El testamento que ha firmado Almodóvar con su última película está haciendo historia y no solo por su impresionante temporada de premios, sino porque ha reivindicado al primer buque insignia actoral español que atracó en puertos norteamericanos (aunque luego zozobrase con ciertas decisiones).

Los medios estadounidenses han destacado su presencia en los premios como “actor de color” entre la escasa diversidad de este año, una confusión producto de su eterna imagen de latin lover dentro del país.

Banderas compite a sus 59 años contra pesos pesados de la industria de Hollywood con menos experiencia que él (excepto Pryce) pero trayectorias algo alejadas de la suya. Sin embargo, antes de aquel viaje arriesgado, exitoso (sin que fama implique necesariamente excelencia) y en ocasiones absurdo que emprendió hace 30 años, Antoñito aterrizó a los dieciocho en Madrid desde su Málaga natal y se convirtió en el niño mimado del cineasta menos ortodoxo de la capital.

En 1982 se metió en la piel de un terrorista islámico homosexual en su primera película junto al manchego, Laberinto de pasiones. A finales de los ochenta, tras encadenar otras cuatro en siete años -Matador, La ley del deseo, Mujeres al borde de un ataque de nervios y Átame- estuvo listo para inaugurar el título en masculino de "chico Almodóvar". En aquella época estuvo dos veces nominado al Goya y, cuando la etiqueta le comenzó a pesar, cogió el primer avión que le alejó de la vaca sagrada del cine patrio y se emancipó profesionalmente.

A pesar de que no hablaba inglés ni era de origen latinoamericano, Hollywood encontró en él el molde perfecto para ahormar su latin lover. Como curiosidad, esta fama se la procuró la reina del pop en el documental In the Bed with Madonna (1991), donde la cantante le seducía en una fiesta organizada por Pedro Almodóvar durante su gira en Madrid. Y mientras se aprendía las líneas de diálogo por memoria auditiva y trucos fonéticos, Banderas se fue haciendo un hueco en las alfombras rojas del continente vecino.

Jonathan Demme le dio con Philadelphia (1993) la oportunidad de lucir talento además de belleza. Quizá fuese un poco escandalosa para la puritana sociedad estadounidense, pero él venía de trabajar con el director de la Movida madrileña y no temió el estigma que le pudiese reportar su papel de novio de Tom Hanks. Hizo bien. Más tarde colaboró con Brad Pitt y Tom Cruise en Entrevista con el vampiro, encarnando a un chupasangres francés, y con Jeremy Irons y Meryl Streep en la adaptación de La casa de los espíritus.

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El destino quiso que, cinco años después del flechazo unidireccional de Madonna, ambos coincidieran en Evita (1996), nominada a los Oscar y que le abrió las puertas de Broadway. Su reciente relación con Melanie Griffith le procuró portadas en las revistas de moda y sobre todo despertó el cariño entre la prensa internacional por su desparpajo y simpatía. Esto le sirvió también para no perder vínculo con el mercado español, que nunca le hizo pagar sus escarceos con Hollywood como sí ha hecho con otros tránsfugas de la bohemia.

Ya fuese de la mano de Fernando Trueba o de Carlos Saura, Banderas no perdía una oportunidad de hacer las maletas para regresar a su país. Sin embargo, tardaría mucho más en atreverse a volver bajo el ala de Almodóvar. Fue en 2010, con La piel que habito, en cuyo rodaje el manchego le bajó los humos de un plumazo y le hizo sentirse como el pupilo que no había dejado de ser en 22 años. "¿Eso qué es? No, Antoñito, no, no, no. Golpe, golpe, pam, pam, pam", recordaba en la promoción de Dolor y gloria.

El actor reaccionó con la humildad necesaria para bajar las orejas y reaprender, algo insólito entre los que han besado su estrella en el paseo de la fama de Los Ángeles. Gracias a aquello, posiblemente, le diese la oportunidad de interpretarle a él mismo en su última cinta. "En la cabeza tenía alguna otra alternativa por salud mental. Pero el más legítimo era Antonio porque ha vivido a mi lado muchas de las cosas que están en la película. Hemos salido cada noche juntos en los ochenta. Él sabe muy bien de lo que estoy hablando", confesó Almodóvar.

