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Juan Torres: "Las derechas, en esta época neoliberal, se han hecho revolucionarias. Las izquierdas han dejado de soñar"

Juan Torres:

“Las izquierdas, al no analizar correctamente el mundo, no pueden actuar bien y solo permanecen en el relato. No han sido capaces de constituir sujetos sociales ni ofrecen a la sociedad un horizonte que vaya más allá del día a día”. Con estas palabras, Juan Torres (Granada, 1954), catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, señala los graves problemas que, a su juicio, sufre la izquierda para afrontar el reto de proponer soluciones, atractivas para la ciudadanía, a los problemas de la humanidad.

En su nuevo libro Para que haya futuro (Ediciones Deusto), Torres señala como la derecha neoliberal ha sido capaz de articular discursos más cercanos a las personas mientras las izquierdas han olvidado los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad. En su libro, este economista propone rescatar valores ecuménicos para dar con soluciones para problemas de todo el planeta como el cambio climático: “Hay que llegar a acuerdos universales para combatir el uso antidemocrático, ineficiente y violento de los recursos”.

En las últimas elecciones en Catalunya, dos formaciones de ultraderecha como Vox y Aliança Catalana están en el Parlament. ¿Qué está pasando? ¿Son los efectos de la posverdad populista que explica en su libro?

Desgraciadamente es así y se va a convertir en una constante. La expansión de la extrema derecha forma parte de una estrategia de legitimación de lo que está ocurriendo: cuando se hace indisimulable un proceso de desposesión tan impresionante como el que se está llevando a cabo, ya no sirve la estrategia de presentar la desposesión como el resultado de la mala gestión. Se recurre a señalar que la desposesión se produce por el otro, por el diferente. Estas posiciones se van a consolidar, lo hemos visto en las elecciones catalanas y lo vamos a ver en mayor medida en las próximas elecciones europeas. No es solamente el ascenso de partidos de extrema derecha, sino la radicalización de la derecha más convencional.

En su libro señala que el capitalismo se ha convertido en esta última etapa en un sistema de máxima concentración de riqueza, especulación sin bridas que provoca escasez, donde solo hay competencia destructiva, pero a la vez es omnipresente y cada vez se pone menos en duda.

Esta naturaleza del capitalismo es puesta de manifiesto por sus críticos y, como explico en el libro, también por grandes capitalistas, financieros, dirigentes políticos o periodistas conservadores. Están reconociendo que el capitalismo se está convirtiendo en el principal enemigo de sí mismo. ¿Por qué se sostiene? Porque el capitalismo es un sistema complejo que genera mucha inestabilidad, pero cuenta con elementos de contrapeso que contribuyen a su continuidad. Los sistemas complejos no suelen colapsar de una forma instantánea, ni tampoco por el impacto de un problema aislado por grande que sea. Los sistemas complejos se transforman gradualmente, no hay otra manera materialmente posible de modificarlos. El capitalismo tiene muchas defensas, muchos contrapesos, y por ellos es capaz de soportar la inestabilidad y crisis tan recurrentes.

No hubo un final de la historia con la caída del muro de Berlín, como predijo Francis Fukuyama, pero ¿un fin de las ideologías?

Hay otras ideologías. La ideología es la forma en que la contemplamos el mundo. Lo que ha ocurrido es que las izquierdas se han convertido en inoperantes, impotentes, porque no disponen de un modo de analizar la realidad que permita comprender los fenómenos como son. Como dice Edgar Morin, un saber mutilado produce una acción mutilante. Las izquierdas, al no analizar correctamente el mundo, no pueden actuar bien y solo permanecen en el relato. No han sido capaces de constituir sujetos sociales ni ofrecen a la sociedad un horizonte que vaya más allá del día a día. Viven solo el presente, algo que incluso se manifiesta en la propia denominación de las nuevas fuerzas políticas que están naciendo con nombres que podrían ser de derechas o de izquierdas porque no reflejan un proyecto social. Así nos encontramos 15, 20 o 27 formas de ser de izquierdas: feministas, ecologistas, nacionalistas... Cada una de ellas a su vez subdivididas en diferentes modalidades, con sus matices. De manera que al final, son el reflejo tan solo de una particularidad, tan reducida, que son incapaces de de contemplar el mundo en toda su integridad.

