de los palacios, sino por las estampas.

De todas ellas quizá la más famosa sea la ya mencionada Gran ola de Kanagawa. ¿Por qué esa y no cualquier otra ilustración de la serie? "No hay duda de que es el gran icono y la obra más famosa del autor. Tiene una fuerza enorme. Pensemos que está pintada antes de que existiera la fotografía, y casi parece que Hokusai utilizó una cámara para congelar la espuma del mar en movimiento", dice Almazán todavía sorprendido por el nivel de detalle del dibujo. Fue precisamente esta fuerza visual la que provocó que inmediatamente tuviera múltiples adaptaciones en prácticamente casi cualquier formato.

El japonismo, término para describir la fascinación de los occidentales por las artes niponas, llegó durante la época impresionista para quedarse. Y la sombra de su legado es alargada, porque, como apunta el profesor universitario, "el éxito del manga, del anime, del Studio Ghibli... Todos esos son nietos de Hokusai".