La metáfora del boomerang nunca había tenido tanto sentido como en este caso, en el que un actor huye del director español que le empujó (y asfixió) para labrarse una carrera en otra industria y esa industria le termina alzando gracias a su primer mentor. Aún más: gracias a fundirse con la piel, los achaques, miedos y decepciones de un hombre que añora una versión de sí mismo que ya no volverá. Si la vida de Banderas fuese una película de Almodóvar, sin duda este sería su epílogo.

Los fiascos de Banderas en Hollywood

Aunque su interpretación en Dolor y Gloria ha sido aplaudida de forma unánime, no puede decirse que todas las décadas hayan sido igualmente gloriosas para Banderas. Los 90, en concreto, fueron una etapa dispar y definida por lo contrario: por plantar las semillas que luego le convertirían en el latin lover del público norteamericano (título que él desprecia).

Así lo demuestra en Nunca hables con extraños (1995) de Peter Hall, un director británico de cine y teatro que un año antes se había encargado de llevar a televisión una serie sobre la historia bíblica de Jacob. Los precedentes quizá no eran los más adecuados, pero eso no evitó que Banderas aceptara un papel donde, según se cuenta en la propia sinopsis, interpretaba a "un misterioso e irresistible hispano" llamado Tony Ramírez.

Tras un breve intento como héroe de acción junto a Sylvester Stallone en Asesinos, Banderas dio con Desperado (1995) el que probablemente fuera su mayor paso hacia catalogación como actor sex symbol hispano, independientemente de su origen español. "El Mariachi es ahora interpretado por un Antonio Banderas más guapo que nunca”, le describían en la crítica de Variety. Lo importante, más que su trabajo como actor, empezaba a ser su presencia en pantalla.

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Eso fue precisamente lo que le sirvió para encarnar uno de sus papeles más reconocidos: La máscara del Zorro (1998). El malagueño se convirtió entonces en un actor a medio camino entre figura de acción y seductor nato, como demuestran sus cintas posteriores. Bien podía interpretar a un árabe expatriado por cortejar a una mujer en El guerrero nº 13 (1999), que hacer de enamorado engañado por Angelina Jolie en Pecado original (2001).

Tras la nueva colaboración con Robert Rodríguez, cumplidos los 42 años, Banderas fue apartando los proyectos en los que volvía a interpretar el rol de seductor latino. Una carrera cuyo epílogo, probablemente, fuese Femme fatale, de Brian De Palma -en la que el seducido, precisamente, era él-.

A partir de entonces, Hollywood le ofreció cada vez con más frecuencia el de héroe de acción más experimentado, pero también envejecido y maltrecho. Un papel en el que han hecho fortuna Bruce Willis o Liam Neeson, sin ir más lejos.

En Enemigos: Ecks contra Sever, el actor malagueño interpretaba a un ex-agente del FBI que se las tenía que ver con la más hábil y joven Lucy Liu. En Presentando a Pancho Villa fue el revolucionario mexicano que convencía a cineastas para que rodasen una película sobre él y financiar así su ejército. En 2009, La partícula de Dios le ofrecería el personaje de Ned Cruz, un detective privado que trabajaba a sueldo de un boxeador ruso y, tras aquello, en Gun Shy se metió en la piel de Turk Henry, una desmejorada estrella del rock secuestrada.

Les siguieron una decena más, pero ninguna de ellas gozando del favor de la crítica ni del público -suspendidas en agregadores como Film Affinity o Rotten Tomatoes-, ni protagonizando taquillas boyantes.

Sin embargo, el malagueño no se avergüenza de ninguna de sus decisiones, pues han formado parte de un "juego" (como le gusta definirlo) que culmina con una nominación al Oscar entre algunos de los mejores actores -blancos- de su generación y que se resolverá el próximo 9 de febrero.

Con información de José Antonio Luna y Francesc Miró.