Usted explica en su libro que hay cinco elementos fundamentales para provocar cambios esenciales, estructurales que la derecha supo poner en marcha y que la izquierda nunca ha sido capaz de asumir y desplegar con fuerza y eficiencia. El primero es una comprensión acertada de la forma en que funciona el mundo. ¿Por qué la izquierda es incapaz de comprender cómo funciona el mundo?

Es un problema que viene de largo. Si alguien no tiene la voluntad de proyectar su acción hacia el futuro, no va a tener la necesidad de un modo de pensar que facilite la comprensión de la realidad para ir transformándola. Las izquierdas están atadas al presente, no se dedican a elaborar un pensamiento esclarecedor que construya pasarelas hacia el futuro. Han despreciado el trabajo intelectual. Hacen propuestas programáticas que nacen deprisa y corriendo para cada momento electoral, pero no organizan a la intelectualidad ni promueven el debate social a medio y largo plazo. Lo cual implica lógicamente la generación de posiciones críticas, de dudas y la puesta en cuestión de verdades que aparentemente son absolutas para esas formaciones.

En ese sentido, su libro es muy crítico con los partidos de izquierdas al señalar que renunciaron a ser ecuménicos y se centraron en corrientes o espacios más reducidos.

La izquierda hace mucho tiempo, desgraciadamente, que se ha divorciado del pensamiento crítico y de la reflexión colectiva. Pareciera que no necesita del cerebro para hacer política. Si se le añade que tampoco parece que precise corazón, cordialidad o fraternidad, han renunciado al amor para acercarse a la gente... Pues resulta que las izquierdas de nuestro tiempo son inhumanas. Y esto creo que necesariamente las lleva a la inoperancia, a la impotencia a la hora de hacerle frente al poder de las derechas y del capital. Curiosamente, como efecto perverso, las derechas han sabido operar de una manera más humana, han sido capaces de acercarse más a los seres humanos y de generar proyectos de futuro. Las derechas, en esta época neoliberal, se han hecho revolucionarias en en el sentido puro del término, es decir, de ser capaces de romper con todo lo que sea un obstáculo para transformar la realidad. Mientras, las izquierdas han dejado de soñar y se han hecho profundamente conservadoras.

Hasta qué punto la reivindicación identitaria ha supuesto una desviación de los elementos fundamentales en las posiciones ideológicas de la izquierda.

En las últimas décadas las izquierdas se han dedicado a hacer suyas una miríada de reivindicaciones singulares, de problemas legítimos e importantes de enorme particularidad, la mayoría relativos a cuestiones identitarias. Han renunciado a asumir valores que yo llamo ecuménicos, es decir, susceptibles de ser asumidos por mayorías sociales. En segundo lugar, han dejado de lado como principal elemento de agrupación social, las cuestiones socioeconómicas que, al fin y al cabo, determinan las condiciones en las que vive cada ser humano. Estas dos circunstancias hacen que las diferentes izquierdas no promuevan proyectos y valores de sentido común, transversales al conjunto de la sociedad. De ahí se deriva la incapacidad de las izquierdas para articular mayorías sociales amplias. Así no solo es imposible transformar la realidad, es imposible frenar al neoliberalismo o a las derechas.

¿Cómo es posible que la izquierda se haya dejado arrebatar un concepto tan de izquierdas como es la libertad?

La izquierda no solamente se ha dejado arrebatar el ideal de la libertad, también el de democracia, de los derechos humanos, de la soberanía, de la paz, del amor, de la fraternidad... La izquierda ha llegado a perder los valores republicanos de la libertad, la igualdad, incluso el de la fraternidad. Sin estos valores ecuménicos es imposible constituir una sociedad libre, avanzada y liberadora. Y las derechas, donde hay gente sumamente inteligente, las ha hecho suyas.

