En 1649, uno de los maestros de la pintura universal emprendía un largo viaje a Italia. Diego Velázquez —que conocía bien el país del Renacimiento, en el que había ampliado su formación dos décadas atrás— regresaba con un propósito muy concreto. El rey Felipe IV le había encargado localizar obras interesantes y vaciados de piezas antiguas para ampliar la colección de la corte española. Pero el genio sevillano no afrontaba él solo aquella misión. Se llevaba consigo una "propiedad" muy preciada. Con ese término aparecía identificado en los documentos el también artista Juan de Pareja, esclavo del pintor durante más de dos décadas y, a juzgar por la historia del arte, uno de los personajes más determinantes en la carrera de Velázquez.