El Banco Central Europeo (BCE), responsable de la política monetaria de la eurozona, reconoció que cerca de un 40% de la inflación que sufrimos se debe a la contribución directa del encarecimiento de la energía, sobre todo de los carburantes y del gas. Pero la subida de los combustibles fósiles también contribuye a la inflación de forma indirecta pues puede generar efectos de segunda ronda, al contagiar este repuntne de precios al resto de bienes y servicios.
Isabel Schnabel, la representante alemana en el comité ejecutivo del BCE, sintetiza perfectamente esta idea al hablar de "fosilflación".
Además, las energías renovables no solo reducen nuestra dependencia de los combustibles fósiles sino que son inherentemente deflacionarias, pues no han dejado de bajar de precio desde su origen. Las células de las baterías de ion-litio que valían más de 500 dólares/kWh en 2013 han caído por debajo de 100 dólares/kWh; y los paneles solares que costaban 4,5 dólares/W en 2008, ahora, 15 años después, cuestan 0,15 dólares/W, 30 veces menos.
Aunque el BCE acierta en su diagnóstico, reconociendo el papel que juega nuestra dependencia de los combustibles fósiles en la elevada inflación, es probable que su tratamiento, aplicando ciegamente el dogma de la ortodoxia económica, no sea el más adecuado.
Para combatir la inflación, el BCE está recurriendo a subidas indiscriminadas de tipos de interés, como si estuviéramos experimentando una crisis de exceso de demanda agregada, y no el shock de oferta que realmente estamos sufriendo. Esto puede ser poco efectivo como afirmaba la propia Cristine Lagarde, presidenta del BCE, en la audiencia de la comisión de Asuntos Económicos y Monetarios del Parlamento Europeo: "Aumentar rápidamente los tipos de interés, ¿tendría eso un impacto en los precios de la energía de inmediato? [...] No lo creo".
Pero, además, estas subidas de tipos de interés pueden resultar profundamente contraproducentes para combatir la inflación en la eurozona a corto, medio y largo plazo. Esto se debe a una cuestión seguramente ignorada por los banqueros centrales: la estructura de costes de aquellas tecnologías verdes que contribuyen a prescindir de los combustibles fósiles.
Las energías renovables, el vehículo eléctrico, los sistemas de aislamiento térmico de edificios (SATE) y las bombas de calor son tecnologías verdes que tienen una estructura de costes similar. Requieren de una mayor inversión inicial, que se ve compensada a lo largo de su vida útil, a menudo con creces, con unos costes operativos muy reducidos.
Aunque conllevan un mayor desembolso inicial, acaban siendo más baratas si se consideran los importantes ahorros que acumulan con el tiempo. Por el contrario, sus alternativas contaminantes a menudo requieren un desembolso inicial menor pero tienen elevados costes operativos al tener que pagar los caros combustibles fósiles que queman.
Por ejemplo, una instalación fotovoltaica requiere de una cierta inversión inicial pero tiene unos costes operativos muy bajos, especialmente si se compara con centrales eléctricas que queman combustibles fósiles, y genera electricidad mucho más barata. Algo similar sucede con los vehículos eléctricos, el SATE y las bombas de calor, que también requieren inversión inicial más alta que sus alternativas contaminantes pero el ahorro que supone no quemar combustibles fósiles hace que a después de pocos años estas tecnologías resulten mucho más económicas. Y lo mismo ocurre con la transformación que deben realizar muchas industrias para dejar de consumir gas natural para generar calor, que también requiere una gran inversión de capital inicial, pero a largo plazo supone un importante ahorro.
Entonces, aunque estas tecnologías nos permiten prescindir de los inflacionarios combustibles fósiles y resultan más asequibles, requieren una mayor inversión inicial, lo que las hace más vulnerables a subidas de tipos de interés (que encarecen el endeudamiento necesario para acometer estas inversiones).
En consecuencia, el incremento de tipos de interés que viene realizando el BCE desde julio de 2022 no solo contribuyen a frenar la demanda, como pretenden, sino que además puede tener un efecto colateral indeseado al ahogar las nuevas inversiones en tecnologías verdes.