¿Es una cuestión de personas? ¿Es un problema de proyecto?

Se debe a una confluencia de factores. Las realidades son poliédricas y y complejas. Haber tenido una visión del mundo lineal basada en esa creencia de la inevitabilidad de que para que haya cambios sociales había que provocar un momento revolucionario y catártico solo ha generado inoperancia. Esta inoperancia ha provocado impotencia, donde crecen todos los males porque cuando algo no funciona la gente se agarra a otras piedras de salvación. Lo vemos constantemente en las izquierda: unos creen que el decrecimiento es la piedra filosofal; otros creen que la renta básica universal lo resuelve todo; otros que la solución única es la igualdad de género... Podría poner docenas de ejemplos de esta especie de religiones civiles, de creencias, que van buscando la salvación generando un particularismo que es incapaz de crear mayorías sociales.

Además, es muy difícil que las diferentes corrientes de las izquierdas intercambien propuestas, asuman matices. Lo hemos visto en el movimiento feminista, hoy dividido, pero en los que tantas personas confiamos que iba a suponer un baluarte imprescindible para generar valores y construir una sociedad liberadora. Como apuntó Simone de Beauvoir, estamos viendo con tristeza que se está convirtiendo en un movimiento de movimientos que no se entienden, se atacan y se insultan, incapaces de ir de la mano. Pongo este ejemplo del feminismo porque creo que es especialmente doloroso, pero podría ser extensible al ecologismo o a las izquierdas, en general. Recuerdo aquella anécdota de Anselmo Lorenzo, el representante del español que fue a la Primera Internacional y vio las peleas tremendas entre Marx y Bakunin. Contaba en sus memorias que la gente le preguntaba que quién creía que llevaba razón y él respondía que no sabía, pero el que esté equivocado es el mayor enemigo universal de la clase obrera, a tenor de lo que el otro dice de él. De esta historia parece que es incapaz de desencadenarse la izquierda.

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También pone como ejemplo la falta de un relato en la izquierda que alumbre el horizonte con luces largas. El neoliberalismo ha triunfado porque ha podido introducir su lógica por todos los poros del sistema. ¿Quién es el culpable?¿Tenemos responsabilidad los medios de comunicación? ¿Es la culpa de esos supuestos expertos que distribuyen una y otra vez las mismas teorías neoliberales sin fundamentos?

El neoliberalismo ha tenido la capacidad de utilizar adecuadamente para sus intereses resortes de poder muy plurales, desde la enseñanza a los medios de comunicación con el objetivo del cambio del alma, que comentaba Margaret Thatcher. Cuando la perversión y el vaciamiento de las democracias, el lenguaje, los valores le ha fallado, han recurrido también a la fuerza. No hay que olvidar que el neoliberalismo empezó con crímenes, tiene la manos manchadas de sangre en dictaduras durante los últimos 50 años. Su principal estrategia ha sido la creación de condiciones para llevar a cabo políticas de privatización, de desmantelamiento de los resortes de contrapoder de los sindicatos y de las organizaciones sociales o de desvirtuar valores como la solidaridad o la igualdad .

El problema que tiene el neoliberalismo es que esa estrategia ha sido tan exitosa y ha terminado concentrado tanta riqueza, que ya se hace indisimulable para el resto de la sociedad lo que está pasando. Entonces tienen que recurrir a soluciones de emergencia muy graves porque implican vaciar las instituciones democráticas y generar mentiras permanentes para que la gente crea que la causa de su desposesión son los inmigrantes y que el problema de vivienda es por los okupas. Cuando la realidad es que son los grandes capitales, los grandes fondos de inversión, los que están concentrado la riqueza de una forma desmedida. Un fondo de inversión como Blackrock controla acciones de las 500 empresas norteamericanas más grandes, lo que supone casi el 10% del PIB global.

La crisis climática sí que parece que es un elemento cohesionador y que puede suponer un cambio radical, sin embargo vemos como la industria de los combustibles fósiles sigue afianzada y respaldada por el capital.

