Cuevas es cantante y compositor, pero también un provocador con coartada queer que aprovecha el humor para hacer llegar un mensaje que, en el fondo, tiene mucho de serio: la reivindicación de la cultura local. Nos descuelga el teléfono en su pueblo, pero unos problemas iniciales de cobertura impiden la conversación. 30 minutos después, ya en mejores condiciones, comienza la entrevista.
Se define como un "agitador folclórico" en clave humorística. ¿Qué es eso exactamente?
En realidad, es una etiqueta inventada que me puse. Como todo el rato tenía que definirme, busqué algo que englobase la parte activista y artística. Cuando estudiaba en Barcelona empecé a hacer cabarets y me di cuenta de que también me gustaba mucho la parte escénica de la música. El humor me parece una herramienta muy potente para poder llegar a la gente sin darle el tostón, porque a veces quieres hablar de cosas que al resto no le importan tanto como a ti.
Ha trabajado con el que probablemente sea el productor español del momento. ¿Cómo ha sido colaborar con Raül Refree?
Es el mejor. Fue como una carta a los Reyes Magos que escribí. Y debí portarme muy bien el año pasado, porque me trajeron todo lo que pedía. De primeras quizá no era el que más me encajaba, pero quería profundizar más en la parte folclórica y abandonar un poco lo "petardo" para que el disco tuviera entidad en sí misma más allá del espectáculo. Entonces, invité a Raúl a un concierto y le gustó mucho justo esa parte que yo quería: la del folclore.
¿Manual de cortejo es El Mal Querer asturiano?
Para mí es más una referencia Mercedes Peón que a El Mal Querer, aunque evidentemente fue uno de los grandes discos del año pasado. Y bueno, cuando algo se vuelve muy mainstream evidentemente todo se compara con eso. Pero yo, aunque no sea mucho mayor, tengo otra edad y no veo las cosas de una forma tan milenial o efímera.
Me gusta más bien demostrar todo lo contrario: de la eternidad de las cosas. No somos personas aislada en la historia, sino que tenemos un pasado y un legado. Y todo eso hay que cuidarlo y valorarlo. No hay que explotar las cosas, algo que tenían en muy cuenta nuestros antepasados. A ellos no se les ocurría cortar un castaño de 300 años, porque sabían el legado que dejaba.
Mezclar tradición y sonidos contemporáneos es algo que a veces no ha sentado bien a los puristas, especialmente del flamenco. ¿Por qué cree que con Manual de cortejo y el folclore asturiano electrónico no se ha generado el mismo revuelo?
Igual en el flamenco es de otra forma, pero en el folclore la mayoría de la gente que es purista no es integrista. Para mí es una palabra que tiene unas connotaciones peyorativas, porque ser purista no significa ser excluyente de otras cosas, sino que existe gente que hace música tradicional y punto.
En España existen algunas lenguas minoritarias en peligro de extinción, como el aragonés o la fala extremeña. ¿Teme que el asturiano que emplea en el disco siga los mismos pasos?
Yo añadiría bastantes más. El asturiano y el gallego están en peligro de desaparición total, incluso el Consejo Europeo está alertando de ello. Yo lo veo: he vivido ocho años en Galicia y conozco gente mayor que habla gallego en casa, pero sus nietos responden en castellano.
El castellano sigue con el estatus de ser la lengua que está bien, la que mola y te puede abrir puertas a ciertas cosas. En cambio, hay otras que no sirven para nada y que no te abren ninguna puerta.
¿Entonces por qué hablar otras lenguas es visto por algunos como una amenaza a la cultura española?
Porque tienen la cabeza cuadrada en vez de redonda. No son capaces de ver que la variedad enriquece. No sé, la verdad es que no lo entiendo. Ya es que paso y no me quiero ni explicar. Es la resignación. No me interesa ni darle publicidad a eso ni hablar de ello, porque parece que se le acaba dando voz todo el rato a ese discurso que realmente es minoritario.