Esas que precisamente contribuirían a aliviar el impacto de los elevados precios de los combustibles fósiles. Por lo tanto, estas subidas de tipos de interés podrían estar contribuyendo negativamente al objetivo principal del BCE de lograr una inflación baja y estable a largo plazo, ya que, al castigar a las tecnologías que requieren mayor inversión inicial, favorecen a las tecnologías dependientes de combustibles fósiles que son más volátiles e inflacionarias. Estas subidas indiscriminadas de tipos de interés son, por tanto, una política monetaria fósil e inflacionaria.
Esto pone en evidencia que, como afirma Óscar Arce, director general de Economía del BCE, “la política monetaria es más un machete de pescadería que un bisturí”. Pero no tiene por qué ser así. Existe una serie de grupos de interés (entre los que destacan Positive Money Europe, Green Central Banking y Reclaim Finance), que abogan en favor de una política monetaria más matizada, que responda a las necesidades reales de los ciudadanos y que emplee el ‘bisturí’ y no el ‘machete’.
Una de sus propuestas más interesantes es emplear una de las herramientas que ya ha usado el BCE con anterioridad, las Operaciones de financiación a plazo más largo con objetivo específico (TLTRO, por sus siglas en inglés). Estos mecanismos canalizan liquidez con condiciones ventajosas a determinados sectores específicos que pueden ser de particular interés.
A veces estos ‘TLTROs’ se describen como ‘Tipos de Interés Duales’, pues se mantiene un tipo de interés general para el endeudamiento que se dedica a inversiones convencionales mientras que se crea un tipo de interés más bajo para aquel endeudamiento que persigue invertir en un objetivo específico.
Por ejemplo, durante la pandemia los TLTRO permitieron al BCE inyectar liquidez en la economía real: a negocios y familias. Pero ahora, unos TLTRO verdes podrían canalizar financiación hacia tecnologías verdes que, al reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles, contribuyen a mitigar la subida de precios.
Esta liquidez barata focalizada en tecnologías verdes permitiría estimular la inversión en independencia energética al mismo tiempo que se contiene el consumo de combustibles fósiles. De esta forma, una política monetaria verde nos permitiría protegernos de los ‘shocks’ de oferta de energía que nos imponen dictaduras extranjeras, y en consecuencia también de los efectos inflacionarios de segunda ronda que persisten incluso después de que se superen estos ‘shocks’.
La demanda adicional de tecnologías verdes, que resultaría de esta liquidez asequible, no se encontraría con cuellos de botella. Actualmente el riesgo quizás sea el contrario: una sobrecapacidad de producción de tecnologías verdes, como resultado de los distintos programas de reindustrialización verde.
China actualmente produce tantos paneles fotovoltaicos que Europa no puede seguirle el ritmo de instalación y el gigante asiático planea producir para 2030 más baterías que el total de la demanda mundial esperada. Por su parte, Estados Unidos también se dio cuenta de los muchos beneficios que tendría para su economía (y en particular para la reducción de su inflación) estimular la inversión en tecnologías verdes y aprobó en 2022 la ‘Inflation Reduction Act’ (IRA), con el objetivo de desarrollar una industria nacional verde.
Unos meses después, la Unión Europea respondió aprobando la ‘Net Zero Industry Act’ (NZIA), que todavía no se ha concretado en la misma medida que la IRA. Estas políticas de reindustrialización verde buscan generar capacidades de fabricación de tecnologías verdes pero solo tendrán sentido si la población y las empresas pueden acompañar esta reindustrialización ecológica invirtiendo en SATE, placas solares, bombas de calor, vehículos eléctrico, etc.
Sin una política monetaria verde, el Banco Central Europeo estará incumpliendo su mandato, detallado en el artículo 127 de Tratado de Funcionamiento de la Unión Europeo: “Mantener la estabilidad de precios”.
Por lo tanto, una políticamonetaria verde no solo es posible (a través de mecanismos empleados anteriormente como los TLTROs), sino que es necesaria para lograr estabilidad de precios.
Es, seguramente, la única forma de prevenir picos de inflación causados por elevados precios de combustibles fósiles. Además, sin una política monetaria verde, las políticas de transición ecológica y de reindustrialización no encontrarán, por parte de la población y las empresas, capacidad económica de demandar tecnologías verdes, y quedarán cojas. Por esto, una política monetaria verde es imprescindible. Para protegernos contra picos de inflación futuros, para evitar ser chantajeados por regímenes autoritarios extranjeros y, sobre todo, para frenar el cambio climático.