Está claro que no se puede hacer política económica sin partir de la base de que hay un desequilibrio enorme por el cambio climático. Hace unos años se decía que era una fantasía de unos cuantos ecologistas. Por lo menos se ha avanzado en la convicción generalizada de que el cambio climático es una amenaza producida por la acción de los seres humanos. Ahora bien, en lo que vamos muy atrasados es en la falta de actuación contra las causas reales del cambio climático. La teoría nos dice que si logramos que quienes ahora se están enriqueciendo con el cambio climático empiecen a hacer negocio combatiendo el cambio climático con un régimen diferente de consumo de los recursos, habremos resuelto el problema, pero...

No parece que las petroleras estén muy convencidas de abandonar el negocio de los combustibles fósiles.

No, no lo están, es más bien una fantasía. La lógica del beneficio es como ir en bicicleta, que si te paras, te caes. Y no es pensable que las grandes petroleras, las grandes empresas que están destruyendo el medio ambiente, dejen de hacerlo. Ni siquiera van a dejarlo de hacer un poco para frenar ese daño, porque las cuentas tienen que ser las más beneficiosas y porque no se puede ceder un milímetro ante los propietarios del capital. Si no se pone freno, el cambio climático se va a acelerar y será extraordinariamente difícil combatirlo. Si además los proyectos de transición ecológica se hacen descansar sobre los propios agentes generadores del cambio climático es casi imposible combatirlo. Hay que obligarles a que generen un entorno y un modo de producir y de actuar que sea rentable en otras condiciones.

Usted apela a tres intereses en “los negocios ordinarios de la vida”, como decía Alfred Marshall que son paz, justicia y buen gobierno. Puede explicarlo desde el punto de vista de izquierdas. 

Los problemas que tiene hoy el planeta son de la humanidad. No son problemas que sufran la gente de izquierdas o las clases trabajadoras. Las respuestas hay que darlas en clave de especie humana. La ciencia nos ha enseñado con la pandemia que los seres humanos podemos afrontar los problemas de nuestra especie interactuando en un mundo complejo. Hay que reclamar acuerdos para hacer frente a los problemas que tiene la humanidad con propuestas que se asientan en valores universales. Si creemos que la paz es una de las piezas sobre las cuales se puede sostener un mundo mejor como un valor universal y negamos cualquier expresión de violencia como forma de resolver los conflictos, no solo condenamos la violencia que ejerce la otra parte, también la ejercida por los nuestros. Igual ocurre con la justicia y el buen gobierno.

Estamos en un momento de alta polarización política en el que parece muy difícil llegar a esos acuerdos. 

La especie humana ha creado en su seno barreras culturales, ideológicas, religiosas de todo tipo, como muchos antropólogos están explicando, que nos llevan a comportarnos como si fuéramos especies diferentes y enfrentadas. Es que pareciera que los palestinos y los israelitas son dos especies diferentes que luchan por el territorio y no lo son, son seres que forman parte de una misma especie humana, supuestamente sapiens.

Es el momento de que los seres humanos asumamos valores universales, reclamemos la puesta en práctica de esos valores, nos enfrentemos a quien trate de violar esos principios de una manera o de otra, no solo contra mi adversario sino en mi propio partido, en mi propio país o en mi propia familia. Comprendo que mi planteamiento puede entenderse como utópico, pero díganme si hay otra manera de hacer frente a los problemas lacerantes que tenemos hoy en día en el planeta. Hay que llegar a acuerdos universales para combatir el uso antidemocrático, ineficiente y violento de los recursos.

Mi última pregunta es tiene esperanza para que haya un cambio.

Sí, tengo esperanza. Si no tuviera esperanza no hubiera escrito este libro. Primero, tengo convicción de que los seres humanos pueden cambiar el mundo, pese el poder tan extraordinario y tan criminal que han acumulado unos pocos enfermos que están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de mantener sus privilegios, hasta destruir la humanidad. Hay que mantener la esperanza porque si no el futuro que tengo que contemplar para mis hijos y mis nietos es desolador. Hay que hacer un una llamada a la esperanza, no ya por deseo, sino por convicción científica.

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