Es lo mismo que ocurrió cuando de repente se pusieron a plantear lo de la tenencia de armas en casa. Se le dio un altavoz a un discurso que nunca existió en España. Los derechos humanos y el respeto a las culturas y las lenguas son cosas evidentes, trasversales, que debemos tener en todos los aspectos de la vida y estamentos políticos. Pero ahora de repente se pone en duda.
Los medios, incluso los que critican estas posturas, ¿se convierten en altavoz de ellas?
Creo que deberíamos volver a hablar otra vez en positivo y no de qué te parece esta cosa tan morbosa que dijo el otro día el gilipollas de turno. Todo el mundo habla de qué te parece lo que dijo Abascal. ¿Y quién es ese hombre? Pues una persona que no debería estar presidiendo un partido político.
Hablando de política, recuperar la España vacía es una de las medidas que el programa de Unidas Podemos. ¿Tiene esperanza con el nuevo gobierno?
Tengo esperanza, como muchísimos españoles. Sobre todo, porque la alternativa nos produce mucha desesperanza. Y respecto a la España vaciada... Es un tema muy difícil y de larga duración. No creo que por poner a ADSL la gente vaya a vivir al pueblo de un año para otro. Igual que tampoco creo que por poner autopistas se pare la despoblación. Lo que hay que hacer para que los jóvenes no se vayan es que sucedan cosas en el campo.
¿Se puede ser más moderno viviendo en el campo que en Malasaña?
Pues claro que sí. En Malasaña están todos por el mismo patrón, no sé qué modernidad hay ahí. La modernidad para mí es un poco lo genuino, lo experimental, lo audaz... Pero Malasaña me parece el sitio más aburrido del planeta Tierra. Todos los bares son iguales, todas las tiendas de ropa de segunda mano tienen las mismas prendas… Madre mía, es como un parque temático de la modernidad.
Todo el mundo me dice que se cambiará al campo cuando sea mayor. Pero cómo vas a ir al campo ya no puedas hacer nada y no tengas ni el médico cerca. El sitio de los mayores es la ciudad, eso está clarísimo. La gente joven tiene que vivir en el campo, que es donde tienes libertad para organizar tus saraos o pagar un alquiler barato en un espacio grande.
Y en el caso de la cultura LGTBQ, ¿es más complicado visibilizarla en el mundo rural?
Puede ser más difícil, porque ya de por sí el mundo rural está invisibilizado a pesar de que cada vez se ve más el trabajo de festivales como el Agrocuir de Galicia. Creo que el rural es un espacio incluso más seguro que el urbano, porque, al contrario de lo que podamos pensar, de momento no se conocen palizas ni situaciones así.
Los habitantes de pueblos pequeños suelen conocerse entre ellos. ¿No dificulta la situación?
Ya, pero también te conocen y al final te cogen cariño. Aunque sean homófobos (risas).
Y, extrapolándolo a todo el país, ¿la identidad de género sigue generando recelo en España?
Bueno, claro que sí. Y ahora mismo ahí está el peligro de volver atrás, de que se niegue que hay diferencias de trato entre heterosexuales y homosexuales. Cuando una persona heterosexual me lo niega, yo siempre les pregunto: '¿Alguna vez cuando fuiste a besar a tu pareja tuviste que mirar a los lados y hacia atrás?'. Hoy en día ya no lo hago tanto, pero todavía sigue ese "clic" en tu mente, y dependiendo de en qué entorno o en qué situaciones lo haces.
¿Se ha agravado esa sensación en los últimos años?
De repente se encuentra amparada por las instituciones. Cuando Zapatero aprobó la ley del matrimonio igualitario, cambiaron muchísimo las cosas gracias a que las instituciones respaldan un discurso. Ahora puede estar pasando lo mismo a la inversa: con las instituciones respaldando un discurso homófobo y violento.